Nuevas rutas migrantes
Se sabe. Se repite y se confirma. Se comentó cuando el actual Congreso estadunidense aprobó la construcción del muro en la frontera con México. Se platicó y se sigue haciendo hoy en día toda vez que la UE realiza u organiza algún nuevo operativo de control de sus fronteras. Toda represión y tentativa de frenar la inmigración, sea a través de muros, de operativos policiacos, operaciones aeronavales, acuerdos bilaterales con países de tránsito o lo que se le ocurra al represor en turno, la migración no se para. No es una llave del agua que se pueda cerrar. No es un flujo que se pueda interrumpir. Es más bien una corriente en el mar de la humanidad. Y como tal seguirá existiendo. Sólo podrá cambiar su rumbo y dirección. Y así, los operativos en contra de la migración ilegal a la UE provoca que se abran nuevas rutas o quizás que nada más se refuercen viejos caminos hasta hace poco menos frecuentados.
Es la historia de un niño de 13 años, que, aunque suene raro, es un hombre de 13 años, como muchos que se ven en nuestro país. Quiere ir a Europa. Sale una noche de Herat, sur de Afganistán, país que recientemente ocupa las primeras posiciones de las naciones expulsoras de migrantes. Trescientos dólares para llegar a Irán. Podría ahorrar algo y salir aún más al sur, pero no sólo tendría que caminar un día en medio del desierto, en lugar de tres días en la montaña, sino que también en el sur hay más campos minados que en otros lugares. Desde Teherán u otra ciudad iraní, puedes escoger el medio de transporte y el precio que pagarás por él: un automóvil, nueve personas en él, más el chofer; éste decide: tú estás al frente junto a tu amigo, ustedes atrás, otros tres en el maletero; o subirse a un camión de carga, 100 personas atrapadas atrás. El camión se avienta corriendo a la carretera de día y de noche con las luces apagadas para romper cualquier obstáculo que se encuentre al frente y para que nadie lo vea, inclusive un posible retén policiaco. La semana pasada un camión volcó: 45 muertos entre los pasajeros. Los otros fueron al hospital con los huesos rotos. Nuestro niño escoge el automóvil, mismo que parará cuando el chofer diga. Necesidades ajenas no existen, nada más las del pollo, como le dicen al traficante de personas local.
Los pollos son kurdos iraníes. Una vez más entre excluidos se construye la nueva explotación que quita dignidad y esperanza a cualquier sueño de resistencia. Son ellos quienes llevan a nuestro niño hasta las puertas de la UE: Estambul, Turquía. El niño sale del camión a salvo. “Falta cruzar el río”, sonríe, “y llegaré.” Ese río no es el Bravo, sino el Mediterráneo que lo separa de Grecia. El niño logra llegar al puerto de donde decenas de barcos zarpan rumbo a los puertos europeos cargados de tráileres cargados a su vez de las mercancías que ni en tiempo de crisis paran su circulación sin fronteras. Escondido abajo del remolque, el niño de 13 años pasa 48 horas de navegación hacia lo desconocido. Finalmente el barco llega al puerto de Venecia. Está inundada la ciudad en estos días, pero poco importa, porque es más fuerte la inundación de esperanzas y miedos que el niño lleva adentro. Respira hondo y se engancha como puede a los ejes del camión que lo lleva primero fuera del puerto y luego sobre el puente largo algunos kilómetros que lo separa de tierra firme. Ya está, casi. El semáforo se pone en verde, el camión arranca. El niño ya no puede aguantar y se suelta. Las llantas traseras del camión de carga lo aplastan.
Quisiéramos tener la creatividad para inventar historias. Nos conformamos con las historias reales, las que suceden a diario y que sucedieron hace pocos días. Después de las rutas en el Sahara, de los barcos en el Mediterráneo, las Islas Canarias, nuevas corrientes se crean en otras latitudes. Sobre las rutas abiertas por Marco Polo, que justamente de Venecia había salido a conocer al Oriente, o sobre las mismas rutas que había recorrido el conquistador Gengis Khan, hoy se desplazan los de Bangladesh, los de Birmania, los de Camboya, los de Pakistán, pero sobre todo los de Afganistán. Entre talibanes, opio y traficantes sin escrúpulos, salen millones de ellos rumbo al sueño europeo.
Durante la “guerra santa” en contra de la invasión soviética se hablaba de 6 millones de desplazados, sobre todo rumbo a Irán. Hoy se sabe que ya no se conforman con Irán. Y se mueven. No hay datos ciertos porque en muchas ocasiones las autoridades europeas, las griegas sobre todo, los llevan de vuelta sin siquiera anotar su presencia o denunciando su existencia a las oficinas de ACNUR. Y no es novedad. Solamente en Grecia en el último año se ha concedido asilo o refugio a 0.04 por ciento de los demandantes. Una cifra insignificante que ofrece una muestra clara de las intenciones griegas primero y europeas en general. Sin embargo, los que llegan envían información y noticias. Y las corrientes se agrandan: 12 mil 500 los que pidieron asilo en Grecia en 2006; más de 25 mil en 2007. Tantos son los viajes de la esperanza en la nueva ruta.
Mientras, en el centro de Mestre, la ciudad costera frente a Venecia, terminó el viaje del niño de 13 años, comenzado sólo pocas semanas antes en otra tierra. Una mancha de sangre queda ahí en la calle que pronto será lavada por el agua que cae abundante en estas tierras en estos días. Inundaciones que hoy parecerían cumplir con la metáfora de un castigo divino que nunca llega.