Usted está aquí: lunes 24 de noviembre de 2008 Cultura Dedica el MAM retrospectiva a Alan Glass, surrealista nato

Zurcidos invisibles será inaugurada el próximo jueves 27

Dedica el MAM retrospectiva a Alan Glass, surrealista nato

■ El artista radica en México, país determinante en su obra, desde 1961

Merry MacMasters

Ampliar la imagen El artista canadiense Alan Glass (derecha), acompañado por el documentalista Tufic Makhlouf El artista canadiense Alan Glass (derecha), acompañado por el documentalista Tufic Makhlouf Foto: cortesía del cinerrealizador

Aunque Alan Glass (Montreal, Canadá, 1932) nunca firmó ningún manifiesto surrealista, ni participó oficialmente del movimiento impulsado por André Bretón, asegura haber nacido con ese modo de percibir la vida.

De niño vivió muchos incidentes surrealistas, como el día que oscureció el cielo con libélulas: “La señorita que nos cuidaba abrió la puerta de la casa y dijo: ‘entren, rápido, porque les van a sacar los ojos’. Era un poquito como el cuadro Dos niños espantados por un ruiseñor, de Max Ernst”.

Con 47 años de radicar en México, país que ha sido definitivo en su obra, Glass será objeto de una exposición retrospectiva organizada por el Museo de Arte Moderno (MAM). Zurcidos invisibles. Alan Glass. Construcciones y pinturas, 1950-2008, curada por la especialista japonesa Masayo Nonaka –autora de un libro de próxima aparición–, será inaugurada el 27 de noviembre a las 20 horas.

Glass también nació con “alma de pepenador”. Desde niño siempre coleccionó cosas. Se dice incapaz de salir de su casa sin regresar con algo que le parezca poético o con el que establezca una asociación con otro objeto o que de plano le guiñó el ojo. Ha llenado los tres pisos de su casa con cajas y cajas de objetos que “a lo mejor nunca voy a utilizar”.

Pero, ¿cuándo se le ocurrió incluir lo coleccionado en sus obras? En París, contesta Glass, quien llegó a la Ciudad Luz becado por el gobierno francés. Aunque la mayoría de sus obras de esa época están perdidas, la exposición cuenta con un ejemplo de los dibujos que hacía en el famoso club de jazz Saint Germain des Prés, en cuya taquilla trabajó. Recién había salido al mercado el bolígrafo, cuyos diferentes colores usaba Glass para dibujar.

Esos fueron los dibujos que enseñó a André Bretón, gracias a la sugerencia de los muchachos de una galería que conoció por casualidad. Bretón tenía fama de difícil, pero era “el hombre más accesible del mundo. Me recibió calurosamente y en seguida propuso una exposición y le encargó a Benjamín Péret llevarme a la galería Terrain Vague”. Era la época del expresionismo abstracto en Francia, el surrealismo se consideraba más bien “pasé”, aunque “no era cierto”, asegura el entrevistado.

Fue en la casa de Aube, hija de Bretón, donde Glass vio una calavera de azúcar, imán que lo atrajo a México en 1961: “Vine aquí por un año, luego regresé a Europa, pero ya no lo soportaba, porque lo encontraba chiquito, apretado. Vendí todo y regresé a México”. Su amigo de París, Alejandro Jodorovksy, le ofreció su casa: “Vivía en la calle Berna, justo al lado de la galería de Antonio Souza. En seguida, Alejandro me presentó con Lilia Carrillo, Manuel Felguérez, Fernando García Ponce, Arnaldo Coen; todos los de la Ruptura”.

A la pintora Leonora Carrington la conoció el día que llegó: “Alejandro me llevó a su casa. Es curioso, porque Leonora siempre se acuerda. Fuimos a Xochimilco”.

–¿Qué ha significado Leonora Carrington para usted?

–Es la cosa del imán. Nos entendemos. Es una manera de percibir las cosas propio de ella. La entiendo, no por completo, pero creo que mucho más que muchas de personas.

–¿En qué consiste su gusto por México?

–De todos los países del mundo, México es increíble, es un país de arte.

–¿Por qué este país abrazó tan abiertamente el surrealismo?

–Porque en México, aun en la vida cotidiana, siempre hay cosas que nos sorprenden. Por eso creo que uno quiere tanto a este país. Si me hubiera quedado en Europa, quién sabe qué hubiera pasado. México me ha permitido desarrollarme. Todavía se puede vivir aquí a la sombrita. En otras partes del mundo eso es casi imposible. Estoy en favor de vivir a la sombrita, no en medio de todo lo que sucede y asistir a todas las inauguraciones. Más bien prefiero estar apartado para ver las cosas con cierta distancia.

 
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