■ El escritor guatemalteco Marco Antonio Flores publica Antología personal (1960-2002)
“La poesía es una emoción empalabrada y la memoria que surge inesperada”
■ Comencé a escribir a los 20 años sin saber por qué y sigo sin saberlo, confiesa en entrevista
Practicante del valor de la sinceridad en todos los asuntos, el poeta, narrador y ex guerrillero guatemalteco, Marco Antonio Flores, confiesa en entrevista con La Jornada, con motivo de la publicación de su poemario Antología personal (1960-2002): “Soy un hombre colérico, un hombre violento. Y así es mi país, al cual no quiero y no me gusta”.
Y también comparte que su poesía y novelística son más una “emoción empalabrada” que algo “racional”. Y que la literatura ha sido su “compañera de la vida”, no sólo como escritor, sino como “lector obsesivo”. Y que casi no frecuenta ni tiene amigos porque, agrega, prefiere vivir “aislado”, lo que le cuestionan su esposa y sus hijas (“Mi familia es lo único a lo que estoy ligado”, aclara).
Y platica que su padre lo abandonó a los tres años, y que su madre y su abuela fueron “su padre y su madre”. Y que se enamoró del tango y de Buenos Aires desde niño, pero que nunca ha conocido esa ciudad.
Antología personal (1960-2002) acaba de ser editada por el Fondo de Cultura Económica como un reconocimiento a Flores (1937), conocido por su poesía y por novelas como Los compañeros (1976), visión crítica de la vida interna de la guerrilla, en cuyas filas militó en la década de los años 60 integrando el Partido Guatemalteco del Trabajo.
A lo largo de casi medio siglo, desde 1960, Flores nunca leyó los poemarios que iba publicando, al grado de llegar a olvidar mucho de lo escrito, reflejo fiel, dice, de etapas específicas de su vida. Una existencia también marcada por la persecución y el exilio, sobre todo en México, al que le gusta regresar de vez en cuando porque se siente “libre y seguro”.
Sin embargo, Flores, conocido en su país como El Bolo, porque de adolescente se caía a cada rato cuando jugaba futbol, tuvo que sumergirse en el mar de sus ocho libros de poemas cuando la editorial le pidió hacer una selección para publicar la Antología personal.
Poesía inesperada
–¿No releer sus libros, que reflejan etapas de su vida, es una forma de renunciar a su memoria?
–Creo que la memoria se queda en la poesía, que la poesía es memoria, la memoria que surge en un momento inesperado. Cada libro –que nunca me pongo a planear– nace de toda esa acumulación en el inconsciente de sensaciones, emociones, sentimientos encontrados, dolores y alegrías. Nunca he pensado en escribir poesía, novela o cuento, sino que surgen de modo inesperado. No sé de géneros literarios, no podría explicar qué son. Comencé a escribir poesía en un momento inesperado: iba en un camión, sentí una necesidad, me bajé y escribí un soneto.
–¿Cómo observa la poesía que se tallerea mucho, a veces tanto, que quizá gana en forma pero puede perder su espíritu original?
–La poesía para mí es emoción. Es una emoción empalabrada. No hay otra forma de hacer poesía. Algunos retrabajan su poesía hasta dejarla seca del sentimiento inicial. Y como es académica, le gusta a los académicos. Pero no escribo para los académicos, escribo para mí, para descargarme de todas las emociones y presiones que tengo en la vida.
–¿A qué poetas se siente cercano?
–A César Vallejo. Es el poeta más importante para mí. A Porfirio Barba Jacob, también. Fue el primer poeta que leí, a los 12 años, sin saber que existía la poesía. Era un libro que mi madre mantenía escondido y que tenía una mujer desnuda en la portada. Y me robé el libro porque me gustaba la mujer desnuda. Pero de pronto empecé a leer lo que contenía, y ahí descubrí la poesía. Aunque la poesía, finalmente, me descubrió a mí, cuando a los 20 años, sin saber por qué razón ni para qué, me bajé de ese camión para escribir. Y sigo sin saber por qué escribo.
