Desafío inesperado
La llegada de Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos ha despertado muchas expectativas en los más diversos campos. Desde los grupos que claman por una política más sana de medio ambiente hasta los que esperan un orden económico más justo, pasando por los que exigen medidas de desarme, hay una corriente de opinión dentro y fuera de Estados Unidos que podría describirse como “Obama sí lo hará”... yes we can. Empero, es un optimismo que resulta difícil de comprender cuando Estados Unidos y el mundo entero atraviesan por la peor crisis económica de los últimos 80 años.
En mi pequeño mundo de las organizaciones no gubernamentales estamos de plácemes porque Obama ha designado a un colega nuestro del movimiento Pugwash, John P. Holdren, como su asesor principal en materia de ciencia y tecnología. El nombramiento es indicio de que el futuro presidente quiere rodearse de gente conocedora de los temas que le interesan.
Tras ocho años de George W. Bush y de falta de esperanza, ahora todo parece posible. De ahí que Obama no pueda fallar o, cuando menos, no pueda fallar en mucho. Podrá quedarles mal a algunos grupos, pero no podrá defraudar a todos. El precio de dicho fracaso sería incalculable.
Obama se ha propuesto ser el presidente de todos los estadunidenses y, para conseguirlo, tendrá que ir haciendo concesiones a ciertos grupos que no lo ven con demasiado entusiasmo, incluyendo algunos dentro de su propio partido. La composición de su gabinete ya refleja bastante su intención de ser todo inclusivo. Y, parafraseando a Abraham Lincoln, no podrá ser todo para todas las personas. Tendrá que escoger y ahí empezará la turbulencia política.
Obama iniciará su mandato con una gran reserva de buena fe entre el electorado de su país, hecho sin paralelo en el siglo reciente. Tendrá también una opinión pública internacional muy favorable (aunque el caso que abordaremos aquí quizás indique lo contrario). A ver cómo se las ingenia para no despilfarrar esa fuente de buena voluntad.
En el terreno del desarme nuclear Obama tiene una oportunidad única: un congreso más o menos favorable y un momento histórico en el que Washington aún sigue siendo la principal potencia en el mundo. ¿Qué hará el nuevo presidente para ahuyentar el peligro nuclear?
En su campaña presidencial abogó por un mundo libre de armas nucleares. El logro de esa meta requerirá de una serie de medidas que no serán fáciles de lograr; algunas sí lo serán. Empezará por convencer al Senado de su país de que ratifique el tratado de prohibición completa de los ensayos nucleares (CTBT por sus siglas en inglés). Bill Clinton lo firmó en 1996, pero luego sus travesuras sexuales provocaron la ira en el Congreso y el Senado lo rechazó.
El CTBT es una medida indispensable para frenar los adelantos cualitativos de las armas nucleares. Los ensayos sirven para mejorar los diseños de dichas armas. También habrá que reducir la cantidad de las armas nucleares, así como los misiles para transportarlas. Ahí Obama podrá acordar con Rusia una reducción importante en el tamaño de sus respectivos arsenales nucleares. Se trata de ir acercando su nivel al de las otras potencias (China, Francia y Reino Unido). Tradicionalmente China ha abogado por la eliminación de las armas nucleares. En años recientes Reino Unido también se ha fijado esa meta. De ahí el interés que despertó el gobierno de Francia cuando hace unos meses su presidente anunció que preparaba una propuesta en materia de desarme nuclear.
A principios de diciembre, Nicolas Sarkozy por fin hizo pública su propuesta, que lanzó con el apoyo de la Unión Europea, que Francia presidió durante el segundo semestre de 2008. La propuesta dista mucho de ser un llamado a procurar un mundo libre de armas nucleares. No menciona la palabra eliminación. Se limita a pedir que todo el mundo se adhiera al CTBT (cosa que ya han hecho tanto Francia como Reino Unido) y pide la negociación de un tratado que prohibía la producción futura de material fisible que se emplea en la producción de armas nucleares y que las tres potencias nucleares occidentales ya tienen almacenado en demasía.
Sarkozy también propuso la conclusión de un tratado que prohibía los proyectiles (de tierra a tierra) de corto y mediano alcance. Ni los británicos ni los franceses tienen o quieren dichos misiles. En su mayoría los suyos están emplazados en submarinos o a bordo de aviones.
En otras palabras, Sarkozy propuso prohibir lo que ya está prohibido (los ensayos nucleares) o ciertas actividades en el campo nuclear que a Francia no le interesan (como la producción futura de material fisible). Pero no dijo nada de la eliminación de las armas nucleares. Quelle honte. La razón de esa omisión es muy sencilla: Francia es la única potencia nuclear cuyo ego nacional está envuelto en dichas armas. Y no se trata de una cuestión partidista. Todas las fuerzas políticas francesas apoyan el mantenimiento de la force de frappe nuclear: un arsenal nuclear pequeño, pero lo suficientemente potente para infligir daños incalculables al que se atreva a atacar a Francia primero. He ahí uno de los principales problemas al que deberá enfrentarse Obama en su búsqueda de un mundo totalmente libre de armas nucleares.
La propuesta de Sarkozy pareciera estar dirigida más bien a Irán. Se trataría de prohibirle la producción de uranio enriquecido (material fisible) y los misiles de corto y mediano alcance. Sin duda Obama buscará hacer lo mismo. Pero en esa búsqueda tendrá que tomar en cuenta también a Londres, Moscú y Pekín y a las otras potencias nucleares, las llamadas nuevas potencias (India y Pakistán) y la no tan nueva potencia (Israel). Estará complicado iniciar negociaciones cuya meta sea la eliminación de las armas nucleares. Pero Obama quizás sí logre entablar pláticas que vayan allanando el camino.