■ Beristáin asegura tener una obligación moral con sus pupilos
“No me importan las autoridades si tengo buenos boxeadores”
■ En este deporte está en juego la vida, señala el polémico entrenador
Ampliar la imagen Empecé a hacer campeones del mundo y por eso me tienen envidia, afirma el mánager Foto: Juan Manuel Vázquez
Recargado en las cuerdas del cuadrilátero, el mánager de boxeo, Ignacio Beristáin, observa a sus pupilos y reparte instrucciones de un extremo a otro en el gimnasio Romanza.
Es un capitán receloso del trabajo, disciplinado, porque sólo eso, asegura, es la fórmula para formar a un campeón. “Hay que entender que los putazos no son dulces y en este deporte está en juego la vida”, dice el polémico preparador, quien prefirió marginarse en el pugilismo nacional.
Argumentos le sobran, pues mientras hay entrenadores que se pasan la vida buscando un monarca, por Beristáin han desfilado 16 campeones, algunos figuras de los cuadriláteros mundiales como Daniel Zaragoza, Gilberto Román, Ricardo Finito López, Humberto Chiquita González, Melchor Cob, Guty Espadas y los hermanos Rafael y Juan Manuel Márquez.
Beristáin no sólo es conocido por su cantera de campeones, sino también por el estilo polémico y rebelde, como él asume, con el que se conduce ante las comisiones y órganos del pugilismo.
“No me importa tener una mala relación con la gente de pantalón largo o con los organismos de esta disciplina mientras yo tenga buenos peleadores”, desafía.
“El boxeo se ha contaminado como toda la administración del deporte en México”, por eso, señala, ha renunciado a las instituciones que regulan el pugilismo en este país y sostiene la carrera de sus pupilos en Estados Unidos:
“Como prácticamente me corrieron del boxeo nacional, me beneficiaron porque me dediqué a trabajar en Estados Unidos. Empecé a tener campeones del mundo y por eso me tienen envidia.”
Acepta que las consecuencias de esa tensión con las autoridades de este deporte mexicano las han pagado sus pupilos, pero asegura que han preferido aprovechar las oportunidades en el extranjero, donde han conseguido hacer fama.
Su popularidad hizo que el boxeador y empresario Óscar de la Hoya lo llamara hace años para entrenarlo, pero aquella vez rechazó la oferta porque prefirió concentrarse en sus perlas negras: los hermanos Márquez.
“No acepté porque yo tenía a mis muchachos, los Márquez. Hasta ahora que se hizo la pelea contra Manny Pacquiao me volvió a llamar, porque si alguien sabía como pelearle al filipino, ese era yo”, dice.
Fue una suerte de consagración para Beristáin, quien le compartió los secretos para combatir al filipino, pero “De la Hoya ya está grande y creo que ya debería retirarse”.
Sin embargo, Beristáin afirma que la responsabilidad del entrenador no se limita a la enseñanza técnica del peleador, porque ante todo tiene una obligación moral con el joven que acepta poner su carrera y hasta su vida bajo su dirección:
“Debemos aconsejarlos para muchas cosas más importantes que simplemente el boxeo; es necesario inclusive decirles cómo cuidar su dinero para que tengan una vida productiva.”
Por eso cuando algún aprendiz estudia, afirma que los obliga a no descuidar la escuela o les prohíbe seguir peleando.
“Hace años formamos un equipo con nuestros pugilistas profesionales, a quienes les quitamos 30 por ciento (de sus ingresos) para un fideicomiso de ayuda a los boxeadores que tenían una carrera universitaria, para que no descuidaran sus estudios”, recuerda.
Mientras tanto, siempre polémico, don Nacho se entrega con pasión a un deporte que asegura que está más allá de las simples ganancias, aplicando sus conocimientos a sus peleadores consagrados y con ojo agudo para descubrir el talento.
“El boxeo es una actividad que debe abordarse con seriedad y por eso siempre les insisto a mis pupilos: entrena cabrón, entrena. A veces me acusan de que soy autoritario, pero yo les digo, esto no es una clase de ballet porque aquí se arriesga la vida. Así de crudo es el box”, finaliza.