Usted está aquí: domingo 30 de noviembre de 2008 Opinión La crisis es de a deveras

Rolando Cordera Campos

La crisis es de a deveras

Según la OCDE, es probable que la economía no crezca el año que entra. Si esto ocurrirá o no, y si en vez de ello se cumplen las expectativas a que se aferra el inefable subsecretario de Hacienda, dependerá no sólo de lo que el Estado haga sino de cómo se muevan o se estanquen la producción y el consumo en Estados Unidos, a los que están amarradas la mayoría de nuestras exportaciones. Somos, como lo fuimos a finales del siglo XIX y el inicio del XX, una formación social refleja, más que dependiente, como no hemos dejado de ser a lo largo de nuestra breve historia.

Para los centenarios y bicentenarios tan mal tratados por el gobierno, será importante dilucidar sobre este aspecto de nuestra evolución política y económica, que la revolución neoliberal presumió dejar atrás pero que en realidad profundizó y volvió cultura dominante, como lo tenemos que constatar hoy a un costo alto. Así como la rumba es cultura, hay que asumir que la obsecuencia ante el ciclo internacional de que hicieron gala los neoliberales totonacas se impuso también como reflejo mental y actitud ante la vida, sus veleidades e inclemencias.

Frente a, a través de, y en la crisis actual, se va a poder calibrar cuánto de nuestro proverbial aguante y disposición para capear y aprovechar la adversidad nos ha quedado, una vez que el embate liberista vive sus momentos últimos, si es que este es, en efecto, el caso. Pero por lo pronto, los titubeos gubernamentales y la falta de flexibilidad del Congreso nos hablan de resortes institucionales oxidados, del mismo modo como el decaimiento productivo tan temprano nos señala el grado de encogimiento al que fue sometida la planta empresarial por años de predominio de la visión estabilizadora a ultranza en una coyuntura de profundas dislocaciones como las que siempre acompañan a los cambios estructurales. Como si se tratase de una fatalidad heredada de Moctezuma, los dirigentes del fin de siglo “recibieron” los cambios del mundo, pero poco o nada hicieron para acomodarlos y adaptarlos a nuestras estructuras y capacidades… y así nos fue.

Movilizar energías humanas, financieras, físicas e institucionales para evitar un colapso de la producción, el empleo y las empresas grandes y medianas es la orden del día, pero nada de eso se podrá hacer si en el Estado y las cúpulas del dinero reinan la tiricia y la flojera mental. Imponer un sentido de urgencia a los hábitos del corazón mexicano es indispensable si se quiere en verdad convertir la crisis en una oportunidad de cambio para mejorar. Más que buscar “desdramatizar” la situación, lo que debe buscarse es encauzar la incertidumbre y los temores de la gente, diciéndole lo que en verdad pasa y puede pasar, sin edulcorar la circunstancia para a la vez no caer en la estampida y el miedo. Todo esto es tarea de los dirigentes, de los que gobiernan y deliberan en los órganos colegiados representativos, así como de los que aspiran a sucederlos en medio del remolino.

En todo el mundo, en especial en sus regiones avanzadas, todo es preparativo para la acción y la defensa de las capacidades instaladas, en primer término las del trabajo, así como la protección de los más vulnerables y débiles. Nadie busca “bajar” la tensión ni ofuscar el entendimiento trazando rutas basadas en la ilusión de “que no es para tanto”. Así se pone en práctica el conocimiento acumulado y se pone a prueba la madurez social y política de sociedades y estados. Poco o nada de eso ocurre aquí, donde se especula con la opinión y la información públicas, se viste de luces por victorias virtuales sobre los malos, o se insiste en que hasta estas playas no llegarán las olas de la tormenta desatada en Wall Street que ahora inunda a la economía mundial.

Parece mentira y ojalá y así fuera, pero tener que discutir y argumentar sobre la realidad, la magnitud y la intensidad de la crisis en México, en la academia, algunos círculos de negocios y en el propio Estado, no es sino una muestra más de que el subdesarrollo que nos vino con la colonización de fin de milenio atacó las neuronas de las clases dominantes y dañó sus de por sí mermadas capacidades dirigentes. A ver cómo le hacemos.

 
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