Usted está aquí: sábado 6 de diciembre de 2008 Opinión El asalto a Bombay

Tariq Ali

El asalto a Bombay

El asalto terrorista a los hoteles de cinco estrellas de Bombay fue algo bien planeado pero no requirió gran aparato de inteligencia logística: todos los objetivos eran blandos. El propósito era crear una confusión haciendo destellar los reflectores sobre India y sus problemas. En eso, los terroristas se anotaron un logro. La identidad del grupo con capuchas negras siguen siendo un misterio.

La figura del Mujaidín del Deccan [la meseta triangular en el sur de India] que reivindicó en un boletín de prensa enviado por correo electrónico esta extrema acción de furia, es ciertamente un nuevo nombre, escogido probablemente para esta única acción. Pero cunden las especulaciones. Un antiguo oficial naval de India afirma que los atacantes (que llegaron en una embarcación, el MV Alpha) están vinculados con piratas somalíes, lo que implicaría que esto fue un ataque en venganza por la acción sangrienta de la armada de India contra los piratas en el Golfo Árabe, que resultó en muchísimas muertes hace apenas unas cuantas semanas.

El primer ministro de India, Manmohan Singh, ha insistido en que los terroristas tienen su sede fuera del país. Los medios de India han repetido esta línea argumental que coloca a Pakistán (vía Lashkar-e-Taiba, el llamado Ejército de los Buenos) y a Al Qaeda en la lista de los sospechosos comunes. Pero tal cosa es una edificación meditada de la imaginación oficial de los políticos de India. Su función es negar que los terroristas puedan ser de una variedad crecida en casa, producto de la radicalización de los jóvenes musulmanes en India que finalmente puedan haber renunciado al sistema político local. Aceptar este punto de vista es implicar que los médicos de la política del país necesitan sanarse ellos mismos.

Al Qaeda, como lo dejó claro la CIA en fechas recientes, es un grupo en decadencia. Ya nunca se acercó siquiera a la remota posibilidad de repetir algo vagamente semejante a sus golpazos del 11 de septiembre de 2001. Su principal líder, Osama Bin Laden, puede muy bien estar muerto (ciertamente este año no hizo su característica aparición en video con motivo de las elecciones en Estados Unidos) y su lugarteniente le ha bajado a las amenazas y a la bravata.

En cuanto a Pakistán, los militares del país están muy involucrados en acciones en la frontera del noroeste donde todo lo que se trasmina de la guerra afgana ha desestabilizado la región. Los políticos que actualmente están en el poder hacen repetidos gestos de aproximación hacia India. El Lashkar-e-Taiba, que no es muy tímido en reivindicar sus golpes, ha negado fuertemente cualquier involucramiento en los ataques de Bombay.

Por qué entonces tendría que ser sorpresa que los perpetradores fueran musulmanes de India. No es ningún secreto que ha habido mucha rabia entre los sectores más pobres de la comunidad musulmana contra la sistemática discriminación y los actos de violencia con que los han atacado, y de los cuales la purga antimusulmana de 2002 en el radiante Gujarat es sólo el episodio más flagrante y más investigado, además de que tuvo el respaldo del ministro de Estado en jefe y de los aparatos estatales locales. Añádase a esto la herida abierta de Cachemira que por décadas ha recibido trato de colonia por parte de las tropas indias que cotidianamente perpetran arrestos al azar, la tortura y la violación de la gente de Cachemira. Las condiciones han sido mucho peores que en el Tibet, pero han concitado poca simpatía en Occidente, donde la defensa de los derechos humanos tiene una maquinaria de instrumentación más pesada. Los dispositivos de la inteligencia de India están muy conscientes de todo esto y no deberían alimentar las fantasías de sus líderes políticos. Sería mejor salir al paso y aceptar que hay serios problemas dentro del país.

Mil millones de personas en India: 80 por ciento son hindúes y 14 por ciento musulmanes. Una minoría muy grande que no puede erradicarse con los métodos de limpieza étnica sin provocar un conflicto más vasto. Nada de esto justifica el terrorismo, pero debería, cuando menos, forzar a los gobernantes de India a que se dignaran dirigir la mirada a su propio país y a las condiciones que prevalecen. Las disparidades económicas son profundas. La absurda noción de que los efectos en cascada del capitalismo global resolverán la mayoría de los problemas puede verse ahora como lo que siempre fue: una hoja de parra para tapar nuevos modos de la explotación.

Traducción: Ramón Vera Herrera.

El libro más reciente de Tariq Ali, The Duel: Pakistan on the Flight Path of American Power [El duelo: Pakistán en la ruta de vuelo del poder estadunidense], está publicado por Scribner.

 
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