Recesión en México
El 8 de febrero de 2008 varios medios de prensa de México reportaron la declaración de Agustín Carstens, secretario de Hacienda: reconocía que la desaceleración en la economía de Estados Unidos sí afectaría a México, pero no como en el pasado: “Ahora le dará un catarrito y no una pulmonía como antes”. No es preciso escandalizarse mucho por el error tamaño Eiffel de entonces del secretario Carstens. Nadie del mainstream económico internacional tenía la menor idea de lo que venía.
Casi un año después, el 8 de diciembre pasado, Carstens concedió: “la crisis externa ha sido muy profunda y de mucho mayor magnitud que la esperada, luego de que se recrudeció sustancialmente a partir de septiembre y octubre”. Llamar “externa” a la crisis revela un importante grado de miopía o un modo más o menos pueril de comunicarse con los mexicanos. El complemento de su declaración no tiene desperdicio: “la situación por venir será compleja y la preocupación debe ser el establecimiento de condiciones adecuadas para que México no sólo pueda retomar una expansión económica acelerada, sino aspirar a un mayor crecimiento, lo que”, afirmó, “se va a lograr con el tiempo”. O sea, a partir del contexto de crisis internacional Carstens, con la mano en cintura, nos plantea establecer condiciones para una expansión económica más que acelerada, cualquier cosa que signifique eso. Desde luego, “se cubre” diciendo que ese absurdo “se va lograr con el tiempo”. ¿Cuánto tiempo? Pues ya haremos la cuenta cuando llegue.
Europa y Japón habían reconocido ya que sus economías estaban en recesión, cuando el pasado 2 de diciembre Estados Unidos lo hizo. “La economía más grande del planeta entró oficialmente en recesión y la fecha del ingreso data de diciembre del año pasado (2007)”, según el Comité de Ciclos de Negocios del Buró de Análisis Económicos. El diagnóstico, informa el comité, “no responde a la clásica definición de recesión, que implica dos trimestres consecutivos de caída del producto interno bruto, sino que es un índice más amplio y contempla destrucción de empleos, ingresos y pérdida de poder adquisitivo. Precisamente, los indicadores laborales comenzaron en diciembre pasado un derrape mensual que todavía no culmina”.
El pasado viernes 2 de enero una noticia proveniente del país vecino, decía que “la actividad industrial cayó en diciembre a su nivel más bajo en tres décadas, al situarse en 32.4 puntos. Y al desglosar el índice se constata que ningún sector se escapa del parón. Todos están reduciendo inventarios y recortando capacidad para compensar”.
No es extraño que frente a una situación crítica de la magnitud que la economía mundial está padeciendo, el presidente electo Barack Obama dijera el sábado pasado que la economía podría enfrentar grandes desafíos e instó a los legisladores a actuar rápidamente en propuestas de recuperación. Agregó que diversos economistas están de acuerdo en que si Estados Unidos no actúa “rápida y audazmente, podríamos ver una desaceleración económica mucho más profunda, que podría llevarnos a un desempleo de doble dígito y a que el sueño americano se escape cada vez más lejos del alcance”.
En el marco de la “economía de la depresión” (Krugman), Carstens aún regatea referirse a la economía mexicana con la temible palabra: recesión. Dijo el 19 de diciembre: “todavía es prematuro declarar una recesión” en México. Reconoce que hay una desaceleración importante en la economía y que se analiza la conveniencia de ajustar en enero la perspectiva de crecimiento para 2009.
Si para hacer las estimaciones del crecimiento se usa la metodología de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, México entró en recesión desde mediados de 2008. De acuerdo con cifras oficiales hubo una pérdida de más de 50 mil empleos formales durante noviembre y una baja en la creación de fuentes de trabajo en los últimos 12 meses, además de ventas minoristas a la baja, menor producción industrial, del sector servicios, y sólo el pequeño sector agrícola con crecimiento en algunas de sus ramas. Nuestros vecinos reconocieron su recesión a partir de diciembre de 2007 justo cuando comenzó la baja en la generación de empleos. Tal cual es lo que ha ocurrido en México.
Durante noviembre se perdieron 51 mil 262 puestos de trabajo permanentes registrados en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), de acuerdo con los analistas de Tendencias (edición número 1107, del 22 de noviembre), basados en cifras oficiales. Noviembre es ya el undécimo mes de este año que se generan menos empleos en los últimos 12 meses. Empezamos el año con un ritmo de 500 mil y ahora terminaremos con menos empleos de los que se tenían, de acuerdo con las cifras oficiales del IMSS. El Instituto Nacional de Estadística y Geografía dio a conocer en diciembre la tasa de desempleo abierta de 4.47 por ciento, que es la cifra más elevada desde 2000 en que se cambió la metodología. La tasa de desempleo urbano, que refleja mejor la realidad –y es además la metodología que usan los países desarrollados–, indica un desempleo de 5.34 por ciento, con un alto índice de 5.74 por ciento para los varones y uno de 4.76 por ciento para las mujeres. El crecimiento del desempleo en noviembre debió hacer sonar alarmas en altavoces, por cuanto es el mes en el que año tras años más empleos se generan.
Sólo el abierto reconocimiento de la realidad permite explorar políticas que vayan al centro de los problemas.