■ Claudio, hijo del cineasta y caricaturista, acaba de publicar el libro Cenizas de mi padre
Alberto Isaac supo “ser feliz más allá de la persecución de la fama”
■ Nunca se tomaba en serio y eso para mí tiene mucho valor, expresa a La Jornada
■ El autor narra los claroscuros de la ruta de un conflictivo viaje con su progenitor
Ampliar la imagen Claudio Isaac, cineasta e ilustrador, durante la entrevista con La Jornada Foto: José Antonio López
El legado más importante que el cineasta Alberto Isaac (1923-1998) dejó a su hijo Claudio fue “ser un hombre que supo ser feliz, más allá de la persecución de prestigio, fama, premios o perfección de la obra”.
El director de En este pueblo no hay ladrones (1964, adaptación de un cuento de Gabriel García Márquez), jamás se mareó con sus logros, “porque siempre relativizó todo lo que le pasaba; nunca se tomaba en serio, eso para mí tiene mucho valor, porque he conocido personas de gran estatura como creadores pero que tienen como talón de Aquiles el creérsela”, explica en entrevista Claudio Issac a propósito de la publicación del libro Cenizas de mi padre.
En el volumen, publicado por la Casa Juan Pablos, el pintor describe los claroscuros de una relación padre-hijo que, no obstante la crudeza de algunos pasajes, deja en el lector el sabor de un gran amor filial.
Gama de estadios emocionales
“Me arriesgué a que fuera un libro amargo y resentido, si bien abarca una amplia gama de estadios emocionales; me la jugué, porque pudo predominar el resentimiento, pero sobresale el afecto de un hijo por su padre, aun habiéndolo descrito como un ci-neasta irresponsable y un mujeriego irredento, no en un sentido admirable”, dice Claudio Isaac a La Jornada.
“Finalmente, me hizo comprender que todo es perecedero y muy relativo. Quizá es más sabio ser un tipo despreocupado. En el libro señalo que a veces mi padre era hasta desvergonzadamente despreocupado, pues como nadador a veces no entrenaba y como cineasta le ilusionaba una película pero a veces él prefería irse a una huerta de mangos a ver qué fruta estaba madura y dejaba botada la filmación.
“Desde un punto de vista estricto, esas acciones pueden ser sacrilegios, pero desde una perspectiva abierta, humana y gozosa te describe a un personaje muy simpático.”
Alberto Isaac nació en el barrio de Coyoacán, en la ciudad de México, pero creció en Colima. Estudió para profesor normalista y de 1941 a 1953 fue campeón nacional de natación, participó en los Juegos Olímpicos de Londres y Helsinki.
En esa época, al mismo tiempo inició su trayectoria como periodista y caricaturista. También fue pintor, ceramista, guionista y director de cine.
Su documental Olimpiada en México fue postulada al Óscar en 1969; otras de sus películas son El rincón de las vírgenes y Mujeres insumisas.
Función curativa y catarsis
El libro Cenizas de mi padre transcurre a la manera de un diario, a través de apuntes, recuerdos, anécdotas y sentimientos que descubrieron en su autor “una capacidad de supervivencia” que no conocía.
Al respecto, añade, el libro fue para Claudio Isaac, quien también es cineasta e ilustrador, “un objeto transformador; soy otro después de él. En cierto sentido, esa obra es mi hija, pero en otro, siento que me parió, que dio a luz a otra persona.
“Si bien cumplió una función curativa y catártica, creo que el contenido del texto no está reñido con la lectura de un tercero, pues no sólo informa acerca del perfil de Alberto Isaac, si no que incluye elementos de carácter más universal.
“Pero esto lo advertí después, porque uno escribe para uno mismo, para encontrar el mapa de nuestros propios sentimientos. Si éste se encuentra bien dibujado y expuesto, entonces le concierne a todos. Por eso, aquí está la ruta del viaje de un padre con un hijo, algo conflictivo, difícil, pero que no le es ajeno a nadie.”
Durante su niñez y juventud, Claudio Isaac (DF, 1957) fue testigo privilegiado “de la unión y compañerismo” de los intelectuales de los años 60 y 70, unión atribuida básicamente, explica, a la dimensión del Distrito Federal: “Los escritores de San Ángel y Coyoacán se juntaban con los de Las Lomas y Tacubaya, había más inocencia y más buena fe, se ayudaban, se acompañaban, era otro México.
“Después, creció la ciudad, además de que las ideologías políticas los dividieron, cada quien fue aislándose, sobre todo porque estaban bajo el designio de la intolerancia, pues bien pudieron mantener un diálogo más fructífero.
“Otra cosa que es muy desagradable de confrontar, pero que es una suerte de ley que sigue imperando, es la codicia y la vanidad, el tomar sus oficios como si fueran una carrera deportiva, con todo y codazos en las costillas al corredor de junto para obstaculizarlo.
“Es una de las grandes contradicciones del medio artístico e intelectual. No entiendo por qué un artista que ha recibido dones gratuitos pueda ser poco generoso; eso me parece muy triste, pero es lo que ocurre. Hay escritores que guardan sus secretos literarios con un celo que me parece obsceno”, concluye Claudio, quien también es autor de la novela Alma húmeda, el poemario Otro enero y la memoria personal Luis Buñuel: a mediodía.