La Navidad que nos regalamos
Antes, el tiempo entre una Navidad y otra era muy largo. En estos tiempos de velocidad de acontecimientos se suceden unas a otras las hojas del calendario que vuelan, acumulando dificultades para asimilar lo que nos pasa.
Las Navidades, con el consiguiente fin de año y sus saldos, hacen florecer nuestro apego al existencialismo, donde somos con nuestros actos los constructores de nuestro destino. Confundiendo la obra individual con el acontecer colectivo, hemos sembrado una realidad sombría, donde lo racional está ligado a la crisis, la catástrofe, el escepticismo, la espera de algo que destruya toda la tristeza que hemos construido, juntos y por separado.
¿Dónde estábamos hace un año? ¿Quiénes están y quiénes se fueron? ¿Cuántas cenizas tenemos en las manos y cuántas flores llevamos en los últimos 365 días?
De niños poníamos un zapato en el árbol para que amaneciera con dulces; hoy un zapato, dignificando a un pueblo invadido, vuela contra la cabeza del jefe del imperio que dijo que llegó para salvarlos y les destruyó el país como ninguna peste y mal habían hecho a lo largo de siglos. Cerca de ahí dicen que nació Jesús el de Nazaret y luego de 2008 años es peor, mucho peor, el imperio estadunidense que el romano que crucificó al nazareno.
Hoy los templos están llenos de fariseos, como en ningún otro tiempo. Los poderes se lavan las manos, mientras ruedan cabezas y cifras que vemos lejanas, aunque sean en nuestro propio país, que cada vez desconocemos más. Cada año nos hemos acostumbrado a hacer el balance cuantificando pérdidas. Este 2008 que se va fue muy rico en ellas y hasta surgieron y transformaron movimientos políticos en nuevas religiones que no sólo anuncian, sino esperan con gozo las catástrofes. En las crisis económicas del mundo muchos han perdido, pero otros han ganado, pues la misma riqueza y su valor van de unas manos a otras, y se concentran mientras las pérdidas se expanden.
Ésta es una Navidad especial porque todos esperamos un año peor que el que se va. La “esperanza”, ese motorcito subjetivo y religioso que nos hace esperar mejorías sin hacer nada al respecto, que se piensa que nos traerá algo bueno sólo creyendo en ella, ahora está desacreditada. Se ha roto el dique y viene bajando la fuerza del despido, la bancarrota, la incertidumbre, y nada más nos queda agarrarnos de una piedra.
Los que se dicen revolucionarios han dejado de pensar en actuar y proponen resistir a la velocidad y cantidad de acontecimientos. Esto nos hará un poco cínicos el año próximo, pues todo mal tendrá una justificación y la cultura de la bancarrota se extenderá.
Dicen que el gobierno más difícil es el de uno mismo. Derrotar a nuestras propias debilidades es una frase fácil de entender, pero muy difícil de practicar en un mundo que se desorganiza y nos hace pensar y actuar espontáneamente frente a cada problema.
En esta Navidad es muy difícil enfrentarnos a reconocer errores, por lo que la mejor pomada es la soberbia para no reconocer el naufragio. Una buena dosis de acusación de nuestros problemas a otros alivia un poco el dolor, aunque al mismo tiempo lo acrecienta y amplía su espectro, frente a una realidad que nos golpea.
Estamos llenos de pérdidas: varios y varias se fueron como marinos y ya no regresarán, y si lo hacen, no serán lo mismo. Lo que queda es nostalgia, vacío, ausencia y regresar a ver hacia la tierra. El saudade portugués se universaliza ante las pérdidas de este año y las que vienen.
El país entero nos hemos regalado el desastre que tapamos con cemento por todas partes y mientras tapamos un hoyo en el ánimo abrimos cinco más, más grandes y escandalosos. Tanta obra superflua nos ha hecho ir perdiendo la memoria de lo que éramos y ahora somos un bosque con árboles sin raíces, sostenidos por las sombras de unos y otros.
¡Qué Navidad! Con una agonía de siete días de administración del pesimismo, esperando las catástrofes del año próximo, sus cifras de muerte, sus investigaciones policiales, los discursos, decapitados, los nuevos escándalos, la competencia electoral en los televisores, las llamadas de los bancos a que les pagues, el desempleo, los embotellamientos, los incendios, las inundaciones, los frentes y coaliciones, los zapatos en el aire, los accidentes y sus peritajes, la abundancia de mentiras y la competencia sobre quién es peor.
¿Cómo será la próxima Navidad? Ojalá nos regalemos algo distinto.