Fin de año: algunos enunciados artísticos
Con la creación del nuevo museo universitario, las inquietudes teóricas que acosan por igual a artistas, maestros, estudiantes, curadores y coleccionistas se han acrecentado. Esto es positivo, porque genera revisiones, se esté a favor o en contra del nuevo y vistoso recinto.
Theodor Adorno, respetado por tirios y troyanos, dijo en 1970: “nada que concierne al arte puede ser dado por sentado. Nada es autoevidente”.
Más o menos por la misma época el brillante y discutido Clement Greenberg, cuyas opiniones siguen vigentes en todas las cátedras sobre teoría o crítica manifestó que la historia del arte tiene que ver con “el uso de métodos característicos de una disciplina empleados con objeto de criticar la disciplina misma”. Ambas acepciones me parecen enunciadas con contundencia, y si creo que entre las innumerables variantes de arte neoconceptual existen propuestas que critican y subvierten la idea de Fine Arts. ¿Eso es positivo o negativo? Simplemente es, y hay que tenerlo en cuenta.
Richard Wolheim, el autor de Patterns of Intention y de Art and its Objects, abordó el tema de “la naturaleza del arte” y, por supuesto, concluyó afirmando que este es “uno de los problemas mayormente elusivos entre los problemas tradicionales de la cultura humana”.
Ernst H. Gombrich, que fue su maestro y mentor (aunque con el correr de los años disintieron), empieza su multieditada Story of Art con la siguiente frase que yo menciono a la menor provocación: There is not such thing as Art (Sólo hay artistas y los objetos que ellos hacen). No obstante, cuando comenta un paradigma de la historia del retrato, el Inocencio X de Velázquez (1650), no se contiene. Las ilustraciones no dan idea de lo que es el original, dice. Nadie que visite Roma debe perderse de esta “great experience”. Velázquez, “como si practicara magia, transforma los modelos en algunas de las piezas más fascinantes que el mundo ha visto”. Sin embargo, asienta que “las obras de arte (works of art) no son espejos” y en las primeras páginas de Art and Illusion vuelve a Velázquez.
Lo que en lo personal recojo de sus aserciones es el aviso que da a los maestros que entrenan al estudiante sobre arte en la necesidad de “escanear” las imágenes en su mente, además de que apela “al sentido común” con relación a la percepción, pues el mundo, el entorno, está integrado por sustancias “que tienen cualidades sensoriales de varia permanencia”.
Francisco Calvo Serraller relata la experiencia de haber visto, “en una operación rigurosamente controlada”, el desempaque de Inocencio X en el Museo del Prado el domingo 7 de enero a las 5 de la tarde. Una vez abierta la caja, vio el lienzo enmarcado, tumbado sobre una gran mesa. Quienes allí estaban cayeron en “muda estupefacción”, la que provoca “la autoridad y la belleza, de suyo verticales por naturaleza”. Termina con una buena salida, como lo son todas las que están dotadas de humor: “cuando una obra resiste –¡tan viva!– la horizontal, no cabe duda de que es inmortal”.
Beuys dijo: “es necesario ofrecer algo más que objetos”, y el mercado del arte ya se apropió de esta opción. Sin embargo, los restos documentados de la performance sólo son entendidos por grupúsculos educados para ello. También es verdad que tales grupúsculos se han multiplicado, atrayendo públicos jóvenes más bien ayunos en los terrenos de las historias del arte. Quienes fungimos como maestros lo comprobamos paso a paso, y con frecuencia padecemos desconcierto debido a lo siguiente: ¿cómo se avalaría una maestría en historia del arte sin que el o la sustentante conozcan cuestiones básicas acerca del decurso de las historias artísticas? Cierta joven aspirante a ese grado, originaria de allende los mares, después de una estancia de 14 meses en nuestro país, desconocía a Coatlicue y también a Inocencio X. ¿Eso es irrelevante? Me temo que sería lo mismo que suponer en un aspirante a genetista contemporáneo el desonocimiento de las leyes de Mendel, sea o no que éstas sean pertinentes para sus investigaciones actuales.
Todos sabemos que aquello que denominamos “arte” antecede a la historia. Así sucede con la pintura rupestre, con los petroglifos del paleolítico superior, con las creaciones chinas de las dinastías Tang, Ming, Song, etcétera; con culturas milenarias como la olmeca.
Entre los románticos, el arte fue definido como una facultad de la mente humana apta para ser clasificada en el mismo nivel que la religión y la ciencia. Pues bien, los románticos, como en tantas otras cosas, tuvieron razón.