■ Desesperada, crea diócesis por todo el territorio y lanza nueva “misión evangelizadora”
La Iglesia católica se restructura para detener éxodo de feligreses
■ El Episcopado admite que fracasó el modelo tradicional de la institución, ante la nueva realidad
■ Los fieles se encuentran “descuidados y en el abandono por la falta de atención pastoral”
Ampliar la imagen El cristianismo, entre las confesiones que más han crecido en México en años recientes. En la imagen, un acto musical de esa congregación en el Zócalo del Distrito Federal que se llevó a cabo en abril de 2001 Foto: José Carlo González
En un intento desesperado por evitar el éxodo sistemático de feligreses a otras iglesias, provocado fundamentalmente por la “falta de atención pastoral”, la Iglesia católica trabaja decididamente en la fragmentación del territorio, mediante la creación de nuevas diócesis y una renovada “misión evangelizadora”. Sólo en los últimos 15 años ha creado 20 de las 90 existentes en el país. Es decir, poco más de una por año, tendencia que se verá acelerada en el futuro inmediato.
Sin embargo, con su política de subdividir el territorio, la estructura de la Arquidiócesis de México se mantendrá intacta, pese a ser la circunscripción religiosa más grande y populosa del mundo católico, con casi 8 millones de personas. La decisión fue tomada por el cardenal Norberto Rivera Carrera desde su llegada como arzobispo primado, en 1995, con apoyo en el resultado del sínodo impulsado por su antecesor, el cardenal Ernesto Corripio Ahumada.
De acuerdo con datos de los censos de población, en los últimos 50 años la Iglesia católica ha perdido casi 10 por ciento de feligreses, pues ha pasado de 97.84 por ciento en 1950 a 87.27 en 2000, cifra que podría ubicarse apenas arriba de 80 puntos en 2010, según proyecciones.
La revisión
Preocupada por ese constante abandono, desde hace varios años la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) se dio a la tarea de revisar todo su trabajo y estructura pastoral, reorganizando y multiplicando sus provincias eclesiásticas, que pasaron de 14 a 18, con la clara intención de proponer a Roma la creación de nuevas diócesis para estar más cerca de la feligresía.
“Reconocemos el hecho de una inadecuada distribución de los agentes de pastoral. Aunque existen diócesis con suficiente cantidad de sacerdotes y religiosos, no es así en otras, donde la densidad de población, a veces exagerada, o la gran distancia entre las comunidades, hacen insuficiente el número de sacerdotes y provocan desgaste en su persona, en la economía y en los tiempos por el desplazamiento”, aseveró el entonces presidente del Episcopado y hoy arzobispo de León, José Guadalupe Martín Rábago.
En la restructuración, la CEM ha buscado que las provincias, encabezadas siempre por una arquidiócesis, que tiene como sufragáneas varias diócesis más, coincidan en lo posible con la división política del país para una “mejor colaboración” con las autoridades civiles. Ejemplo de esa estructura es la provincia de El Bajío, que tiene como cabeza la arquidiócesis de León y como sufragáneas las de Celaya, Irapuato y Querétaro.
Según los lineamientos trazados por el Episcopado, el modelo tradicional de la Iglesia, en el que el sacerdote espera pacientemente en el templo la llegada de los fieles, ha fracasado ante una nueva realidad, que ha dejado “en el descuido y el abandono” a los feligreses, situación agravada por la falta de sacerdotes y el promedio de edad avanzada de los ministros, que ronda 60 años.
Hoy día existen 90 sedes, entre arquidiócesis, diócesis y prelaturas, con casi 121 prelados en activo, más 41 en retiro que tienen voz en el pleno del Episcopado. Hace 51 años el país apenas tenía 34 diócesis. Peor aún, de 1922, cuando se abrieron las de Huejutla y Papantla, a 1957 sólo se creó la de Toluca, en 1950, desmembrando el inmenso territorio que tenía la Arquidiócesis de México, que comprendía hasta ese año, además del Distrito Federal, todo el estado de México y parte de Hidalgo y Tlaxcala, con un territorio prácticamente imposible de cubrir.
Pero en 10 años, como delegado apostólico, Luigi Raymundi (1957-1967) creó 24 y cuatro prelaturas, lo cual implicó de paso que el tamaño del Episcopado creciera significativamente, de unos 35 obispos en 1957 a más de 60 al empezar el Concilio Vaticano segundo, en 1962, y cerca de 80 al concluir, tres años después.
Para el historiador Jesús García, en la Historia general de la Iglesia en América Latina, en muchos casos la creación de diócesis sólo significó multiplicar necesidades administrativas en zonas crónicamente carentes de personal apostólico y de recursos materiales. “No se cuestionaba el hecho de la división en sí, considerada necesaria en términos generales, sino dónde, cómo y con qué criterios se dividían, pues las diócesis grandes eran intocables”, dice en referencia a las de México, Monterrey, Puebla, Guadalajara, Morelia y Oaxaca.
La conformación de éstas cayó en profundo letargo, con un crecimiento más que moderado durante la gestión del delegado y luego nuncio apostólico Gerónimo Prigione, quien estuvo en México 19 años, entre 1978 y 1997. Pero el Episcopado, que dedicó todo el trienio pasado y varias asambleas a discutir ese tema, concluyó que la creación de nuevas diócesis es indispensable para el mejoramiento de la atención pastoral a los feligreses, opinión que comparte la nunciatura apostólica.
En ese camino, sólo este año se conformaron las de Gómez Palacio y Teotihuacán; Tenancingo, que será abierta en fecha próxima, y otras cuatro que están en proyecto, entre ellas la elevación de Texcoco a arquidiócesis, con lo cual la cifra aumentaría también el número de provincias eclesiásticas, de 18 a 19, y el actual presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano se convertiría en arzobispo.