Los laicos frente al clericalismo
Históricamente, cuando la Iglesia está en crisis o se siente amenazada, invoca en estado de alerta la actitud misionera y evangelizadora, e igualmente demanda con urgencia mayor intervención de los laicos en la propia misión de la Iglesia.
Hace unas semanas se realizó la 86 asamblea ordinaria de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), con la particularidad de que en dicho acto participaron más de 180 laicos –por cierto, muy pocas laicas– provenientes de todo el país. Sin duda es un hecho novedoso, inducido por el presidente de la CEM, Carlos Aguiar Retes, quien se ha empeñado en poner en práctica las principales intuiciones de Aparecida en México.
En su mensaje final reconocen con realismo: “En ocasiones, el clericalismo se ha extendido tanto en laicos como en clérigos, dificultando que la identidad laical sea realmente reivindicada y proyectada en todos los ámbitos de la vida social. Por esa razón… los fieles laicos han de ver en la participación política un camino arduo, pero privilegiado para su propia santificación”.
Coincidentemente en Roma, casi al mismo tiempo, el papa Benedicto XVI recibió en audiencia a los participantes en la 23 asamblea plenaria del Consejo Pontificio para los Laicos con el tema Veinte años de la Christifideles laici: memoria, desarrollo, nuevos desafíos y tareas.
Es interesante constatar que en su discurso resaltó “la necesidad y la urgencia de la formación evangélica y del acompañamiento pastoral de una nueva generación de católicos comprometidos en la política, coherentes con la fe profesada, que tengan rigor moral, capacidad de juicio cultural, competencia profesional y pasión de servicio hacia el bien común”.
Sin duda, el pontífice expresa también preocupación por la creciente clericalización de los laicos europeos que suplen la ausencia y envejecimiento del presbiterio. Me impresiona el caso alemán, en el que por cada 100 sacerdotes en activo hay 60 laicos, certificados y bien remunerados por el episcopado, con encomiendas pastorales. Mientras que en América Latina, ante el temor de la politización, desde los años 70 los laicos fueron sometidos a la disciplina, al centralismo autoritario de las jerarquías, o a la exclusión.
En México, históricamente la presencia de los laicos ha apoyado e impulsado a la Iglesia en periodos críticos. Recordemos cómo en el contexto del porfiriato, en el ocaso del siglo XIX, a través de los círculos de estudio jesuitas, la obra católica en hospitales, en la educación y la asistencia fueron posicionando nuevamente a la estructura eclesiástica que había quedado muy minada a partir de la guerra de Reforma.
La Acción Católica fue sin duda el instrumento más valioso que la Iglesia encontró para articular, concentrar y disciplinar la fuerza de los fieles.
Acción Católica tiene sus raíces en el siglo XIX, pero es formalizada en 1922 por el papa Pío XI; fue la organización de tejidos vivos que permitió a la estructura católica sobrevivir a la hecatombe político-militar que dejó la guerra cristera, por las siguientes razones: 1) La reagrupación de todas las fuerzas laicas del catolicismo significa su recomposición ante el desgaste que sufrieron durante el conflicto que fue de 1926 a 1929. 2) La centralización del catolicismo en una sola organización asegura mayor control bajo la conducción doctrinal de la jerarquía a la acción social, política y pastoral del laicado. 3) La actividad pastoral mantiene intactos los planteamientos intransigentes del catolicismo social: instaurar “el reino de Cristo”. En los años 50, la Acción Católica llegó a tener una membresía que rebasaba medio millón de militantes; de ahí surgieron cientos de vocaciones y el PAN no puede explicar su existencia sin esta plataforma organizativa.
En este inicio del siglo XXI, la reunión de Aparecida 2007 pone sobre la mesa la crisis cultural de la Iglesia católica. Ante los cambios culturales, la Iglesia juega al autismo civilizatorio encerrándose en sus verdades tradicionales. Sin capacidad de réplica, amenazada como nunca por nuevos movimientos religiosos que avanzan inexorablemente por audiencias, especialmente populares, que cimbran el histórico monopolio católico. Ante la crisis de la Acción Católica, la Iglesia no ha encontrado fórmulas pastorales efectivas ni claras hipótesis de evangelización, y más bien ha venido sumando propuestas prometedoras que pronto quedan en el camino y en el fracaso.
Quedan temas candentes, para empezar el creciente papel de la mujer en la sociedad, incluyendo su ministerialidad tan temida; por otra parte, el lugar que debe darse a los diáconos laicos en el seno de las comunidades cristianas; recuérdese la penosa negativa del Vaticano a la ordenación de diáconos indígenas. Igualmente, la necesidad de una pastoral de la inteligencia que sacuda la desesperante mediocridad de los pensantes que se contentan con repetir las fórmulas y los lugares comunes gastados de la doctrina católica y que están lejos de responder a una realidad en permanente mutación.
El título del artículo de Felipe Arizmendi, obispo de San Cristóbal, “Sin laicos no se puede”, ilustra la preocupación de los altos prelados por encontrar nuevas rutas y certeras presencias en la sociedad. Muchos obispos esperan nuevas y duraderas “síntesis pastorales”; sin embargo, la cambiante realidad tecnológica y de mercado complica las más audaces hipótesis religiosas.
Los jóvenes, a pesar de las grandes movilizaciones provocadas por los papas, sienten poco atractiva la oferta católica. Gran parte de los fieles laicos prefieren las ONG y las organizaciones de la asistencia privada que participar en el rancio asociacionismo católico. Juan Pablo II se equivocó: su centralismo clerical y su favoritismo por movimientos de elite, como Comunión y Liberación, Opus Dei, Focolares y Legionarios, que terminaron por encerrarse en herméticas burbujas de clase con escaso impacto social, han provocado, en parte, esta debacle pastoral y que la cuerda debilitada hacia los laicos se esté consumiendo.