–¿Cómo ha cambiado su poesía en términos formales, de 48 años para acá, ya que tuvo que revisarla para la Antología personal?
–No lo sé en absoluto. Releí esa poesía como si fuera mía, pero también como que no fuera mía. Me descubrí, pero no me descubrí; descubrí al poeta, pero no descubrí al hombre. Los cuentos son más racionales, pero escribo mis novelas como la poesía: por una necesidad intensa de escribirla. Y después me paso años trabajándola. Las batallas perdidas la trabajé 21 años.
Quitarle el agua al pez
–En los años 90 se terminaron más de 30 años de guerra en Guatemala, pero los problemas no se resuelven y la violencia ahora adquiere otras vertientes.
–Los guatemaltecos somos groseros, violentos y agresivos, todos. No es una cuestión de la guerra, sino de la idiosincracia guatemalteca. Así como dije que son los guatemaltecos, así soy yo. Y eso impregnó un poco al desarrollo de la sociedad. Esa extrema delincuencia que hay ahora no sólo es consecuencia de la lucha armada, sino de la forma de ser del guatemalteco. Pero se acendró en la conciencia del guatemalteco con la lucha armada, quizá la más sangienta que ha habido en el mundo. El ejército asesinó a más de 250 mil personas en el tiempo que duró. Y la mayoría de ellas no estaban implicadas en el conflicto. Era gente que estaba cerca a las zonas de la guerrilla, y como querían quitarle el agua al pez, como dice Mao, mataban a todas las personas que vivían alrededor de las zonas guerrilleras.
“La delincuencia salvaje que hay en Guatemala en la actualidad es consecuencia de aquella matazón, que no se conoció en el mundo. La guerra salvadoreña fue muy conocida en México y Europa. Las guerras de 30 mil muertos en Chile o Argentina eran noticias mundiales, o la de Nicaragua. Pero la de Guatemala, que fue la más terrible, nunca se conoció fuera.”
Flores no se siente unido a Guatemala. “Es un país egoísta, violento, que no me gusta. Cuando estoy allá me la paso metido en mi casa, con mi familia. Una de mis hijas ya no quiso regresar a Guatemala y se quedó aquí. Mi esposa y otra hija regresaron a Guatemala. Mi mujer ya no quiso volver a México, pero yo sí, porque aquí me siento libre, seguro, hago lo que quiero”.
–Usted vivió una época en la que hubo esperanza de que las cosas cambiaran. ¿Cómo percibe ahora el mundo?
–El mundo que me tocó vivir era el de la búsqueda de un mundo mejor. Había una utopía bastante bien centrada desde el punto de vista teórico y desde la propuesta política, económica e histórica. Había algo por qué luchar y por qué morir para buscar mejorar el mundo. El capitalismo es el veneno del mundo, porque es el mundo del egoísmo total. Un mundo en el cual un grupo pequeño se enriquece de manera excesiva, y una gran mayoría de gente vive una extrema pobreza. La utopía quería cambiar ese mundo. Eso se acabó, y ahora no hay utopías. Y el hombre sólo piensa en sí mismo, quiere ser exitoso. La gente vive para tener dinero, y como la mayoría no lo consigue, entonces se amarga y vive con muchas necesidades materiales y espirituales. Es un mundo pobre, que no vale la pena vivirse, pero hay que vivirlo.
–¿No observa salidas, opciones?
–No veo, ahorita, una propuesta teórica que replantee la búsqueda de un mundo mejor.
–¿El marxismo está rebasado?
–No existe más que como una posible recuperación de una propuesta teórica. El marxismo no ha muerto, sigue siendo una propuesta para un mundo diferente, mejor. Lo que pasa es que el marxismo fue traicionado por Stalin. Y lo que se difundió por el mundo no fue el marxismo, sino el estalinismo. Fue un mundo de represión. Hasta ahora no ha habido marxismo en el mundo. Lo que Lenin había comenzado ha hacer se destruyó muy rápidamente. Pero la teoría sigue planteada ahí.