Sudamérica: se acorta el tiempo
El fracaso de la reunión del G-20 en Washington para reformar siquiera aspectos parciales del sistema financiero y económico mundial coloca al resto del mundo, muy en particular a los países y regiones que pretenden emerger fortalecidos de la crisis en curso, ante la necesidad de emprender caminos distintos a los ensayados hasta ahora. Todo indica que este cambio de rumbo no será rápido, ya que no existe una alternativa diseñada para transitar por ella ni dirigentes capaces y audaces para impulsarlo.
La región sudamericana tuvo ya una primera oportunidad cuando los presidentes Luiz Inacio Lula da Silva y Néstor Kirchner firmaron el Consenso de Buenos Aires, en octubre de 2003, cuando vientos renovadores parecían barrer la región. La gravedad de la crisis actual y la debilidad creciente de Estados Unidos en Sudamérica parecen brindar una nueva oportunidad si se sacaran las lecciones de los fracasos anteriores. Para ello serían necesarias dos condiciones que no abundan entre los gobiernos de la región: una clara lectura de lo que está sucediendo, o sea, el fin de la hegemonía estadunidense, y el valor político suficiente para innovar y asumir los costos de los eventuales errores.
Desde que estalló la crisis, en agosto de 2007, se ha hecho muy poco. Menos aún desde que en septiembre cundió el pánico en los mercados del mundo. El principal país de la región, potencia emergente que se pretende global player y referencia ineludible para el resto, sufre una masiva fuga de capitales que se traduce en la devaluación del real, que pasó en pocos meses de 1.50 a 2.40 por dólar, pese a las medidas del Banco Central. Desaparecieron el crédito, los préstamos al consumidor y a las empresas, lo que llevó a la autoridad monetaria a intervenir por lo menos tres veces en un par de meses, la última la semana pasada, al inyectar 19 mil millones de dólares, sin conseguir la menor reactivación.
El gobierno de Lula y el de Sao Paulo, comandado por Jose Serra, aspirante a la presidencia en 2010, armaron un plan de rescate para la industria automotriz cuando se supo que en octubre las ventas se desplomaron 11 por ciento. Entre el gobierno estatal y el federal inyectaron 4 mil millones de dólares para reactivar la demanda, o sea, para facilitar que las clases altas y medias obtengan créditos baratos. Como puede verse, se trata de medidas similares a las que vienen adoptando los gobiernos europeos y estadunidense para enfrentar la recesión. Apenas parches sin cambio de orientación.
No es por ese camino como Sudamérica puede salir fortalecida de la crisis actual. Aunque no existe un nuevo modelo pronto para ser implementado, y las más de las veces las propuestas “alternativas” se reducen a discursos muy radicales, pero vacíos de contenido concreto, es posible establecer tres líneas generales por donde debería transitarse.
La primera es reorientar las economías hacia los mercados internos, o sea, promover el desarrollo endógeno. Es fácil decirlo, pero supone un giro completo de la producción y de la ecuación exportadora asentada en la apertura comercial y financiera.
Desarrollo endógeno significa integración regional. La Unasur es un buen instrumento a condición de que se disponga a dar un salto adelante que haga del Banco del Sur algo más que una declaración de buenas intenciones y se encamine hacia la creación de una moneda regional que sustituya al dólar. Algunos de los más nobles proyectos de integración regional fueron archivados sin siquiera mencionar las razones. ¿Alguien escucha hablar del Gasoducto del Sur, que iba a ser una de las piezas claves del desarrollo energético endógeno regional? Con el Banco del Sur puede suceder algo similar si no se actúa con transparencia.
La Unasur debe concretar el Consejo Sudamericano de Defensa, que hasta ahora existe sólo en declaraciones. Estas medidas son imprescindibles para doblegar la acumulación por desposesión que sigue siendo el proyecto del gran capital para Sudamérica. La Comisión Europea lanzó el 5 de noviembre pasado la Iniciativa en Materias Primas para facilitar la extracción de recursos naturales de países del sur y minimizar los riesgos de desabastecimiento de la Unión Europea. China pretende repetir su experiencia africana en América Latina, focalizada en recursos minerales y energía. Son formas de acumulación por desposesión que sólo pueden evitarse con decidida voluntad política.
En segundo lugar, hace falta una profunda redistribución de la riqueza, que es otra de las bases de cualquier desarrollo endógeno. Eso supone que el continente deje de ser el campeón mundial de la desigualdad y, sobre todo, tener claro que un mejor reparto de la riqueza reduce la tasa de ganancia del capital, pero es una buena forma de acotar la especulación financiera.
En tercer lugar, hacen falta reformas democráticas profundas. En Uruguay se implementaron dos medidas básicas: reforma impositiva y de la salud. La primera, aun con limitaciones, introdujo cambios de fondo en la tributación según los ingresos y la segunda democratizó el acceso al sistema sanitario. En otros países de la región (Brasil, Bolivia, Ecuador) se adoptaron medidas similares que no suponen grandes cambios “revolucionarios”, pero al menos contribuyen a la democratización real, y mucho más que los dicursos altisonantes.
Puede decirse que estos tres cambios son insuficientes. Sin duda. Sin embargo, pueden preparar el terreno para cambios mucho más profundos que no serán realizados por la actual camada de dirigentes políticos. En efecto, sólo la llegada de una nueva generación de dirigentes, mucho más audaces, menos ligados a la vieja cultura política y formados en el seno de la crisis en curso, podrá torcer el rumbo. Para eso tal vez sea necesario que las cosas se pongan más negras aún, que las turbulencias económicas se conviertan en tsunamis sociales y políticos capaces de barrer lo que aún se resiste a morir.