Usted está aquí: lunes 24 de noviembre de 2008 Opinión México SA

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Carlos Fernández-Vega
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■ De la ovación a la recriminación a los banqueros, en sólo 20 meses

Ampliar la imagen La grave crisis financiera que agobia a Islandia originó enfrentamientos violentos entre manifestantes y la policía, cuyo cuartel en la capital fue rodeado por varios cientos de personas, contra quienes se utilizaron gases lacrimógenos para dispersarlas, por lo que cinco fueron trasladadas al hospital. Como parte de las protestas se colgó  una manta en el Parlamento que dice: "Vendido al FMI por 2 mil 100 millones de dólares" La grave crisis financiera que agobia a Islandia originó enfrentamientos violentos entre manifestantes y la policía, cuyo cuartel en la capital fue rodeado por varios cientos de personas, contra quienes se utilizaron gases lacrimógenos para dispersarlas, por lo que cinco fueron trasladadas al hospital. Como parte de las protestas se colgó una manta en el Parlamento que dice: “Vendido al FMI por 2 mil 100 millones de dólares” Foto: Ap

Con una enorme sonrisa, precedida por “una ovación que le brindaron de pie”, el inquilino de Los Pinos se estrenó con los barones del dinero en la convención bancaria de 2007, a quienes agradeció los favores recibidos (“al fin se me hizo”) y les lanzó un caramelo: “el sector bancario en México es sólido y no genera la preocupación y zozobra que causó en el país en el pasado”.

Tan sólo 20 meses después, en noviembre de 2008, surge la agria recriminación del mismo Felipe Calderón: en México, “la banca causó la crisis; los banqueros hicieron estallar los problemas financieros” en el país (La Jornada, 22 de noviembre), y a juicio del inquilino de Los Pinos, entre banqueros y carniceros –con todo respeto para los últimos– no existe diferencia: los primeros destazan “a la vaca”; los segundos al país, y ninguna autoridad ha metido la mano para evitarlo.

En 15 años el gobierno (en tres presentaciones: Zedillo, Fox y, ahora, el michoacano) no aprendió la lección; los estragos de una mega crisis financiera de proporciones históricas le resultaron insuficientes para que reaccionara, y el elevadísimo costo social de ella derivada le ha pasado de noche. Tan es así que la misma bomba, de mecha ya muy corta, de nueva cuenta está por estallar. Consecuencia de su incapacidad, sin duda, pero también de la cada vez más notoria ausencia de autoridad, la creciente complicidad con los barones y la impune preeminencia del capital financiero.

En esos tres lustros, la banca en México pasó de la estatización a la reprivatización y de ésta a la extranjerización, no sin antes transitar por el “rescate” gubernamental y los 120 mil millones de dólares del Fobaproa, que pagaron, pagan y pagarán todos los mexicanos. De los voraces especuladores bursátiles autóctonos que se apropiaron de las ex sociedades nacionales de crédito, la banca pasó a manos de personajes de la misma calaña, pero de talla internacional.

Y en ese periodo la banca que opera en el país se ha consolidado como un jugosísimo negocio privado de unos cuantos (al tiempo que en pesado fardo para el crecimiento económico y el desarrollo nacional), incontrolado, desbocado, cada día menos regulado, y pretendidamente acotado por la inexistente “autoridad” por medio de “exhortos”.

Quince años después, en síntesis, otra vez la banca, pero también otra vez el gobierno que no hizo nada para evitar el golpe, contener la rapacidad de los banqueros, acotar su margen de acción y repeler su voracidad especulativa. ¿Hasta dónde, pues?

Como parte de su recriminación a los hasta poco antes “sólidos” banqueros, el inquilino de Los Pinos destacó el asunto del dinero de plástico: “el problema es cuando los banqueros, en lugar de tener criterio de banqueros, toman criterio de carniceros y tratan de colocar toda su mercancía, a como dé lugar, a lo largo del día. Y resulta, como lo vimos en México y en muchos casos, que las tarjetas de crédito comienzan a regalarse en el Metro o a colocarse indiscriminadamente”.

