No sólo hacer, sino convencer
¿Podría alguien con mediana sensatez haber supuesto que las autoridades encargadas de la seguridad del país serían capaces de revertir el problema al término de cien días?
Estoy cierto de que no. Francamente parecería ingenuo considerarlo siquiera. Sobre todo si se observan los enormes costos y los magros resultados –de existir– que la lucha contra la delincuencia organizada, en particular el narcotráfico y el secuestro, ha arrojado para el país.
Más bien, me parece que los poco más de tres meses que el Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad fijó como plazo para conocer y evaluar los resultados del combate a la delincuencia, representaron una auténtica bocanada de oxígeno para un gobierno que se asfixiaba entre su ineficacia y la creciente indignación social que se desbordaba para entonces.
Los cien días representaron también, y al mismo tiempo, una especie de tregua, una oportunidad inmejorable para consumar hechos y dar señales claras, que el gobierno de Felipe Calderón no supo aprovechar. Su tarea primordial era convencer a una sociedad desconfiada, y no pudo.
Y es que, más allá de la gravedad de la situación de inseguridad generalizada en el país y de la exigencia social de resultados, los famosos cien días nacieron, en mucho, a raíz de la presión derivada de dos muy lamentables casos -–que siguen impunes–, los cuales exacerbaron el malestar y el miedo social, y evidenciaron la vulnerabilidad no solamente del gobierno, sino del Estado mexicano en su conjunto.
Pero sobre todo, los secuestros de los jóvenes Fernando Martí y Silvia Vargas, provocaron también la percepción, la idea generalizada, de que los encargados de las instituciones del país en la materia no sólo fueron ineficientes y omisos en ambos casos, sino que de algún modo se prestaron a complicidades.
El ultimátum que Alejandro, el padre de Fernando, lanzó a las autoridades: “si no pueden, renuncien”, permeó fuerte en el ánimo de la sociedad y se convirtió pronto en una lápida de la que el gobierno no pudo liberarse.
Posteriormente, cerca del vencimiento del plazo fatídico, el padre de Silvia, Nelson, apareció para terminar de matar, con tres palabras, la viabilidad de que cualquier informe oficial pudiera ser entendido con objetividad y sin el sesgo que siempre ocurre cuando la falta de credibilidad es factor: “no tienen madre”, les soltó a las autoridades.
Las dos frases referidas, pronunciadas por los respectivos papás de las víctimas en momentos de profundo dolor y rabia, contribuyeron de manera decisiva al descrédito de cualquier avance en la materia y a afianzar la percepción social en ese sentido.
Sin duda, mucho antes de que concluyeran los cien días, la sociedad mexicana ya había realizado un juicio sumario, cuyo veredicto a priori condenaba los esfuerzos gubernamentales: son incapaces y omisos.
Por eso llamó la atención que las autoridades no lo entendieran así. El enredo de cifras que se empeñaron en defender el viernes pasado, nunca ofreció una respuesta clara a la ciudadanía.
Más que cifras y datos huecos, la sociedad demandaba, demanda, resultados palpables. Para aminorar la indignación, las dudas y el miedo, es preciso otorgar certezas.
Urgían, urgen, hechos. Mensajes claros y contundentes, como la limpia a fondo de los cuerpos policiales. De arriba abajo, sin excepciones, que no dejen dudas que puedan ser interpretadas como signos de contubernios o complicidades.
Pero sobre todo, el gobierno de Felipe Calderón debió abocarse desde el principio del plazo, durante cada hora, cada minuto y cada segundo de los cien días, a investigar y resolver los secuestros de Fernando Martí y de Silvia Vargas.
Ésas eran, son todavía, las señales que una sociedad indignada espera. Ni las cifras que el gobierno ofreció, ni las conferencias de prensa, y mucho menos los innumerables espots en radio y televisión, podrán ser medianamente creíbles, si antes la sociedad no ve totalmente esclarecidos, a satisfacción, los secuestros de los dos jovencitos, que se han convertido ya, a querer o no, en casos emblemáticos de esta lucha sin fin.
La percepción de la sociedad en cuanto a la inseguridad va mucho más allá de las realidades, y el reto de los calderonistas en el combate a la delincuencia será no sólo el de hacer, sino principalmente el de convencer.