Ciudad del conocimiento
El viernes pasado se entregaron los premios Heberto Castillo a un grupo de científicos y tecnólogos mexicanos que se han destacado en diferentes campos del saber. La existencia de este reconocimiento es en sí misma significativa, pues lleva el nombre de quien fue no solamente un incansable promotor de la transformación del país, sino un gran ingeniero mexicano, creador de la tridilosa, técnica que todavía se emplea en las construcciones. Algunos recordamos que aún en el final de su vida Castillo dedicaba su talento a imaginar soluciones para el grave problema de la contaminación en la ciudad de México… Molinos de viento de un creativo luchador solitario.
El premio lo otorga el Gobierno del Distrito Federal, por medio del Instituto de Ciencia y Tecnología (ICTDF) de esta entidad, y correspondió este año merecidamente a las doctoras María Elena Álvarez Buylla, Ana Flisser Steimbruch y Ana María López Colomé. También a los doctores Luis Esteva Maraboto, Luis Herrera Estrella, Luis Leñero Otero, Carlos Martínez Assad, Ranulfo Romo Trujillo y Feliciano Sánchez Sinencio.
Reconocer el trabajo de estos creadores de conocimientos es muy importante, pues significa que su esfuerzo no es ignorado por la sociedad. Pero, además, forma parte de una estrategia que no tiene precedente, en la que una entidad federativa en nuestro país entiende con claridad el papel de la ciencia y la tecnología en el desarrollo nacional y mundial, y emprende consecuentemente el impulso de estas tareas con las que muy pocos gobiernos en México –empezando por el federal– se comprometen.
El jefe del Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, se ha planteado una pregunta interesante: ¿por qué en los pasados 20 años, a pesar del Tratado de Libre Comercio, México no ha crecido? La respuesta que él mismo da es que “…en todo este tiempo no hemos sido capaces de generar ciencia y tecnología”. Así, se han emprendido acciones a escala local e internacional. En el primer caso, por medio del ICTDF, que dirige la doctora Esther Orozco, en busca de incorporar a los investigadores y a las instituciones científicas del país, en especial las que se encuentran en la ciudad de México, en la solución de los problemas de la capital; otorgando financiamientos, becas y estímulos, y emprendiendo una ambiciosa campaña de difusión científica entre sus habitantes. Por otra parte, buscando alianzas con la comunidad científica internacional, lo que implica convocar a los expertos foráneos al análisis de los temas cruciales de nuestra ciudad y buscar fuentes alternativas de financiamiento.
Uno de los proyectos principales es el de las ciudades del conocimiento, cuyo objetivo consiste, de acuerdo con Ebrard, en “… llevar a cabo la transformación económica y tecnológica como motor de una nueva economía y una mejor calidad de vida para los capitalinos”. Este proyecto consiste en transformar a la ciudad de México en una ciudad del conocimiento en América Latina, con polos de desarrollo en los que participarán instituciones científicas y empresas, nacionales y extranjeras, que se ocuparán de temas como salud, energía y finanzas, y estarán dotados con la más alta tecnología.
Es la primera vez que un mandatario se propone metas tan ambiciosas con el concurso de la ciencia y la tecnología. El Gobierno del Distrito Federal se ve sometido continuamente a distintas presiones políticas y presupuestarias que, en mi opinión, son una afrenta para todos los capitalinos. Yo sé que muchas personas desde la derecha desean el fracaso del gobierno de la capital, y también que a algunos de la izquierda no les gusta el jefe de Gobierno, pero a mí me parece que, independientemente de las preferencias políticas y personales, los programas del Distrito Federal en las áreas de la educación, salud, ciencia y tecnología son inéditos y merecen el firme respaldo de todos los habitantes de la ciudad de México.
Convertir al Distrito Federal en una sociedad del conocimiento es un propósito que requiere del apoyo de quienes que se encuentran comprometidos con el desarrollo de la educación y la ciencia y merece el mayor de los éxitos, pues constituiría, sin duda, un modelo para el país entero.