En la punta del cielo
Así podría describirse la grata sensación que produce beber un buen café, “como estar en la punta del cielo”. Hay varias versiones acerca de su descubrimiento en la legendaria Arabia. Una de las más populares nos la cuenta la notable historiadora Clementina Díaz y de Ovando, en su libro Los cafés en México en el siglo XIX, publicado por la UNAM.
Habla de un devoto molaco (religioso) llamado Chadel quien preocupado por que durante sus oraciones nocturnas se adormecía, se enteró por un pastor que cuando sus cabras comían el frutillo de cierto arbusto, se mantenían despiertas y brincando toda la noche. Decidió probarlo, haciendo una infusión con los granos ovoides y, ¡oh felicidad!, descubrió que “purificaba la sangre por medio de una dulce agitación, que disipaba la pesadez del estómago y alegraba el espíritu”.
Rápidamente se extendieron por todo el Oriente las casas públicas para beber y distribuir el café que fue llevado a Europa por viajeros sibaritas, misma vía por la que arribó al Nuevo mundo. El Semanario Económico de México del 4 de enero de 1810 habla largamente de los cafés en la capital y da una serie de consejos: “el uso del café es muy conveniente a las personas gordas, a las que hacen vida sedentaria, a las de complexión pituitosa y es muy conveniente para disipar la embriaguez”; añade también con mucha seriedad que “es perjudicial a los jóvenes de constitución sanguínea, a los biliosos, a los atrabiliarios, a las personas delgadas, a las mujeres propensas a abortar, a los que padecen flores blancas y a las afectas de histéricos”.
La afición de tomar café en lugar del chocolate que era imprescindible a mañana, tarde y noche durante el virreinato se inició a fines del siglo XVIII, cuando se establecieron en Córdoba, Veracruz, las primeras plantaciones. Paulatinamente se fue generalizando el gusto por el oscuro brebaje, aunque sin llegar a alcanzar, incluso en nuestros días, las cantidades que se consumen en otras partes del mundo.
Recientemente Pablo González Cid, dueño de Punta del Cielo, empresa de café totalmente mexicana, publicó el libro El café en México, auténtico tratado en la materia, muy bien ilustrado con fotografías de Rafael Doniz. Ahí nos enteramos de que, no obstante que tenemos de los mejores granos del mundo, consumimos en promedio un kilo al año por habitante, en comparación con Finlandia, cuyos habitantes usan casi 13 kilos anualmente.
Pero poco a poco el gusto por el buen café va creciendo, en lo que mucho influyen sitios como los que ha instalado Punta del Cielo, donde puede disfrutarse un muy buen cafetín, acompañado de un pastel, emparedado o galletas selectas y leer algunos de los periódicos o revistas que tiene a la disposición de los clientes, en un ambiente agradable e informal, donde puede sentarse en una mesa o “echarse” en un cómodo sofá; ésa sí es “la pausa que refresca”... que refresca el ánimo, en todos los sentidos.
El libro nos descubre aspectos muy interesantes y destruye con argumentos científicos, mitos generalizados sobre el aromático grano. Una buena noticia para los que gustan del café expreso y pensaban que tenía mas cafeína que el americano, resulta que es al revés. Si quiere saber por qué, lea el libro, que además le enseña cómo preparar el café perfecto.
Punta del Cielo es uno más de los múltiples lugares que han surgido en los años recientes, dedicados exclusivamente a servir café, en una diversidad de preparaciones; sin embargo, éste es mi preferido porque tiene gran calidad, el café que vende es todo de México, cuidadosamente seleccionado, tostado, molido y preparado. Inicialmente adquirían únicamente café Pluma de Oaxaca, que es el favorito del joven dueño “por sus notas frutales”; ahora lo enriquece con producto de Veracruz y Chiapas. También se puede comprar en lata en los supermercados, con el aroma intacto, gracias a una novedosa patente.