Ópera en HD
En medio de nuestro poco alentador panorama operístico ha surgido recientemente una alternativa muy interesante que, con el paso del tiempo, pudiera convertirse en sana costumbre. Me refiero a las transmisiones sabatinas de ópera desde el Met de Nueva York, ofrecidas al público capitalino en el Auditorio Nacional.
Hace ya varios años, la estación radiofónica Opus 94 tuvo la muy buena idea (de las pocas que han surgido ahí) de transmitir esas funciones del Metropolitan Opera House de Nueva York.
Ahora, la propuesta del Auditorio Nacional viene a constituir un gran paso adelante en el saludable proyecto de permitir que el público mexicano vea y escuche buena ópera. Sí, en algunos canales de televisión (los culturales locales y algunos de cable) se transmiten óperas, con diversos índices de calidad en la presentación, pero lo que proponen ahora el Met y el Auditorio Nacional rebasa con mucho el nivel esas presentaciones.
Sin entrar en demasiados detalles técnicos, baste decir que estas óperas del Met se proyectan en una pantalla enorme de muy buena reflectancia, en el estándar electrónico HD (alta definición), y con una muy notable calidad de audio. ¿Qué más se puede pedir? Se puede pedir, por ejemplo, que se transmitan óperas que cubran una amplia gama de repertorio, que estén bien tocadas, bien cantadas, bien iluminadas, bien puestas en escena y bien realizadas para su transmisión. Y eso es precisamente lo que, hasta ahora, se ha ofrecido en el recinto del Auditorio Nacional.
Después de una exitosa gala de apertura de temporada, el Met ha enviado la señal de una muy sólida puesta en escena de la Salomé, de Strauss, con una Karita Mattila poderosa, soberbia y retadora en el papel principal y apenas hace unos días, una rica puesta en escena de Doctor Atomic, del compositor estadunidense John Adams.
El libreto de Peter Sellars es de alto nivel literario y dramático, si bien por momentos se extiende demasiado en algunas disquisiciones de orden filosófico, y tiene como principal virtud una rara combinación de ciencia, técnica, especulación, suspenso y poesía, con una muy importante componente de drama ético y moral.
Doctor Atomic trata de los prolegómenos a la primera detonación de una bomba atómica en Los Álamos, Nuevo México, y el peso dramático de la trama recae en las dudas existenciales del padre del proyecto, Robert Oppenheimer.
La música de Adams, quizá para sorpresa de muchos que no lo comprenden del todo, usa pocos recursos estrictamente minimalistas y, en cambio, ofrece una variada paleta rítmica, melódica y tímbrica muy enclavada en su estilo maduro.
De esta compleja y fascinante visión operística del nacimiento de la era atómica, rica en momentos destacables, rescato dos particularmente notables: el extraño, frío, cerebral pero intenso dueto de ¿amor? entre Oppenheimer (Gerald Finley) y su esposa Kitty (Sasha Cooke), en la segunda escena del primer acto, y la potente, conmovedora aria con que concluye ese acto, espléndidamente cantada por Finley sobre un formidable texto de John Donne.
La producción y la transmisión, absolutamente profesionales (más allá de un par de problemas técnicos, breves y prontamente subsanados) permitieron. por una parte, el disfrute de una muy buena puesta de una muy interesante ópera, y por la otra recordar cuánto nos hace falta aquí para llegar a tales niveles, no sólo en lo que se refiere al ámbito musical y escénico, sino también, de manera notable, en la realización y difusión de representaciones operísticas.
Como es lógico, la variación en la asistencia al Auditorio Nacional ha reflejado puntualmente las filias y fobias que nuestro público demuestra en Bellas Artes, con una entrada notablemente menor para Doctor Atomic que para la gala inaugural y Salomé.
Será muy interesante ver cuánto aumenta la afluencia de público para la Lucia di Lammermoor, con Anna Netrebko y Rolando Villazón, y para La sonnambula, con Natalie Dessay y Juan Diego Flórez. Por lo visto y escuchado hasta ahora, no cabe duda que la ópera en HD en el Auditorio Nacional es muy buena idea.