Editorial
Crisis e indolencia
Según datos difundidos ayer por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), la balanza comercial del país durante los primeros 10 meses del presente año tuvo un déficit de 11 mil millones de dólares (mdd). Tan sólo en octubre, el saldo negativo fue de 2 mil 739 mdd, lo que confirma la tendencia creciente que ese indicador ha mostrado en los meses recientes: el déficit comercial fue de mil 79 mdd en julio, 2 mil 243 mdd en agosto y 2 mil 680 mdd en septiembre. Tales cifras, de suyo alarmantes por cuanto prefiguran nuevos escenarios de escasez de divisas y de encarecimiento del dólar –lo que muy probablemente acabará por costarle al país otra tajada de sus reservas internacionales–, complementan un panorama desolador en términos generales para la economía nacional: apenas hace unos días, el propio Inegi informó que más de 300 mil personas perdieron su empleo durante el tercer trimestre del año y que la desocupación en el país llegó en septiembre a un millón 909 mil 728; el pasado lunes, el Banco de México informó que la inflación anual había alcanzado 6.18 por ciento en la primera quincena de noviembre –más del doble de la meta de 3 por ciento, fijada a principios de este año–; en tanto, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) pronosticó para el país un crecimiento ínfimo, de 0.36 por ciento, en el año entrante.
Sería ingenuo suponer que la economía nacional pudiera sustraerse de un escenario mundial de crisis económica cuyos alcances se pronostican devastadores: la propia OCDE aseguró la víspera que el desempleo en los países miembros pudiera incrementarse en ocho millones para 2010, y que el mundo desarrollado se encuentra en el umbral de su peor desaceleración en décadas; el Banco Mundial, por su parte, ha anticipado que alrededor de cien millones de personas están en riesgo de caer en la pobreza, “un retroceso equivalente a siete años en el progreso ya alcanzado en el combate” contra ese flagelo.
Sin embargo, mientras en otros países se ponen en marcha acciones orientadas a contrarrestar los efectos de la crisis –como los multimillonarios planes de rescate a los sectores financiero e hipotecario en Estados Unidos y el programa de reactivación para la economía elaborado por la Comisión Europea–, las autoridades mexicanas han carecido de capacidad de reacción ante la problemática; más aún, la actual administración ni siquiera ha atinado a articular un discurso mínimamente congruente con la realidad económica mundial y se ha limitado, en cambio, a edulcorarla con inverosímiles alegatos sobre el “rumbo firme” y la “solidez” de nuestra economía y del sistema financiero en el país, y a minimizar las consecuencias de los descalabros económicos planetarios.
En la circunstancia presente, más que un factor de tranquilidad, el discurso oficial constituye un indicador de indolencia, falta de previsión y alejamiento de la realidad por el actual gobierno. La crisis económica demanda, en primer lugar, un mínimo de realismo y de sinceridad para llamar a las cosas por su nombre, así como voluntad política y visión de Estado para emprender medidas que mitiguen el daño y ayuden a paliar, en alguna medida, las historias de sufrimiento humano que hay tras los desastrosos indicadores macroeconómicos.
Al gobierno calderonista la inacción y la evasión podrían resultarle muy costosas en términos políticos y de gobernabillidad, porque los afectados por la catástrofe planetaria –los de ahora y los que faltan– pertenecen a distintos estratos y ámbitos sociales: en esta ocasión no hay estatus socioeconómico que garantice inmunidad frente a la crisis: además de los perdedores de siempre en las crisis –asalariados de todos los niveles, sectores populares, clases medias y habitantes de entornos rurales–, los altos estamentos empresariales se han visto también afectados y han sufrido cuantiosas pérdidas a consecuencia del desbarajuste financiero mundial. Así sea para garantizar su propia viabilidad política, el calderonismo debiera empezar a mostrar signos creíbles de que tomará la iniciativa ante el embate del desorden financiero mundial.