Fotos: Galería de Lima y Limón sobre mineros bolivianos, en picasaweb.google

El nuevo movimiento de los movimientos*

Antonio Negri**

(…) El movimiento de los movimientos nace, justamente, sobre una base que tiene el carácter de novedad teórica. Por lo tanto, se trata de interpretar la nueva figura que la democracia asume, la nueva figura del capitalismo y la nueva figura del poder; es decir, los límites de la democracia, los límites del desarrollo capitalista y los limites de la definición del poder moderno.

Los límites de la democracia

Recordemos que cuando el movimiento de los movimientos se presenta, expresa esencialmente una reivindicación democrática, una radicalización de la democracia, teniendo en cuenta los limites conceptuales y prácticos que la democracia presenta. ¿Qué significa esto? Significa que lo que se pone en discusión son, en general, los grandes temas fundamentales de la democracia, particularmente el tema de la representación. Sobre la representación se ejerce precisamente la primera gran experiencia de critica del movimiento.

La participación es un tema que se desarrollará desde Porto Alegre, según experiencias que se han basado sobre todo en los niveles municipales o en los niveles de gobierno regionales, que agregan fundamentalmente el valor de solicitar e impulsar la reflexión sobre la representación. No creo que nadie dentro del movimiento de los movimientos haya creído efectivamente que las experiencias de participación que se desarrollaron en torno a Porto Alegre poseyeran un significado general, típico o paradigmático. Se trataba, en realidad, de la cuestión de la transformación de la democracia, es decir, del retorno a los grandes problemas del poder constituyente.

Es necesario tomar en cuenta, con mucha atención, que cuando se enfrenta este tema crítico de la representación, se lo puede enfocar desde varios puntos de vista. Se lo puede encarar a partir de los mecanismos de la representación democrática, es decir, de la critica de la transferencia de la soberanía del pueblo a la nación, del pueblo al Estado. También se lo puede afrontar, por ejemplo, desde la ineficacia de la representación en la acción ejecutiva, esto es, en la disolución sistemática del concepto de gobierne en aquello que se denomina governance (gobernabilidad), es decir, en la disolución de la tradición de gobierno, de la política y su ejercicio. Esto significaría que, en general, está en crisis la relación entre el sujeto de la representación y el ejercicio del poder.

La cuestión del trabajo

La segunda gran temática que afronta el movimiento de los movimientos después de la representación es la cuestión del trabajo. Y cuando se la aborda, se lo puede hacer también desde varios puntos de vista. El punto de vista que con mayor frecuencia emerge en la discusión contemporánea y que se impone dentro del movimiento de los movimientos, consiste en la transformación del concepto de trabajo, en la percepción de que el trabajo es, sobre todo, actividad social. Esto significa que el concepto de trabajo se separa del concepto de industria; vale decir, el concepto de valorización se engancha cada vez más con el concepto de actividad social. Estamos afrontando una valoración del trabajo que se vuelve cada vez más subjetiva, una concepción del trabajo que es cada vez más una percepción de la cooperación laboral, de la capacidad de relacionarse en una actividad de la nueva cualidad común de la actividad social, a la que llamamos trabajo. Tengo la impresión de que esta concepción del trabajo es la que ha sido privilegiada dentro del movimiento de los movimientos.

Esto significa en sí la manera en la que el capital pueda asumir esta nueva forma de trabajo. Hasta ahora, puede ser pensada en el nivel en que el trabajo es concebido como capital variable, es decir, como algo que puede ser valorizado sólo cuando es introducido como capital constante. Es posible que la actividad social como nuevo concepto del trabajo sea concebida dentro del concepto de capital sólo cuando sea considerada como elemento de valorización. Es, pues, el problema del capital unitario en el sentido que Marx le ha dado. Evidentemente, aquí surge también otro problema: el do cómo concebir y considerar el desarrollo hoy en día (…)

Poder constituyente y Estado-nación en América Latina

Sin embargo, ante esta situación –en la cual, insisto, las organizaciones de la izquierda no existen más– el ciclo de luchas de la nueva fase, de la nueva época, el movimiento de los movimientos continúa de todas maneras viviendo y subsistiendo en el mundo. Es por esto que resulta tan interesante la situación de América Latina, porque aquí están vivas algunas condiciones características del movimiento de las que he mencionado arriba, tanto en el terreno de la crítica de la representación como en el terreno de la crítica del concepto de trabajo y en el de la crítica del poder.

