Usted está aquí: sábado 15 de noviembre de 2008 Opinión La Muestra

La Muestra

Carlos Bonfil
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■ Delta

En 2005 el joven realizador húngaro Kornél Jandruczó lleva a la pantalla en Johanna, su segundo largometraje, una variación del filme La pasión de Juana de Arco (Dreyer, 1928), transformado en un musical expresionista con toques operísticos, cuya acción se desarrolla en un hospital. La protagonista (Orsolya Toth) tiene ahí el don de sanar a los pacientes co sexo, práctica que de inmediato perturba a las autoridades médicas del lugar, quienes acosan y condenan a la generosa hechicera.

La factura plástica de la cinta es impresionante, como también su banda sonora. La produce su compatriota, el cineasta maestro Béla Tarr (Satantango) y el fotógrafo es Matyás Erdely. En México se exhibe fugazmente en una edición del Festival Internacional de Cine Contemporáneo de la Ciudad de México, y queda luego sin distribución comercial.

Tres años después, Jandruczó recibe de nuevo el apoyo de Béla Tarr y propone en Delta otra parábola sobre la intolerancia, con el mismo fotógrafo y la misma protagonista de Johanna, aunque esta vez la acción se desarrolla en un poblado perdido a orillas del Danubio. Del universo claustrofóbico de aquel hospital en su película anterior, el realizador transita aquí a espacios muy abiertos, donde captura las faenas diarias de granjeros, su esparcimiento rutinario en el bar local, algún ritual funerario por el río y la trágica evolución de una relación incestuosa.

Luego de una larga ausencia, el joven Mihail (Félix Lajkó) regresa a casa de su madre, descubre ahí a la hermana, que apenas ha tratado, y al hombre que ocupa el lugar de su padre, posiblemente asesinado. Elige instalarse en el pueblo, pero vive alejado de la familia que apenas lo tolera. Su hermana abandona el hogar, lo sigue, y acepta compartir con él una intimidad que el pueblo entero condena.

Kornél Jandruczó registra de modo notable la vida rural, desde los chillidos de un cerdo a punto de ser sacrificado hasta los pasos de una tortuga, animal fetiche en el filme, tan lentos y caprichosos como el desarrollo de esa trama que libra poco a poco sus secretos. En una escena clave, la cámara insinúa un contacto carnal, el derrumbe del tabú máximo, concentrándose en los pies o en las sombras que sobre el suelo dibujan los personajes. La naturaleza, omnipresente en esta cinta, contrasta en su variedad y en su pureza con la cerrazón y los prejuicios de una población enardecida, lista para el linchamiento moral y el crimen de odio.

Como en Johanna, esta intolerancia es una bestia agazapada que en un instante imprevisto salta para destruirlo todo. El director captura la capitulación de las últimas buenas voluntades (un tío comprensivo), el nacimiento del desprecio en un hombre (el padrastro), que de violador pasa a ser rectitud moral ultrajada, o la indiferencia de una madre atenta únicamente a su propio interés. Una visión muy pesimista de la naturaleza humana con los ecos lejanos de Escenas de caza en la baja Baviera (Peter Fleischmann, 1969) o de Rompiendo las olas (Lars von Trier, 1996), y un talento para explorar y ofrecer la complejidad de las emociones con el recurso de una pista sonora y una fotografía sobresalientes. De lo mejor de la Muestra.

 
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