2009: crisis y elecciones
Los nocivos efectos de la crisis en proceso definirán gran parte de la contienda electoral venidera. Partidos, movimientos, grupos de poder y demás actores políticos se preparan para la lucha en este escenario por demás complicado. Aún hay mucha confusión y los tanteos abundan en todas direcciones. Lo que en un inicio se definió como un catarrito molesto se ha convertido en un vendaval de negativas consecuencias para las mayorías. Nadie quedará ajeno al torbellino. Lo cierto es que las respuestas de los ciudadanos serán directas, mucho más conscientes e informadas que en el pasado. Y será así debido al creciente conjunto de mexicanos que han ubicado lo que sucede como la derivada de un modelo de gobierno injusto, ejecutado de manera irresponsable por una elite ineficaz y depredadora.
El PRI acaba de lanzar una iniciativa a la antigua usanza: un pacto cupular de rescate social y productivo. Empleará los anteriores instrumentos de propaganda y acción para situarse en lo que, considera, será la avanzada conceptual de su campaña de 2009. Por experiencia, tales ejercicios de concertación entre algunos cuantos que deciden quedará, de llevarse a cabo, en un simulacro de muy corta mecha y menor efectividad. Pero los priístas visualizan este pacto como su mapa inicial hacia la captura del poder total. Saben que el exclusivo grupo del gran poder los respalda, casi desde el principio del actual sexenio, en su afán restaurador. Así, un conspicuo triunvirato de priístas ha pactado su recorrido y delineado una táctica de pretendida unidad. No faltará el abigarrado conjunto de difusores a modo que lo seguirá en sus devaneos. Llevan estos publicistas largo tiempo pronosticando el éxito arrollador del priísmo en las urnas venideras. Quedará en la mente colectiva la colaboración prestada por ellos en las reformas estructurales que han causado, entre otros males, la catástrofe de las Afore en la bolsa, el rechazo a la Ley del ISSSTE junto al fracaso del Pensionissste y el contratismo entreguista en la industria energética. Sólo por nombrar algunos aspectos de su colaboración malformada.
El PAN no logra articular un ejercicio que le permita situarse, con cara limpia o renovada, ante lo que parece será una más de sus derrotas electorales. El pésimo desempeño del gobierno federal y las malas calificaciones que se achacan a sus gobernantes locales lo conducirán por caminos infructuosos. Más aún si los sigue asesorando aquel ranchero rencoroso y tonto de San Cristóbal, Guanajuato, de infausta memoria. Peor si la conducción se deja en las pretendidamente agresivas actitudes del monaguillo iracundo en que se ha convertido su actual dirigente. Confían los capitostes panistas en el vasto instrumental de la Secretaría de Desarrollo Social para apalancarse debidamente ante los millones de usuarios de sus programas, cautivos de la caridad o de la llamada inversión en capital humano.
El PAN y sus asesores externos no dejarán de azuzar al electorado con los miedos de siempre. Su artillería la enfocarán hacia la izquierda y al movimiento que encabeza AMLO, su efectivo y real opositor. Los exorcismos volverán por sus fueros y las consignas de odio y racismo ocuparán el lugar que, tradicionalmente, rellenan el arsenal de la derecha. Pero la crisis hará su trabajo de zapa y las deterioradas condiciones de vida de las masas no podrán ser ocultadas mediante campañas multimillonarias en los medios de comunicación.
La izquierda no ha podido, todavía, soltar sus lastres, que son muchos. Lo que prometía ser un frente unificado (FAP) muestra sus grietas, sean conceptuales, tácticas, de programa de acción o en la forma de expresiones ideológicas, cuando las hay. Un conjunto de personajes pretende ocupar los sitios estelares y, a medida que transcurren los días, muestran lo recortado de sus escalas. Los intereses facciosos salen a relucir y se agigantan con los altavoces mediáticos que sus rivales les acercan. El botín no se pierde de vista, ya sea en la forma de posiciones o de recursos disponibles. Es lo único que cuenta. El electorado va quedando a la deriva, las burocracias partidistas no lo distinguen entre el griterío y los cerrados pleitos de callejón. Las necesidades del pueblo quedan subsumidas, olvidadas, pospuestas en el mejor de los casos.
El PRD, el más nutrido ensamble de la izquierda, quedó atrapado en una decisión convenenciera del oficialismo. Su división manifiesta parece incurable después del desastre de sus elecciones internas. Las pugnas desataron enconos y radicalizaron las rivalidades entre grupos, clanes y camarillas. Las facciones no lograron un reacomodo que les permita seguir con la farsa de unidad a pesar de todo. Los perredistas del accionariado dirigente se alejaron del pueblo y enfocaron sus batidas contra el que tachan de autoritario e iluminado (AMLO). Otros se han definido como negociadores, modernizadores o dialoguistas, para distinguirse de los rasposos, sus otrora correligionarios. Alejandro Encinas, la esperanza renovadora de la mayoría perredista, intenta crear, desde dentro, una depuración que se ve harto difícil y no bien comprendida por amplios segmentos de sus mismos seguidores. El tiempo y su pericia podrán arrojar, tal vez, los resultados propuestos.
Los remanentes del FAP (PT y Convergencia) saben que su unión es indispensable en esta lucha por la sobrevivencia partidaria. Y el respaldo que les dará el movimiento que trabaja, de manera incansable, por la transformación de México, les garantiza una desahogada continuidad. No sólo eso, sino que puede aportarles la capacidad de competencia y dar a sus candidatos posibilidades de triunfo en las urnas así como una plataforma de lanzamiento futuro. La táctica a seguir, sin embargo, no está clara para sus muchísimos simpatizantes que exigen un deslinde definitivo de los que, por ahora, son los dirigentes designados del PRD. Lo cierto es que la crisis y sus efectos darán ventaja a los opositores reales del modelo de gobierno en boga y se las negará a sus causantes.