Es evidente que –por la situación en que se encuentra el poder del capitalismo internacional y del capitalismo global después de la guerra a nivel mundial y después del 11 de Septiembre– en América Latina se ha roto la relación de dependencia con el centro imperial. Esta ruptura es un elemento absolutamente fundamental, y no solamente desde el punto de vista del análisis de la configuración global del capitalismo, sino también de la condición de los movimientos. La ruptura de esta relación de dependencia es la consecuencia del hecho de que América Latina se encuentra en una situación de interdependencia en el mundo global, lo que determina condiciones absolutamente distintas y nuevas. Es justamente sobre este terreno que las características de los nuevos movimientos han encontrado una expresión excepcional. Bastaría hablar de lo que está sucediendo actualmente en Bolivia para comprender lo que hemos dicho a propósito de las nuevas determinaciones de la lucha de clases, porque resulta absolutamente evidente que eso es lo que está en juego. No digo que esto sea un modelo, sino que es una experiencia, y sería fantástico que pudiera convertirse en un modelo.

Desde el punto de vista del conocimiento actual, es evidente que la experimentación de las relaciones entre movimiento y gobierno son un tema absolutamente central. Fíjense bien, cuando planteamos este problema desde el punto de vista de la lucha de clases, planteamos lo que los capitalistas están también planteándose desde su posición. En la medida en que la producción no es más una producción que pueda ser concentrada en lugares fijos, que el control social pueda pasar sobre la organización de la clase obrera central, en la medida en que las luchas han destruido la capacidad del Estado-nación de intervenir con sus propios medios en la lucha de clases para bloquearla y dominarla, la estructura misma del Estado-nación está en crisis, porque no es capaz de ejercer su dominación sino dentro de un sistema mundial, de un sistema que tiene que negociarse con otros. Esta es una situación en la que los elementos de decisión política se vuelven cada vez más trascendentales. En esta situación, está en crisis la forma misma del gobierno constitucional de derecho. Es evidente que el Estado-nación europeo –para no hablar de los demás– no tiene ni la posibilidad de ejercer el monopolio de la fuerza, ni la capacidad de determinar el valor de su moneda, ni la posibilidad de determinar de manera independiente su ruptura, al margen de lo que se concibe como relaciones internacionales o relaciones globales.

La noción normal de los gobiernos sobre el ejercicio del derecho de gestión del poder público basado en el carácter universal y general de la ley que se deduce hasta la decisión de casos concretos, se vuelve imposible a nivel global y a nivel local por la relación de fuerzas existente, y son justamente las otras experiencias de gobierno –las que se ejercen continuamente a partir de decisiones de casos concretos– las más gobernables.

Todo esto muestra hasta qué punto la fragmentación de las capacidades de descentralización del Estado lo vuelven frágil; hasta que punto los procesos de gobierno se vuelven cada vez más incapaces de ejercer su pleno poder. Pero cuando afirmamos esto, retomando el nivel de la administración efectiva de la sociedad, vemos el mismo dualismo que encontramos en el capital. Es decir que el mismo capital es imposible para el capital constante, pero al mismo tiempo el capital, en tanto centro productor, hace imposible el gobierno del capital variable, porque éste es el lado activo, es cognitivo, y por eso mismo tiene una cualidad que hace imposible reducirlo a una cantidad. Por este motivo, la producción social y la ley del valor funcionan solamente en tanto expropiación de la cooperación social; este es el problema. Para gobernar hoy se necesita a los movimientos; no podernos gobernar sin ellos. Es ridículo, ¿no? Tanto como que la izquierda tenga que enseñarle a la derecha la forma de gobernar.

