Ciudad Perdida
■ Tiempo de definiciones en el DF
■ Ebrard y las lealtades desmemoriadas
Pareciera, así, de lejos, que el diputado Édgar Torres Baltazar no cuenta con la fuerza política suficiente para convocar, en un acto sin mayor trascendencia, a las principales tribus perredistas de la ciudad, y además al jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard. Pero lo hizo y tal vez su supuesta debilidad se convirtió en su fortaleza.
Pasó el fin de semana y sin el menor aviso a los medios de comunicación por parte del gobierno de la ciudad, aunque con la invitación, que bien podríamos llamar esta vez advertencia de que “Marcelo está confirmado”, del diputado Torres, éste rindió un segundo informe de sus labores como legislador por la capital del país, relato breve que quedó en un segundo plano frente a la sorpresa que significó ver allí, en la explanada de la delegación Gustavo A. Madero, a tan nutrido grupo de políticos amarillos, y al discurso de Ebrard, que buscó poner orden al caos de señales y actitudes simbólicas que han marcado su actuar en, cuando menos, noviembre.
Así las cosas, cuando nadie hizo caso a los continuos llamados del diputado –sólo La Jornada estuvo presente en el acto–, el jefe de Gobierno se presentó para, desde esa tribuna, y como dijimos, con la presencia de representantes de todas la tribus, dar el banderazo de salida a las actividades políticas del PRD para la contienda electoral de 2009.
Pese a ello, y aunque existe una aparente unidad, en ese organismo político nada está resuelto. El camino que hasta ahora ha mantenido su dirigencia en el Distrito Federal no habla de acuerdos que pudieran pavimentar el transcurrir de un proceso de elección de candidatos alejado de su realidad: el rompimiento factual que se pretende negar en el discurso, pero que está en el ánimo, y es cierto, entre las bases perredistas.
No hay lugar para el chuchismo menor en el DF, es decir, para los Arce, a menos que los acuerdos bajo cuerda se desentiendan de eso que entre la gente es realidad, que se dice por todos lados, que se prueba día con día en reiteradas traiciones y que se mantiene sólo como un buen deseo hipócrita de unos y otros.
Las decisiones de esa izquierda cómoda, a la que se le quiere calificar de moderna, ha ido alimentando en los hechos a sus enemigos de clase. Cada movimiento, así sea milimétrico, hacia el centro, que es derecha, fortalece a quienes a fin de cuentas los aplastarán, los mismos que tal vez, en un acto de bondad, les permitan vivir de las migajas del poder, pero nada más. Ellos –la derecha– sí saben su camino y su destino.
Por eso el discurso de Marcelo Ebrard, pronunciado en un acto que podría haberse quedado sin eco, cobra importancia y sienta las bases para lo que será, o ya es, en tiempos políticos: el 2009. El jefe de Gobierno habló de lealtades aparentemente desmemoriadas, y dijo deberse, menos mal, a quienes lo eligieron –eso sí quedó claro–, a la gente que menos tiene y que necesita de un gobierno que les apoye.
Si así es, bien por el jefe de Gobierno –es obvio que en una parte del PRD, esa que se arrima al Consejo Coordinador Empresarial y no sale a la calle para no ser abucheada, no corre por esa línea– porque tiene, o sostiene la tesis, de que el poder del gobierno se debe a los votantes, a esos que tampoco se confunden y saben lo que dicen cuando votan. A estas alturas del partido, ya nadie se chupa el dedo.
De pasadita
La Asamblea Legislativa del DF otorgará en breve la medalla de Ciencias y Letras a algún defeño merecedor de tal distinción, y aunque son muchos los candidatos, hay quien ha puesto los ojos en Paco Ignacio Taibo II, un chilango de excepción. En ese caso, más que un merecimiento los legisladores tendrían para con el escritor una obligación que debe ser saldada ya. Ojalá lo entiendan.