Aprender a Morir
■ Anulaciones y nulidades
Diferimos la serie sobre asistir enfermos para ocuparnos, así sea brevemente, del más reciente numerito de una institución no por poderosa menos cínica en lo que a congruencia entre los valores que impone y los que asume se refiere: la Iglesia católica, “instalada desde sus inicios en el agrietado mausoleo de sus amedrentadoras certezas”, al decir de Edmundo Vidal.
Anular es dejar sin fuerza una disposición, desautorizar, abolir o invalidar lo que previamente se había autorizado como inalterable. Según las religiones, en el matrimonio indisolubilidad es sinónimo de lo que no se puede separar y por obligación ha de perdurar “hasta que la muerte los separe”, puesto que Dios los ha unido.
Pero una cosa es imponer verdades eternas y valores inmutables a partir de revelaciones supuestamente divinas y otra, muy diferente, dar testimonio de esas verdades y sostener la inmutabilidad de esos valores, al margen del tiempo y de los individuos, sobre todo cuando estos pertenecen al constreñido círculo del poder terrenal.
El inmenso vacío ético de las empresas religiosas y su determinante responsabilidad en la ceguera de la raza humana tiene secuelas. Esta ausencia de normas pensadas en beneficio real de la persona, sustituidas por una moralina que sólo ha contribuido a su inmadurez y al poder de algunos, redujo el planeta a junglita grosera donde la ambición y el sometimiento sustituyeron a la conciencia y a la libertad responsable.
El Vaticano, con el sentido práctico que lo caracteriza, en su decisión de anular los matrimonios religiosos de Marta Sahagún, hace cuatro años, y de Vicente Fox hace unos días, seguramente calculó un bajo impacto en la deteriorada imagen de la Iglesia entre los católicos mexicanos. Muy sus componendas de aquella y muy sus obsesiones y espíritu fiestero de la feliz pareja.
Lo que ofende a la inteligencia es la dudosa calidad moral de los juicios de una institución que por un lado sostiene que Dios dispone una cosa y por el otro sus dignatarios lo contradicen, según las circunstancias y el poder de convencimiento de los interesados.
Ojo, pues, cuando los creyentes de cualquier religión vean a sus jerarcas invocar verdades eternas y condenar con dedo flamígero temas como unión libre, anticoncepción, píldora, aborto y eutanasia. Mejor cada quien actúe con responsable libertad, porque a Dios sus representantes y los poderosos lo agarraron de su puerquito.