Pero es evidente que volvemos a un problema central, el problema del poder constituyente. Es decir que desarrollar esta forma de gobierno entre los movimientos y la ejecución y la voluntad de los movimientos no es simple; puede estar llena de contradicciones. La autonomía en sí misma no es algo que pueda resolver el problema, la sociedad continúa siendo una sociedad compleja. Por lo tanto, cuando logramos hacer intervenir en esta acción continua –que es gobernar hoy– el concepto de la práctica en común, solamente entonces gobernar se hace posible, y se hace posible de una manera revolucionaria, construyendo lo común.

Esta construcción de lo común significa hoy recuperar todas las fuerzas de libertad y de igualdad que existen en nuestra sociedad y que están ligadas, fíjense bien, a la nueva forma que el trabajo asume. No es posible hablar del valor sin libertad, y no producimos valor sin lo común. Lo común y la libertad son dos cosas absolutamente ligadas entre sí, y este es el enorme problema y la gran desutopía. Y lo afirmo porque parece lejano como una utopía, pero está ya en la experiencia de cada día, y por lo tanto la llamamos así: una utopía a la inversa, una esperanza que vive y un modelo a construir. Creo que eso es lo que el movimiento de los movimientos nos ha enseñado, y espero que el ciclo de luchas que hemos visto continúe, más allá de la derrota relativa que los movimientos han vivido en Europa y en América del Norte. Hoy América Latina tiene una importancia central gracias a estas experiencias, es nuestra esperanza, y América Latina llega hasta Nueva York.

Comentario de Álvaro García Linera***

Comentar a Toni es una labor muy complicada (…) Voy a intentar detenerme en algunos puntos para dialogar a partir de la experiencia boliviana, para hacerle conocer algunos aspectos de nuestro país y para que eso pudiera servir también como insumo para sus posteriores reflexiones (…)

Nuevas formas de organización del trabajo en Bolivia

Con relación a la fragmentación de la organización del trabajo, si bien no somos una sociedad plenamente industrial en el sentido clásico del término, está claro que los niveles de industrialización que ha tenido América Latina –y Bolivia– entre los años treinta y en los ochenta se han visto radicalmente modificados. Hubo un proceso de adelgazamiento de la producción industrial en el país, incluso de desconcentración de los procesos laborales, de la articulación en red de pequeñas empresas desconcentradas y parcializadas, que sin duda ha modificado la idea general de lo que entendemos por desarrollo industrial. Atrás han quedado las grandes fábricas con sus grandes chimeneas, con sus grandes ciudadelas obreras; lo que hoy tenemos es una actividad laboral fragmentada y diluida en el ámbito de la pluralidad de las actividades sociales de nuestro país.

En buena parte, esto ayuda a entender bien la disolución de la fuerza Organizativa y política de la Central Obrera Boliviana (COB), una central de trabajadores que intentó aglutinar, en tomo al mundo obrero, al resto de la sociedad boliviana, y que tuvo como núcleo a los trabajadores de las minas de estaño y de las grandes fábricas urbanas, que fueron protagonistas de los grandes procesos de transformación revolucionaria de los años cincuenta. Esta COB, que a momentos llegó a actuar incluso como un poder alternativo al poder estatal, logró crear un bloque social de campesinos, clases medias, trabajadores urbanos y otros, aunque, sin duda, su núcleo fueron las grandes minas y las grandes fábricas.

Estas grandes minas y estas grandes fábricas hoy han desaparecido; en cambio tenemos pequeñas minas y pequeñas fábricas, numerosísimas en cantidad, pero de reducido número en su concentración de fuerza de trabajo.

Además de una desconcentración territorial, dentro de los procesos organizativos del trabajo se da una ruptura de los mecanismos de disciplina y de transmisión de saberes del obrero mayor al obrero joven –que antes garantizaban la unidad de acción del movimiento obrero–, al sustituirse la disciplina por transmisión de saberes y por antigüedad, vinculados al asenso ya a una mejor renumeración, por otra forma de disciplina. Esta transferencia de los conocimientos productivos ya no está dentro del mundo obrero, sino en manos de la patronal, a través de la transmisión empresarial de conocimientos. Asistimos, pues, a una auténtica disolución de los mecanismos tradicionales de disciplina del movimiento obrero.

