Ciudad Perdida
■ La gracia de la delegada Cuevas
■ Mucho fanatismo, poca política
Gabriela Cuevas es una mujer que saltó a la fama política cuando, guiada por la mano de Santiago Creel, puso en marcha aquel show dedicado a los medios en el que pretendía pagar la fianza que se le había marcado al ahora ex jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador, para que no pisara la cárcel, en aquella triquiñuela por la cual su partido, el PAN, pretendía sacar del juego político, a la mala, al tabasqueño.
Esa acción que para otros sería vergonzosa, a la Cuevas le significó convertirse en delegada de la Miguel Hidalgo, uno de los dos bastiones panistas en el DF. Su falta de experiencia en áreas de gobierno, y su manejo sucio y fanático de la política, no era factor de impedimento para los azules, por el contrario, en ese partido las taras políticas de la Cuevas, que ha tenido que soportar la población de la Miguel Hidalgo, fueron y son virtudes.
Luego, en el colmo de la contradicción y el doble discurso –atribuciones necesarias para militar en el PAN– la Cuevas se lanzó a una cruzada, plena de fanatismo, para impedir que en lo que ella y los azules consideran suelo panista se edificara la torre conmemorativa del bicentenario de la Independencia de México.
La delegada halló el argumento y apoyada con el ruido mediático impidió aquella construcción, lo que se consideró, en todas partes, como un triunfo de su fanatismo en contra del gobierno de Marcelo Ebrard.
Pero nadie se explicaba la acción de la Cuevas: impedir un gran negocio privado era tanto como agarrar a puntapiés la cuna que la meció al inicio de su carrera política; era, digámoslo así, como escupir al cielo.
Sólo ella y un pequeño grupo de panistas sabían que la intención no era cuidar el medio ambiente o malograr un negocio. Sólo ellos tenían claro que se trataba, nada más, de perjudicar, de frustrar las intenciones de Marcelo Ebrard y de no permitir que se erigiera en la demarcación un monumento que recordara la guerra con la que los oprimidos se alzaron en contra de los poderosos.
Por eso las voces de indignación que desde la iniciativa privada se hubieran levantado en cualquier otra circunstancia, aquella vez enmudecieron encerradas en un pacto que siempre sería en su beneficio.
Así que entonces llegó el momento de pagar por aquel silencio, y la delegada anunció la construcción de lo que se ha dado en llamar “los deprimidos de Palmas y Reforma, y la gente, que aunque poco pero había confiado en ella, se supo engañada, defraudada, y le volteó la espalda.
Hoy Gabriela Cuevas enfrenta su fracaso político como ningún otro jefe delegacional en la ciudad –ni siquiera como el señor Heberto Castillo, en Coyoacán, que ya es mucho decir–, y ha puesto en riesgo, en mucho riesgo, ese bastión panista que podría perderse en las próximas elecciones. Y es que la delegada dedicó su mandato a vengarse de los habitantes de las colonias que no votaron por ella –un ejemplo es la Pensil–, la más pobre de la delegación, y engañó a los que confiaron en ella, es decir, no cuenta con nada y ni en el PAN quieren saber de ella.
Los habitantes de las Lomas y Polanco han salido de sus casas para, cosa curiosa, hacer un plantón en donde la Cuevas pretende construir los pasos a desnivel; están en franca rebelión en contra de la delegada, quien por más que ha tratado de cambiar su imagen, todos saben que, aunque se vista de seda, Cuevas...
De pasadita
Y ya que hablamos de las mujeres metidas en la política, habrá que echarle un ojo a la presidenta del PRD local, quien ya tendió puentes con los partidos del FAP, seguramente para llegar a acuerdos mediante los cuales se lance a los candidatos a las diputaciones y delegaciones políticas en el DF. ¿Cómo sortear el problema de las candidaturas divididas?, ese es el dilema, porque si los candidatos del FAP no son los de Nueva Izquierda, ¿cómo le van a hacer? De esto platicaremos en la próxima entrega.