Usted está aquí: martes 25 de noviembre de 2008 Espectáculos Miles bailaron al ritmo de las notas de la acordeona de Celso Piña en el Festival Internacional de Puebla

Cumbia sampuesana fue el principio del cálido concierto en el zócalo de angelópolis

Miles bailaron al ritmo de las notas de la acordeona de Celso Piña en el Festival Internacional de Puebla

Arturo Cruz Bárcenas (Enviado)

Ampliar la imagen El Rebelde del Acordeón causó revuelo El Rebelde del Acordeón causó revuelo Foto: Arturo Cruz

Puebla, Puebla., 24 de noviembre. El vallenato regio de Celso Piña y su Ronda Bogotá puso a bailar al público poblano que por miles se reunió en el zócalo de la angelópolis, en el cierre del décimo Festival Internacional de Puebla, la noche del pasado sábado, Día de Santa Cecilia, patrona de los músicos. Fue el corolario para una fiesta de la diversidad cultural en una ciudad que se halla en proceso de mantenimiento, con calles remozadas.

Alrededor del zócalo, desde la tarde, cientos de personas se aglutinaron frente al escenario, cuando tan sólo se trataba de la prueba de sonido. Las notas de Cumbia sobre el río provocaron los primeros movimientos al ritmo de esa música del folclor colombiano adoptada por Celso en el cerro de la Campana, en Monterrey.

La presencia del Rebelde del acordeón es tradicional en los cierres de festivales. Su sencillez provoca simpatías y aleja las malas vibras de otros artistas que suelen ponerse difíciles, inaccesibles. Celso es del barrio y para el barrio.

Piña y sus músicos llegaron unas horas antes del concierto, cansados del vuelo Monterrey-Distrito Federal y luego del trayecto carretero a Puebla; buscaban un respiro, pero tenían que hacer la prueba de sonido. El Cejas fue de buen modo a hacer ese trabajo, junto con Lalo Piña y los demás “de la racita”, como los llama Rubén Mojica, representante de Celso, quien informó que están en pláticas para ir a tocar a Sudamérica, España y China, donde hay público para la cumbia.

A tiempo

A las siete de la noche, enfrente del escenario, erigido ante la imponente catedral, una gritería pedía diversión, que pusieran al público a darle al tíbiri-tábara, pero faltaba una hora. Hacía frío.

El tiempo avanzó. Las manecillas del reloj marcaron las ocho. De su camerino salió Celso con su acordeona. A moverse, a darle, que no se vale quedarse quieto. Comenzó con el considerado segundo himno de Colombia: Cumbia sampuesana.

Por varios puntos del Zócalo las parejas hicieron su noche de alegría. Movieron el cuerpo, acercaron las manos, soñaron al ritmo del vallenato. Las notas del bolero Aunque no sea conmigo cambiaron la sinuosidad de los cuerpos. Lo voluptuoso se tolera bajo ese ambiente de fiesta y alegría, de jóvenes que salen a buscar, por lo menos, calor corporal.

Miles corearon el sentimental tema, de renuncia y aceptación de que el ser amado esté con otro, y que sea feliz, lejos. “Eso no se acepta”, comentó una dama de apariencia experimentada en las lides del amor.

Cumbia poder provocó movimientos a lo chúntaro. Se dejó ver el paso del águila, la señal universal del rock, la de “saca” para estar iguales. En los balcones, al calor de un ron, unos privilegiados veían cómodamente. Cumbia sobre el río consigue la prendidez en el ambiente.

“Qué bueno que están aquí, pudiendo estar allá. ¿Dónde? No sé”, señaló Celso Piña, a su manera.

Agonizó el Festival Internacional de Puebla. Aún hubo actividades el domingo, pero se consabe que con Celso es el cierre. “Como ustedes saben, todo lo que comienza termina. Hasta esta tocada”, dijo Celso, lo cual provocó gritos de “¡otra, otra!” Fueron complacidos una, dos, tres veces.

 
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