Un segundo elemento que coloca Toni sobre las transformaciones del capitalismo es el tema de las migraciones. En el caso de Bolivia tenemos, no recientemente sino de larga data, procesos migratorios intensos. La circulación de obreros bolivianos hacia la Argentina o hacia Chile o de Chile hacia Bolivia y de Argentina hacia Bolivia a principios del siglo XX, se intensificó notablemente. A partir de los años sesenta la migración de obreros bolivianos se dirigió fundamentalmente a tres lugares: la Argentina, el Brasil, los Estados Unidos, y recientemente, a España.

En los últimos meses hemos visto la ampliación de este proceso migratorio, que no solamente es fuerza de trabajo simple –campesinos o pequeños productores–, sino que también abarca a clases medias profesionales. Resulta así, a modo de paréntesis, que Bolivia puede gastar cerca de 60 mil dólares para formar un profesional y que luego éste trabaja de lavador de ropa, de barrendero o de cuidador de ancianos en algún lugar de Europa o de los Estados Unidos.

Hay un proceso de ampliación de esta migración, que sin duda tiene influencias notables, primero, en la fuga de capacidades productivas internas, aunque la contraparte es el ingreso y el retorno de capitales por las remesas de estos trabajadores a sus familiares. Y segundo, Bolivia debe ser una de las sociedades, posiblemente junto con la Argentina, el Salvador y el Ecuador, con elevadas tasas de migración en el continente, en especial durante los últimos 10 años.

Otro elemento que menciona Toni es el del cambio en el carácter del consumo de la fuerza de trabajo, un paso de lo material físico hacia lo cognitivo. Este es un tema que ya lo había estudiado Marx en el siglo XIX a través de la categoría que mencionaba Toni: la subsunción formal del proceso de trabajo bajo el capital.

Marx plantea que la capacidad intelectiva de las personas cuenta más que el esfuerzo físico, situación que tiende a aumentar. Sin embargo, está claro que en el desarrollo del capitalismo nunca contó solamente lo físico, porque la fuerza de trabajo siempre tuvo dos componentes: el componente intelectual-cognitivo y el componente físico.

Lo que ha hecho el capitalismo contemporáneo es modificar la relación entre lo intelectivo y lo físico, ampliando cada vez más el esfuerzo intelectivo y reduciendo a lo mínimo la parte física a medida que se desarrolla la tecnología, puesto que el esfuerzo físico puede ser sustituido por máquinas.

En cambio, para la actividad intelectiva y cognitiva, Marx marca una modificación en el polo capitalista: que lo intelectivo es social. Es un hecho universal el trabajo físico individualizado y más personalizado, que también es fruto de la colectividad, pero no hay nada más universal que lo cognitivo, lo intelectivo y lo asociativo. Ciertamente, el capitalismo se desarrolla mediante una apropiación creciente de la capacidad cognitiva, que es un producto y una fuerza productiva universal y universalizante; de ahí este carácter totalizante y universal del desarrollo contemporáneo del capitalismo.

Toni introduce una categoría muy interesante, yo diría rica: el movimiento de los movimientos, porque eso nos permite ver la acción colectiva, la actividad de la sociedad, el movimiento obrero, no a partir solamente de su estructura, sino fundamentalmente de su acción. La clave de la acción colectiva de la sociedad es justamente eso: su proceso, su movilización, que se objetivizan en sus estructuras, sus discursos, sus liderazgos. Pero lo fundamental es, sin duda, la propia acción y la propia movilización. De ahí el concepto preciso y valioso de movimiento de los movimientos (…)

Democracia y representación en Bolivia

Toni menciona que uno de los puntos que estaría siendo sometido a crítica por este proceso del capitalismo es el de la democracia, fundamentalmente el de la representación política, un asunto muy cercano a nosotros.

