Algunos días, nada más
Se dice que Stendhal escribió su gran novela La cartuja de Parma en sólo 45 días. ¿Habrá sonreído satisfecho cuando le puso punto final?
Por su parte, al cumplir 45 días de haber tomado posesión, el presidente Felipe Calderón se mostró muy sonriente y satisfecho cuando en una conferencia de prensa anunció, triunfante, que México era ya un país seguro y estable, gracias a una varita mágica –¿ametralladoras, fusiles, tanques?– que sostenía firmemente con el apoyo de sus tres manos derechas, los secretarios de Defensa, Marina y Gobernación (hasta ahora van sólo tres que han ocupado este puesto, ¿le gustan las tríadas?), amén de muchos soldados a los que se aumentó el salario, en ese entonces 12 por ciento, que de ninguna manera desataría la inflación porque eran para combatir el narcotráfico: la inflación podría desatarla, ésa si, un aumento mayor al 3 por ciento –un peso con 80 centavos– al salario mínimo, aunque la tortilla hubiera alcanzado un precio ¿fijo? mayor en 40 por ciento a lo que costaba en 2006, precio acordado por el presidente y los que muy probablemente –obvio– la acaparan (el dólar seguía ¿estable?).
Ha habido desgraciadamente muchos momentos semejantes en México, cuando todavía no se exportaba a nuestros campesinos ni se importaba el maíz. Me remonto al siglo XVII, cuando sobrevinieron lluvias, nevadas y sequías en el campo, y los comerciantes y las autoridades escondieron el grano para especular, primero el trigo, la cebada y luego el maíz. La fecha exacta: 1692, aún en vida de nuestra Décima Musa, en tiempos del virrey conde de Galve. Un motín indígena fue la consecuencia. Lo describe en un texto, Alboroto y motín de los indios de México, don Carlos de Sigüenza y Góngora de ilustre memoria, criollo protonacionalista, historiador, admirador de los indios (muertos), pero criollo al fin, quien, precipitándose al edificio donde se guardaban los archivos virreinales para salvar de la ira popular los documentos, exclamó lo siguiente: “No se veía ni una sola cara blanca en medio de aquel tumulto” Y relatando el origen del desaguisado explica:
“Lo que se experimentó de trabajos en México en esos 13 días no es ponderable; nadie entraba en la ciudad por no estar andables los caminos y las calzadas; faltó el carbón, la leña, la fruta, las hortalizas, las aves y cuanto se conduce de afuera todos los días, así para sustento de los vecinos, que somos muchos, como de los animales domésticos, que no son pocos…” Las autoridades se contentan con pedir a Dios que les ayude con oraciones para paliar las tribulaciones, y, anota don Carlos “sólo porque Su Divina Majestad se lo mandaría cesó la lluvia”, pero no el hambre ni la voracidad de los que comerciaban con lo necesario. El virrey ordena que, “sin dejar en la provincia de Chalco sino lo necesario para el sustento preciso de sus habitantes, enviase a México, sin atender a quejas y súplicas cuanto allí se hallase”. Y añade don Carlos en su relación al almirante don Andrés del Pez:
“Los que más instaban en estas quejas era los indios, gente la más ingrata, desconocida, quejumbrosa e inquieta que Dios crió, la más favorecida con privilegios y a cuyo abrigo se arroja a iniquidades y sinrazones, y las consigue”. Un motín encabezado por ellos se produce, se roba en el mercado y se queman varios edificios de gobierno. Don Carlos, espantado, reproduce las palabras de los amotinados: “!Mueran los españoles y gachupines que nos comen nuestro maíz!, y exhortándose los unos a los otros a tener valor, supuesto que ya no había otro Cortés que los sujetase, se arrojaban a la plaza a acompañar a los otros y tirar piedras. ‘¡Ea señoras!’ se decían en su lengua las indias unas a otras, ¡vamos con alegría a esta guerra, y, como quiera Dios que se acaben en ella los españoles, no importa que muramos sin confesión! ¿No es esta nuestra tierra? Pues, ¿qué quieren en ella los españoles?”
No creo necesario agregar nada: es útil, sin embargo, recordar antiguos acontecimientos conservados por la historia.