Usted está aquí: sábado 6 de diciembre de 2008 Disquero Al otro lado del espejo

Disquero

Al otro lado del espejo

Pablo Espinosa ([email protected])

El lunes hace 28 años nos mataron en un espejo. Publicó La Jornada: “1980, 8 de diciembre, entrada al Dakota Building: John y Yoko retornan, al término de una jornada feliz, a su hogar. Bromean, se dicen palabras que sólo ellos dos entienden. Se aman. Antes de llegar al vestíbulo, una pinche cucaracha dispara contra la cabeza del humanista. John Lennon cae por tierra, fulminado, y miles, millones en el mundo sentimos, también en ese instante, que nos lleva la chingada. Dream is over”.

Espejo fragmentado. Espejeo. Varias generaciones vivimos con esa impronta. Me cuenta Angel Vargas: “yo estaba en tercero de primaria. Mi maestra salió un momento del salón y al regresar nos dijo: niños, acaban de matar a John Lennon, se suspende la clase. Y se puso a llorar”.

El sistema mató a un revolucionario auténtico, dijimos todos enmedio del llanto. Este periódico había publicado, en esa misma nota, las evidencias del acoso de la CIA y el “fichaje” no declarado hacia el músico cuando había decidido radicar en el mismísimo corazón del imperio, Nueva York.

Transcurridos los años esas evidencias siguen saliendo a luz. Ya lo dijeron los clásicos: no existe el crimen perfecto. Hoy cada día más personas están ciertas que el de John Lennon fue un crimen de Estado. A las pruebas documentales antecede el poderío que ostentaba y ostenta ahora aún más un artista que es un poliedro en apariencia, pero un diamante en bruto: el fundador de Los Beatles, el gruexo frente al fresa MacCartney, el que cantaba desafinado pero componía las mejores canciones del grupo, el mandilón de la japonesita loca, entre otros lugares comunes para algunos, para otros el autor de baladas que no son pop ni cursis ni parecidas a las que consume el mercado no pensante. Para la mayoría, John Lennon es uno de los más grandes poetas de la historia, un artista extremadamente inconforme, un soñador subversivo, un icono que, guardando las debidas distancias y diferencias, posee un magnetismo parecido al del mismísimo Che: las imágenes de ambos están por igual en las T-Shirts de niñas y niños fresas, pirruros y simples consumistas que en la indumentaria de los chavos de acá, del lado moridor. Porque convocar al amor (Mahatma Gandhi), a la armonía, a conceder que, por ejemplo, Dios no existe (God is a concept), que la propiedad privada es un absurdo (Imagine no posessions) y la religión el opio del pueblo (and no religion tooo) y que el poder radica en las mayorías (power to the people) y conceptos todavía más revolucionarios y libertarios aún, como tener la capacidad de percibir, saber, reconocer la superioridad y el poderío inmenso del ser femenino (Woman is the nigger of the world) y vislumbrar su reaparición en el orden social restaurado (we all shine on). Caracho, los dueños del dinero formularon una estrategia subterránea para ejercer el poder oscuro de la ultraderecha: dijeron sin decirlo “John Lennon es un peligro para el mundo” y pum, lo mataron.

Apuntaron a un espejo que no los refleja a ellos sino a las personas de bien en el planeta, a los pensantes, a los poetas, a los que aman y jalaron el gatillo. Olvidaron un detalle: la utopía es indestructible, sirve para caminar, por eso es inalcanzable también. Pueden matar a uno y surgirán más, muchos más.

Por cierto, hay en los anaqueles de novedades discográficas una caja triple conmemorativa. Es solamente uno entre muchos indicios de una nueva certeza: Dream is NOT over.

 
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