La democracia es, por definición, una contradicción en sí misma. Por una parte, es el proceso de disolución de la toma de decisiones de la propia sociedad, pero por otra, tal como se ha dado históricamente, es el proceso de concentración de la toma de decisiones. Cuando se habla de concentración se está hablando de representación. Una sociedad de nueve millones de habitantes o de 60 ó de 100 ó de 200 millones de habitantes tiene que tomar decisiones, y al tomar decisiones tiene que concentrar. No siempre pueden concentrarse los nueve millones de personas para tomar estas decisiones, por lo tanto, hay que delegar responsabilidad y representar.

Pero al delegar –lo que es a la vez una doble contradicción– uno entrega su voluntad a otro y es necesario volver a verificar la decisión de uno; resulta contradictorio porque ya no es uno el que toma la decisión, sino que será otro quien lo haga por uno. Si no se delega, no hay eficacia en la toma de decisión, y si se delega, se está entregando la voluntad de uno al criterio y la voluntad de otro.

Esta contradicción viene desde la época de Cristo hasta nuestros días, son distintas modificaciones. Nosotros aquí en Bolivia, vivimos nuestro proceso por una parte como una gran expansión de la democracia que sale a las carreteras, a las calles, que se moviliza en sus sindicatos, en sus barrios, se indigna contra los gobernantes, les quita el derecho a tomar decisiones –Sánchez de Lozada, Carlos Mesa y otros– y resuelve asumirse con ese derecho. Este es el momento de la expansión del hecho democrático, la democracia se visibiliza como un derecho real, no meramente formal de depositar el voto.

Bolivia ha vivido los últimos siete años en un ciclo de intensas movilizaciones sociales que pueden ser leídas como ciclos de intensas reinvenciones de la democracia: amas de casa, jóvenes, campesinos, obreros, intelectuales, deliberando, tomando decisiones en sus manos, planteando sus objetivos, cambiando gobernantes y definiendo lo que tiene que hacerse con el país: nacionalizar los hidrocarburos, la Asamblea Constituyente, recuperar los recursos naturales. Como un programa de acción de gobierno, de gestión de lo colectivo que no nació ni de las universidades ni del antiguo movimiento obrero, sino de los procesos de deliberación democrática de la sociedad plebeya, desde sus centros territoriales locales, que se fueron agrandando y convirtiendo en grandes centros de deliberación general.

Pero ¿hasta cuándo puede mantenerse este movimiento, hasta dónde se puede mantener un proceso ininterrumpido y permanente de deliberación y de asunción directa en la sociedad de sus decisiones sin necesidad de delegar? La experiencia que tenemos en Bolivia en los últimos años –que también la podemos comparar con otro ciclo de movilizaciones de los años ochenta, parecido al actual pero con otro eje articulador: obrero, indígena, campesino– es que la sociedad pareciera tener momentos de gran movilización, deliberación y reapropiación de sus decisiones, donde no acepta ser representada, sino que exige representarse a ella misma en procesos de autorepresentación social.

Pero llega un momento en que esto no continúa, llega a un límite, comienza a reducirse, y hay que estudiar los motivos. Entonces, comienza a plantearse la delegación de funciones, la entrega de voluntad, no solamente en elecciones internas electorales sino, incluso, en términos de las propias necesidades básicas.

Tomo como ejemplo la lucha por la recuperación de la empresa del agua en Cochabamba, con la que se inició esta época de grandes movilizaciones sociales en Bolivia. La gente de Cochabamba se movilizó, expulsó a una empresa, cambió la ley, desconoció al Parlamento y dijo que el agua no debería ser privada, que debería ser de la sociedad; la tomó directamente y luego de hacer eso, se replegó a su casa a esperar tenerla pronto.

¿Hasta qué punto es posible mantener ininterrumpidamente el movimiento de reapropiación o cuáles son las condiciones que explican que la sociedad, después de haber conquistado y de haber ejercido su derecho democrático, luego busque un camino de delegación? En el fondo nuestro gobierno es eso, en el fondo es el resultado de un gigantesco proceso de movilización social, de autorepresentación social y de cinco años ininterrumpidos con decenas de muertos, perseguidos, mutilados; de heroicas movilizaciones que se expanden por todo el país, y luego la gente dice: “Bueno, aquí está mi voto y usted, compañero, encárguese de continuar lo que yo hice”.

