■ El Museo del Prado expondrá 86 piezas que abarcan casi medio siglo de creación
Tributo a Francis Bacon pone a la luz los demonios de la belleza
■ “Existencialismo visceral y sangriento, sin esperanza, ni redención”, señalan curadores
Ampliar la imagen Francis Bacon pasea con William Burroughs por las calles de Londres en 1989 Foto: archivo
Los demonios que habitan en el inframundo de la belleza humana fueron sacados a la luz por el pincel de Francis Bacon, a quien este 2009, con motivo del centenario de su nacimiento, se le rendirá tributo en diversos museos del mundo.
Los compatriotas del artista –nacido el 28 de octubre de 1909 en Dublin, Irlanda– se adelantaron a la cita y la afamada galería Tate Britain de Londres presenta desde hace unos meses (y hasta el próximo domingo) una retrospectiva del pintor, la mayor desde 1985 en ese país.
Pero será España, nación que fue para Bacon gran fuente de inspiración, donde se realice este año el más espectacular homenaje para quien se empeñó en plasmar lo más vital de la esencia humana, pero también lo más destructivo.
El Museo del Prado iniciará su programa anual de exposiciones con las presentación de 86 piezas, que abarcan casi medio siglo de creación continua del artista.
Ordenadas cronológicamente, las obras “sumergen a quien las mira en un mundo de aislamiento, violencia y muerte, son cuadros con tensión, de un existencialismo visceral y sangriento, sin esperanza, ni redención”, explican los curadores.
La muestra Francis Bacon podrá ser visitadas a partir del próximo 3 de febrero y hasta el 19 de abril. Se trata, dijo el director del recinto español Miguel Zugaza, de la más importante exposición sobre el pintor inglés que se va a hacer en décadas, ubicada, además, muy cerca de las colecciones de Velázquez y Goya que él tanto visitó.
La retrospectiva permitirá también volver a examinar su obra a la luz de nuevas investigaciones, desde que se dio a conocer el contenido de su estudio, tras fallecer de un paro cardiaco, precisamente cuando vacacionaba en Madrid el 28 de abril de 1992.
París marcó su destino
Si bien toda la niñez de Francis Bacon transcurrió en los suburbios irlandeses, se le suele considerar un pintor inglés debido a sus raíces familiares. Su madre era hija de una familia de industriales y su padre entrenaba caballos de carreras en Dublín, pero la Primera Guerra Mundial obligó a la familia a mudarse a Londres en 1914.
Con constantes viajes entre las dos ciudades, la infancia de Bacon fue dura: tuvo una educación poco convencional y padecía asma crónica. Al llegar a la adolescencia, su padre, de formación conservadora, lo echó de casa a los 16 años cuando se enteró de su inclinaciones homosexuales: lo descubrió vestido con ropas de mujer.
Antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, Francis vivió algún tiempo en Londres, Berlín y París. Trabajó como diseñador de interiores, pero la pintura lo atrapó por completo hacia el año 1928.
Una visita a una exposición de Picasso, en París, marcó su destino: “aquellos Pierrot, desnudos, paisajes y escenarios me impresionaron mucho, pensé que quizá yo también podría pintar”, recordaría. En 1929 regresa a Londres y de forma autodidacta comienza a pintar al óleo. Aunque destruyó la mayor parte de sus primeras obras, la fuerza de su trazo irrumpió con fuerza en 1945, en el lienzo titulado Tres estudios para la base de una crucifixión, donde aparece un hombre cortado en canal, como un animal en el matadero.
“Cuando voy al carnicero, siempre pienso que es sorprendente que yo no esté allí, en lugar del animal”, solía explicar el autor quien ya se perfilaba como el creador de un universo de “majestuoso horror, sobrecogedor y desgarrado”, como sería calificado después por los críticos. La pieza es considerada como uno de los cuadros más originales en el arte del siglo XX.
Ateo, homosexual, sadomasoquista, jugador, alcohólico, torturado, extremo en su vicios y virtudes, todo ello definió la personalidad de Bacon, quien a través de los cuerpos deformados que pintó mostró la angustia y desesperación de toda la humanidad.
Serie emblemática
En 1949 el Museo de Arte Moderno de Nueva York compró una obra suya, también en este año comienza la emblemática serie inspirada en el Retrato del papa Inocencio X de Velázquez, de la que hoy en día se conservan más de 40 cuadros.
En dos ocasiones fue retratado por su gran amigo, el pintor Lucien Freud. El primero de los lienzos, realizado en 1952, está perdido tras ser robado en 1988 de la Neue National Galerie de Berlín; el otro, pintado entre 1956 y 1957, se subastó el pasado 19 de octubre en la casa Christie’s en 9.4 millones de dólares.
En 1971, dos días antes de una gran retrospectiva en el Grand Palais de París, su pareja, Georg Dyer, al que Bacon llevaba unido una década, se suicidó con una sobredosis de barbitúricos.
El artista recreó la tragedia de su amante y lo pintó tiempo después vomitando sobre un lavabo, agonizando solo, con el rostro blanquecino iluminado por un foco, mientras una mancha negra se extiende a su lado. Se trata de una de sus obras más cotizadas: Tríptico (1973), que se vendió el año pasado en Londres en 82.2 millones dólares.
Ventas millonarias
El pintor representó en varias ocasiones al Reino Unido en la Bienal de Venecia y la Tate Gallery le dedicó sus primeras retrospectivas en 1962 y en 1985; en el Museo de Arte Moderno de Nueva York fue la estrella en 1989.
El próximo mes, el Museo del Prado mostrará también, por primera vez, algunos documentos hallados en el caótico taller de Bacon, en el barrio londinense de South Kensington.
Si en 2008 el nombre del pintor inglés no dejó de escucharse en las subastas internacionales, rompiendo récords de ventas, los homenajes que acompañarán el Año Bacon irán, sin lugar a dudas, de la mano de millonarias ventas.