Qué raro ese reclamo, porque oficial y sistemáticamente el gobierno negó ya no el hecho sino la posibilidad de que se presentara una nueva crisis en las tarjetas bancarias de crédito (y de allí se ramificara al sistema financiero en conjunto). Sin embargo, a estas alturas del partido –ya que el barco hace agua– surge la recriminación de una “autoridad” que nada hizo para evitar que la historia se repitiera, que nunca metió la mano para erradicar la vergonzosa trasquilada que la banca propina a sus tarjetahabientes, que no movió un dedo para que el negocio de la banca fuera justamente eso, no un asalto con disfraz de negocio.

Y en el cuento de nunca acabar, la bomba de las tarjetas de crédito ha estallado, una vez más: en efecto, los bancos emiten plásticos como si fueran bolillos, los “colocan” como si fueran tarjetas de presentación, no certifican ni garantizan la solvencia del usuario y sólo hasta que ya no hay solución, la “autoridad” sale a decir que “cuidado con el uso que le da; no es parte de su salario” (etcétera).

Semanas atrás recordábamos en este espacio el sugerente cuan histórico “embargo” que una juez de Sonora ordenó practicar a favor de Banamex, en 1995: dos perros, uno ciego y el otro cojo, para garantizar el pago de 2 mil 500 viejos pesos (2.5 pesos de los de ahora). Cuando ello sucedió, Roberto Hernández y Alfredo Harp –un par de especuladores bursátiles– eran las cabezas visibles de la institución financiera. ¿Por qué llegaron a los canes? Por la misma razón que ahora: prácticamente “fotocopiaban” las tarjetas de crédito y las entregaban a quien pasara, casi sin preguntar el nombre del usufructuario, cobrando intereses de agio. De los animales, pasaron al embargo de televisiones, refrigeradores, bicicletas, vehículos automotores, casas, fábricas y todo lo que encontraran.

Resultado: una banca que se convirtió en el mayor almacén de electrodomésticos en el país, en una gigantesca agencia de coches usados (recordar cómo se veía el estacionamiento del otrora orgulloso Centro Bancomer en Universidad y Churubusco), en el mayor poseedor de fábricas improductivas de la República y en el más notorio agente de bienes raíces, mientras el negocio de la banca quedó en espera del sacrosanto “rescate” gubernamental y la generosísima “inyección” de recursos públicos por medio del Fobaproa.

También se convirtió en el más salvaje y amafiado de los grupos que sin discreción utilizó a los más ruines tinterillos del país (y hay muchos) para chantajear, presionar y agredir a los clientes morosos, que cayeron en esa circunstancia por los intereses de agio impuestos por esa “banca moderna” que tanto se prometió, la cual pudo hacerlo con plena impunidad por la ausencia (léase complicidad) de la supuesta “autoridad” reguladora. Eso sucedió en 1995-1998, y de nueva cuenta se registra en 2008.

En los últimos 20 meses, la cartera vencida de créditos al consumo (fundamentalmente dinero de plástico) ha crecido casi 400 por ciento, en un periodo en el que los bancos que operan en el país han impreso y distribuido millones de tarjetas de crédito. En igual lapso, se duplicaron las tasas de interés y los cobros que aplica la banca a sus tarjetahabientes, y para rematar cada 12 segundos una tarjeta de crédito llega a manos de un nuevo cliente, 40 por ciento de ellos sin mayores antecedentes en el uso y pago de este instrumento.

Entonces, ¿dónde estaba el gobierno que hoy acremente reclama la actitud de los barones del dinero, de por sí rapaces”?

Las rebanadas del pastel

Ya que el inquilino de Los Pinos responsabiliza a los banqueros de “hacer estallar los problemas financieros” en el país, ¿qué tal si ofrece un informe tan pretendidamente detallado como el del avionazo en el que pereció su delfín?

 
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