¿Fue correcto o no lo fue? ¿Hasta qué punto no sería mejor esperar que la sociedad siga movilizándose y entonces el gobierno, resultado de esta movilización, se convierta en algo irrelevante, secundario, innecesario?

¿Cómo fue que la sociedad llegó hasta ahí y entregó la posta a unos representantes para luego replegarse temporalmente a la espera de que ellos hagan cosas que habían sido esperadas por la sociedad? ¿Cómo pensar en la posibilidad de una nueva democratización de la sociedad que no sea cuánto hace el gobierno, sino cuánto vuelve a movilizarse nuevamente la sociedad para ir por encima o por debajo del gobierno, a una nueva oleada? Esa es nuestra esperanza, y ahora hablo como gobernante, pero también como investigador.

La clave aquí es preguntarse: ¿es posible que la sociedad se mantenga movilizada ininterrumpidamente, es posible pensar en un proceso de autorepresentación? Hay algunas pistas en el mundo campesino indígena de tierras altas y de tierras bajas, donde existen procesos de representación, pero donde no hay un proceso de delegación del poder. La autoridad tiene que cumplir el mandato, pero el mandato en sí mismo no tiene poder, no tiene un mecanismo de coerción, no tiene un mecanismo económico. La ejecución depende de la delegación de la propia decisión de la colectividad, incluso para poder pagar el transporte del representante; esa es una experiencia local comunitaria boliviana.

Que esto pueda potenciarse para ir generando un mecanismo de representación que no signifique delegación de las decisiones, que no sea simplemente representación de la decisión, sino más bien preservación de la capacidad de mando material y objetiva de la sociedad que está siendo representada, a eso le hemos llamado un proceso de comunitarización del poder. Es otro término complicado y contradictorio en sí mismo, porque todo poder es por definición monopolio y todo comunitarismo es por definición socialización.

Pero quizás valga la pena cabalgar sobre la contradicción, quizás sea esta la mejor forma de romper con la governance, que es la anulación de la contradicción. La clave de una nueva izquierda es cabalgar sobre la contradicción, vivir en la contradicción como única manera de permitir siempre el flujo vital de la sociedad, pero a la vez, la eficacia de esa vitalidad en imagen y decisión.

Apostar solamente a la movilización social y a la posibilidad de las grandes acciones colectivas es deseable para cualquier revolucionario. Resulta asimismo idealista porque la sociedad no se moviliza permanentemente ni ininterrumpidamente; la sociedad también reposa y luego vuelve a movilizarse, luego vuelve a reposar; el lapso de esos reposos puede ser de una semana o pueden pasar décadas, es imprevisible (…)

Movimiento de los movimientos en América Latina y en Bolivia

El continente latinoamericano, nos planteaba Toni –y comparto la idea–, está viviendo un proceso de transformaciones muy intensas. En el debate académico y político en América Latina, esto es visto como que existen gobiernos de izquierda; esa es la superficie. Pero, en el fondo del fondo, yo creo que lo que describe Toni es correcto: hay una ruptura y un debilitamiento de los mecanismos de dependencia del poder central.

Esto no es solamente un hecho de voluntad política o de liderazgo. Hay una base material del continente en biodiversidad y recursos energéticos que permite una plataforma de intervención y de eficacia en cierta toma de decisiones a nivel mundial; una consolidación creciente de un mercado regional frente a Europa, frente a la China y frente a la India. Pero también hay múltiples, sofisticados y difusos, pero activos, mecanismos de su acreditación que todavía están vigentes.

Buena parte del empleo continental y la deuda externa latinoamericana de los años sesenta y setenta se sostuvieron sobre los petrodólares, y eso permitió crear una serie de grilletes y de cadenas al desarrollo continental. Era muy evidente que el continente era un siervo frente a otros poderes. En el momento actual los petrodólares han retrocedido o han surgido otros “petrodólares locales”, otra forma de riqueza local que ha permitido una relativa soberanía.

