Partidocracia: la inercia de las ideas/ I
Un grupo de personajes de la política, la academia y el sector empresarial denominado Grupo Plural organizó unas presentaciones sobre pobreza y desigualdad en tiempos de crisis. En la mesa que compartí con Alicia Ziccardi, Mario Luis Fuentes, Rafael Fernández de Castro y Alejandra Moreno Toscano sobre acciones en áreas de riesgo se desató una interesante discusión, iniciada por un colega paraguayo, quien planteó si no sería que además de la pobreza y desigualdad que caracteriza a los países de América Latina había también pobreza de ideas y una especie de dejadez intelectual.
Opiné que así como había mecanismos para la trasmisión de la inflación basados en las expectativas de los distintos actores económicos, también los hay para la trasmisión de la inercia intelectual. Comienzan en el ámbito de las elites partidistas. Pregonan una estabilidad artificial o evocan el mito fundador sobre una pretendida estabilidad con eficiencia. Repelen cualquier idea innovadora que pueda romper el equilibrio interno en sus agrupaciones cruzadas por enormes contradicciones y antagonismos, o que modifique una inestable correlación de fuerzas frente a sus contrincantes. Se dicen realistas porque creen que aun cuando el país ande mal, no pasará nada grave. Acarician la idea que el desgaste de unos desde el gobierno, de otros desde una oposición vociferante y de otros desde la desmemoria, redundará en una mayoría en el Congreso que pavimente la ruta a la Presidencia en el 2012. Mientras tanto y hasta entonces, business as usual.
Estas señales son claramente trasmitidas a los funcionarios gubernamentales y a todos aquellos que ejercen alguna función pública. Atrapados entre las redes de las fuerzas partidistas y de los poderes fácticos, tanto por las propias debilidades del sistema presidencial mexicano como por la cortedad de miras de sus operadores, asumen una visión similar. Administrar hasta donde se pueda los asuntos de gobierno. Los límites de la acción gubernativa están dados por el mantenimiento de un precario equilibrio de fuerzas. Cualquier intento reformista nace desfigurado por el efecto de unas reglas de negociación que privilegian el mantenimiento del status quo. También entre los funcionarios se apuesta al momento en cual logren sus partidos, por un desplazamiento del electorado, una mayoría legislativa que les permita alcanzar o mantener la presidencia de la república. Cerrada la vía de las reformas trascendentes queda el camino de la decadencia administrada. Ésta consiste en anuncios de programas o reformas cosméticas, inercia en el diseño de las políticas públicas y administración de programas existentes por medio de mecanismos clientelares y con fines electorales. Esto ocurre por igual en los ámbitos federal, estatal y municipal. Cruza en consecuencia a los tres partidos principales.
Los vasos comunicantes extendidos y diversificados entre los gobiernos, las universidades, los centros de investigación y todo tipo de empresas de consultorías trasmiten el mismo mensaje. Mantener el status quo es la consigna. Las políticas públicas son el terreno de la reproducción de ideas ya probadas en el espacio acotado por los vetos de los actores políticos y de los poderes fácticos. La tarea intelectual es desdramatizar, desarmar intelectualmente a la oposición extraparlamentaria o a las disidencias sociales y ciudadanas.
Esta es una de las consecuencias políticas y la más perniciosa de la partidocracia. El término es equívoco, pero no falso. La partidocracia: un arreglo institucional, basado en reglas formales e informales que cierra los espacios de participación ciudadana en los procesos electorales mediante un acuerdo oligárquico. Combatirla no significa rechazar una idea central de la democracia moderna que es la existencia de un sistema sólido de partidos políticos. Es combatir su degeneración.