¿Es ética la violencia social?
“Bastaría considerar si la violencia, en casos precisos, sirve a fines justos o injustos” escribió Walter Benjamin en 1921. En el mismo ensayo, Para una crítica de la violencia, agregó: “La cuestión de si la violencia es en general ética como medio para alcanzar un fin seguirá sin resolverse”. Ochenta y siete años después, las interrogantes de Benjamin siguen no sólo siendo vigentes, sino con adendas que retratan comunidades cada vez más enfermas. La nuestra, la mexicana, es ejemplo de ese deterioro y del imparable avance de la decrepitud comunitaria. Decrepitud como sinónimo del brutal fracaso de la política mexicana y como antesala para la violencia social.
Los sociólogos seguramente saben las razones por las cuales el grueso de la sociedad, 50 o 60 millones de connacionales, no se ha lanzado a las calles en busca de justicia. A pesar de que los pobres y miserables viven en un impasse, tres hipótesis podrían explicar los motivos por los cuales las comunidades pobres siguen aguantando las lacras ocasionadas por la falta de dinero. Es probable que siga pesando más la esperanza que el desasosiego, quizás la religión siga convenciendo y funcionando como paliativo y, por último, es factible que los pobres se hayan acostumbrado a sobrevivir y a tolerar las condiciones de vida que les ha impuesto el Estado mexicano.
Sin embargo, tanto en la ciencia como en la cotidianidad las hipótesis son perecederas. Siempre, más temprano que tarde, hay una verdad o algún hallazgo que las cuestiona y que les quita su carácter de probabilidad. Cuando las hipótesis dejan de serlo, emerge la realidad. Es el caso México. Si persisten o se empeoran las condiciones económicas de la mitad de la población mexicana –supervivencia para 25 millones– es probable que ni la esperanza, ni los dictados de los religiosos sirvan para contener el enojo y el desasosiego de la comunidad. La realidad de la miseria en el caso México es ominosa: se requiere ser ignorante y parte de la cúpula gubernamental para negar el empobrecimiento de las masas y para no entender que existen razones suficientes para que la violencia estalle.
La indigencia detiene la vida y el hambre impide el futuro. Cuando se rebasa lo inadmisible, cuando se sabe que a pesar de que se realicen los mejores esfuerzos es imposible avanzar y cuando no hay más sacrificios que hacer, la realidad obliga a repensar si son correctas o no las ideas del filósofo judeoalemán: ¿es ética la violencia?
Los nimios logros de las políticas mexicanas –democracias mediocres, derechos humanos vulnerados, dignidad humana atropellada– son argumentos comprensibles y suficientes para validar la violencia comunitaria. La expoliación sin coto, la inutilidad de los discursos políticos y la creciente desesperanza justifican todo tipo de encono. El problema no radica en entender esas razones. La violencia es una consecuencia esperable y obvia del latrocinio. El brete es más profundo e incluso interesante: tal como lo planteó Benjamin, ¿puede la violencia sustentarse en argumentos éticos?, ¿es la violencia consecuencia lógica de la injusticia? A partir de la óptica de los pobres o de los vencidos la rudeza es una consecuencia lógica de la amoralidad y de la injusticia perpetrada por el poder político, económico o religioso. Desde esa perspectiva es fácil entender el sustrato de la agresión comunitaria que nace de la desesperanza e incluso aprobarlo. Lo que es en cambio difícil dirimir son los límites éticos de la violencia.
El Estado mexicano ha ejercido sin piedad la violencia. Robar al país es una fechoría. No ofrecer salud de calidad para todos es injusto. Carecer de agua es amoral. Fomentar el narcotráfico es criminal. No ofrecer educación adecuada ni paga justa a los maestros es bajeza. Permitir la desnutrición es atroz. Delinquir arropado por disfraces políticos o policiales es nefando. Todos esos argumentos son una breve sinopsis de los quehaceres del Estado mexicano. El caso México, desde la mirada de la pobreza y desde la experiencia de los vencidos es sinónimo de fracaso y sustrato de la violencia venidera.
La cuestión sociológica es la de siempre, ¿hasta cuándo? El detonador de la violencia lo ocasionará el incremento insoportable de la miseria, mientras que la ruptura de la frágil estabilidad social la determinará la inutilidad de la vida y la magnitud del sufrimiento, consecuencias obvias de la pobreza.
Detesto la violencia. Tanto la verbal como la física. La detesto y procuro alejarme de ella. Me intimida y me rebasa. Me atenaza. Sin embargo, la comprendo y la justifico. No la estimulo pero la entiendo. No la deseo pero pienso que es válida cuando no hay dinero en casa para comprar medicamentos.
Cuando la humillación sepulta la vida emerge la violencia. Cuando la miseria entierra la esperanza la violencia es una respuesta. Esos descalabros los han propiciado nuestros gobiernos. Ellos son y serán los responsables de la ira societaria. Ignoro, en el caso México, cuál es la dosis ética y justa de violencia. Espero que sea mucho menor a la que han ejercido nuestros políticos contra sus ciudadanos.