En Bolivia, hace tres años, exportábamos 1.600 millones de dólares, hoy estamos exportando 4.000 millones de dólares; en dos años hemos casi triplicado la exportación. Eso tiene relación con el potenciamiento de sectores productivos, pero también con una mayor capacidad de este gobierno para tomar decisiones.

Hasta hace dos años, los gobiernos bolivianos tenían que ir al Fondo Monetario Internacional o al Banco Mundial a pedir dinero para pagar salarios a sus trabajadores. Hoy no tiene por qué pasar por eso; puede pagar salarios con sus propios recursos. ¿Significa que estamos regresando al capitalismo de Estado de los años sesenta? No, porque los mecanismos de interdependencia y de interconexión son mucho más evidentes. Hay exportación de este país porque hay la China que consume más mineral, hay la India que extrae su producción, y si no fuera por eso, nuestras exportaciones estarían limitadas y no tendríamos la solvencia para tomar decisiones.

Entonces, hay una renovación de mecanismos de decisión autónoma con otros flujos de determinación externa. Lo que ha variado son las características de esos flujos externos y la fuerza de los mecanismos de decisión interna, lo que está permitiendo, sin duda, una reconfiguración del continente. En cierta medida, pareciera ser que el continente latinoamericano se está adelantando a otros en estas cosas.

Esta modificación de la relación de dependencia y de soberanía –no en el sentido decimonónico, sino en el sentido contemporáneo de que puede haber soberanía relativa sobre ciertos asuntos y dependencia sobre otros– está permitiendo cosas muy interesantes en el continente. Potencialmente, existen mayores procesos de integración, un despertar más activo de una sociedad civil que se querella por el excedente y su distribución más correcta, y que al querellarse por la distribución del excedente crea formas de participación y de acción política diversas, desde las autónomas hasta las mediadas o subordinadas a viejos y nuevos poderes. Pero, en todo caso, el continente –y no solamente Bolivia– es una zona de experimentación de nuevas formas del movimiento de los movimientos.

Creo que en Latinoamérica se están inventando cosas nuevas, que a veces parecen antiguas pero que en el fondo son muy nuevas. La experiencia Argentina con el movimiento piquetero, los procesos de intercambio de productos y el fomento del comercio solidario, experiencias urbanas que fueron un modo de desarrollo de la creatividad social; la experiencia brasilera con el Movimiento Sin Tierra y las experiencias de gobierno regional y municipal han creado otro escenario de experimentación de mecanismos de organización muy nuevos. Y Bolivia, a su modo, tiene también su propio aporte en lo nuevo.

Hemos pasado de una forma de movilización territorializada –fábrica, gran empresa– a un tipo de acción colectiva desterritorializada usando abusivamente de su poder. Es la movilización de El Alto, la movilización del altiplano aimara, la movilización de los regantes y ciudadanos de Cochabamba.

Estas grandes movilizacionens no partieron de una fábrica ni de un barrio, sino de múltiples actores, obreros, microempresarios, campesinos, intelectuales que, a partir de redes locales territoriales, crearon otra red flexible, móvil, que se desplazo a lo largo de la sociedad y que ocupó el territorio, porque no pertenecía a un territorio especifico, porque podía moverse como si la totalidad del territorio fuera propia.

En Bolivia no hay movimientos sociales de base territorial; podría decirse que lo que hay son movimientos sociales con temáticas transversales. El tema del agua y el tema del gas juntan a campesinos, a intelectuales, a pequeños productores, a comerciantes, a obreros asalariados, que se mueven en torno a un objetivo. Una vez conquistado el objetivo, cada cual regresa a su actividad local, territorial, para luego ser convocados nuevamente por otra acción colectiva, por otra movilización y por otra demanda.

Algo nuevo acá, que resulta central para entender Bolivia, es el replanteamiento del terna de la identidad. Toni Negri decía que, en el fondo, todo es lucha de clases –yo coincido plenamente con esa afirmación–, y lo interesante en Bolivia es que las clases sociales han sido construidas étnicamente o, si se prefiere, hay una dimensión étnica de la clase social.

