Usted está aquí: jueves 4 de diciembre de 2008 Opinión Sin novedad en la frente

Miguel Marín Bosch

Sin novedad en la frente

Cuando un candidato a la presidencia de Estados Unidos logra el endoso de su partido tiene el derecho de designar al vicepresidente. En vísperas de la convención del Partido Republicano, el senador John McCain anunció que había nombrado a la gobernadora de Alaska, Sarah Palin, como su compañera de fórmula. La decisión causó mucha sorpresa y no poco estupor entre el electorado.

De inmediato la gobernadora Palin fue ridiculizada por los medios de comunicación. Las críticas se centraron en su ignorancia. En las semanas que siguieron a su designación como candidata a la vicepresidencia por el Partido Republicano dio repetidas muestras de su falta de conocimientos básicos. ¿Cómo era posible que McCain hubiese seleccionado a una persona tan ignorante? A fin de cuentas se trata de una mujer con un título universitario. Es licenciada en periodismo y ciencias políticas. Fue alcaldesa de su pueblo y en 2006 gobernadora de Alaska.

¿Por qué nos sorprende que haya políticos que sepan tan poco de tantas cosas? Vayan a nuestro congreso y hagan preguntas. A muchos estadunidenses les preocupó que una persona como la gobernadora de Alaska haya podido llegar tan cerca de la presidencia de ese país. Pero, ¿qué más da si la señora no lee ningún periódico o desconoce los países que integran el TLCAN? Y si piensa que África es un país, ¿a quién le puede importar?

Todo es relativo. El presidente de Francia, Valéry Giscard d’Estaing no sabía lo que costaba subirse al metro en París. ¿Y? ¿Qué más da si hace unos 30 años el presidente de México desconocía la situación en Namibia o si un miembro de su gabinete no tenía la más remota idea del monto del salario mínimo en nuestro país?

¿Qué es lo que consideramos ignorancia en un político? Muchos coinciden en que el político ignorante no está preparado para gobernar. Pero, ¿por qué? Hemos tenido mandatarios muy ignorantes, algunos tan ignorantes que ni siquiera se daban cuenta de su ignorancia. Otros disimulan sus carencias. Lo mismo ocurre en otras partes del mundo. De pronto, cuando nos topamos con un político como Barack Obama, dejamos de tener pena ajena. El contraste con el actual inquilino de la Casa Blanca es notorio.

Hace poco en el Reino Unido surgió un caso curioso. Entre los requisitos para adquirir la nacionalidad británica hay que aprobar un examen. A los candidatos a ciudadanos se les entrega un libro intitulado Life in the UK, que deben estudiar para luego someterse a un examen sobre la sociedad, cultura e historia de ese país. Más de un político británico ha señalado que el examen es muy difícil y que quizás haya miembros del parlamento que no lo podrían aprobar.

En materia de geografía los políticos suelen ser particularmente ignorantes. Pregúnteles a nuestros dirigentes por qué países pasa el ecuador o qué países sudamericanos no tienen frontera terrestre con Brasil. Sus respuestas nos sorprenderían.

Al inicio del curso universitario que imparto sobre desarme y seguridad internacional les hago algunas preguntas a los estudiantes. Son alumnos de licenciatura en relaciones internacionales o ciencias políticas. Les pregunto cuántos miembros tiene el consejo de seguridad de la ONU, qué se entiende por monsieur PESC cuando se habla de la Unión Europea, a cuánto ascienden los gastos militares en el mundo o qué países tienen armas nucleares. Son contados los que saben todas las respuestas. No por ello dejan de ser buenos alumnos.

Algo parecido podría decirse de los políticos. No por ignorar algunos hechos fundamentales dejan de cumplir con las tareas que les encomiendan el electorado. Pero hay excepciones y una muy obvia.

En 1999, durante su campaña para convertirse en el candidato del Partido Republicano a la presidencia de Estados Unidos, el entonces gobernador de Texas, George W. Bush, tuvo un encuentro con un periodista que resultó bastante aleccionador.

Un reportero de una emisora de televisión en Boston pidió a Bush que le diera los nombres de los líderes de Chechenia, Taiwán, India y Pakistán. Bush sólo pudo mencionar parte del apellido del taiwanés y preguntó si se trataba de un programa de adivinanzas de televisión. Muchos comentaristas señalaron que los gobernadores estadunidenses tenían poca experiencia en asuntos internacionales y que los datos que desconocía Bush los podría ir aprendiendo una vez que llegara a la presidencia. Esa también fue la opinión del presidente Bill Clinton, quien antes había sido gobernador de su estado. El contrincante demócrata de Bush, el entonces vicepresidente Al Gore, fue menos generoso y criticó duramente la falta de conocimientos del gobernador de Texas.

En 2000 Bush se valió de una muy sucia para acabar con McCain en las elecciones primarias del Partido Republicano. Luego por arte de birlibirloque “ganó” la elección presidencial. Y así le ha ido a Estados Unidos estos últimos ocho años. Pocos dirigentes han sabido conjugar mejor la ignorancia con la incompetencia.

¿Por qué nos incomoda tanto la ignorancia de nuestros dirigentes? Pensamos (equivocadamente dirán algunos) que un político que tiene entre sus manos las riendas del poder en un país debería tener unos conocimientos básicos sobre el mundo y su propia nación. Lo importante es que un político como cualquier individuo conozca sus limitaciones y trate de ir poniéndoles remedio. No hay que enseñar el cobre o, cuando menos, no enseñarlo demasiado.

Sarah Palin tuvo un impacto positivo inicial en la campaña de McCain. Despertó el entusiasmo del ala más conservadora de los republicanos. Sin embargo, a la larga le costó votos a su partido. El electorado la consideró una ignorante. Y en la campaña presidencial ella se ganó a pulso esa fama. Quizás otro gallo le cantara si de entrada hubiese admitido sus carencias, agregando que las podría remediar. Una cosa es ignorancia y otro es falta de materia gris.

 
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