En el fondo, toda clase social tiene una dimensión étnica cultural, pero no siempre la dimensión étnica cultural es el mecanismo mediante el cual se visibilizan las clases sociales. En el mundo entero, las sociedades tienen una dimensión y un componente étnico cultural, pero las circunstancias han hecho que en Bolivia esta parte étnica cultural de la constitución material de las clases sociales sea el resorte identitario movilizador en torno al cual se despiertan las convocatorias, las indignaciones y las propuestas frente al Estado.

Afirmar que hay clases por un lado y etnias o celectividades étnicas culturales nacionales por otro es falso, porque en el fondo la sociedad contemporánea y los Estados contemporáneos son siempre racializados, aunque han escondido este su carácter detrás de un discurso de universalidad respecto del liberalismo del siglo XVIII, cuando estaban en ese proceso.

En el caso de Bolivia, la forma de visibilización de la organización, no la única pero la más importante y con mayor capacidad de presión social, se ha hecho notoria a partir de la reivindicación del complemento étnico, cultural y de identidad. Y no por casualidad, porque era una sociedad racista que escondía la dominación de clase detrás de una dominación étnica, y las clases sociales podían visibilizarse a partir del color de la piel, del idioma, del apellido.

Lo interesante en Bolivia es que hay una movilización colectiva de pequeños productores, de obreros fragmentados, de obreros desterritorializados, pero que no se movilizan ni levantan sus banderas públicas a través de la identidad obrera, sino de la identidad cultural o, en otros casos, a partir de una temática aglutinadora. Por supuesto, eso obliga a reinventar las formas de organización, las formas discursivas y las formas de interconexión.

El trabajo que se requiere para juntar las cosas es infinito y la sociedad ha hecho innumerables esfuerzos en ese sentido, porque lo que prevalece en la sociedad es, sin duda, la fuerza de la segregación, que es lo normal; lo no normal es la fuerza de agregación. Construir mecanismos de agregación; entender que tenía que ser por temas y no necesariamente por programas de corte partidario; el tener que comprender que las estructuras políticas tenían que tener este carácter flexible de alianzas y no de monolíticas organizaciones al estilo clásico, ha requerido también un debate interno entre dirigentes, organizaciones y la propia iniciativa social de las personas.


* El texto publicado en este Cuaderno es una versión editada del capitulo “El movimiento de los movimientos” que forma parte de Imperio, multitud y sociedad abigarrada. Este último compila las presentaciones de Toni Negri, Michael Hardt, Giuseppe Cocco, Judith Revel, Álvaro García Linera y Luis Tapia en el ciclo de Seminarios Internacionales titulado “Pensando el mundo desde Bolivia” (La Paz, Bolivia, 2008).

** (Padua, 1 de agosto 1933). Filósofo y militante marxista. Miembro del Partido Socialista Italiano (PSI) hasta 1963 y fundador, entre otros, del grupo Potere Operaio (Poder Obrero). En los años ’70 participó activamente en el proyecto Autonomía Operaia. Escribió junto a reconocidos referentes del movimiento obrero, estudiantil y feminista italiano, entre los que se destacan Raniero Panzieri, Mario Tronti, Sergio Bologna, Romano Alquati, Mariarosa Dalla Costa y Franco Berardi (Bifo). Más recientemente, en coautoría con Michael Hardt, publicó Imperio (2000) obra que generó un amplio debate y aún no cerrado debate.

*** Vicepresidente de Bolivia (compartió fórmula con Evo Morales y asumió el 21 de enero del 2006). Comprometido con la docencia, la investigación social y la política militante se vinculó desde temprana edad con los grupos de trabajadores mineros e indígenas de su país. Autor, entre otros, de: Estado multinacional (2005); Sociología de los movimientos sociales en Bolivia (2004); y “Los impactos de la capitalización: Evaluación a medio término”, en Diez años de la capitalización, Luces y Sombras (2004).