Usted está aquí: viernes 14 de noviembre de 2008 Opinión Vidas de escultura

Vilma Fuentes
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Vidas de escultura

Cada vez que paso frente a los ventanales de su taller, cedo a la tentación indiscreta de mirar, al menos unos instantes, una mujer rubia ensimismada en su labor. Trato de adivinar qué formas irán apareciendo cuando veo sus manos delicadas y fuertes tejer alambres con los gestos de un orfebre.

Claro, en muchas ocasiones, Sylvie Cotty-Dancette está ausente o, de espaldas a las ventanas, navega en Internet. Aprovecho para echar una ojeada más detenida a las esculturas terminadas y observar los avances de su nueva obra.

Recibida en talleres de escultores, he tenido la oportunidad de mirar cómo trabajan algunos. Cómo extraen de la materia bruta, informe, figuras humanas, animales, mitológicas, celestes. Aladas, aéreas. O yacentes. En yeso, plastilina, con cartones o metales surgen los modelos que serán fundidos en bronce o pulidos en mármol y otras piedras espejeantes.

Cuando veo el proceso creativo no puedo evitar pensar que los escultores crean a imagen y semejanza de Dios cuando hizo al hombre de barro, como una estatua, antes de soplarle vida. La Creación, anterior al ser humano, luz, cielo, tierra, agua, animales, apareció por el poder de su sola palabra, el primer hombre fue creado con sus manos.

Pero si había visto esculpir a Juan Soriano, a Carmen Parra, a José Luis Cuevas, a otros artistas, sólo fue durante cortos momentos, sin poder seguir la continuidad del proceso, observar el brote de la figura de un pedazo de piedra, yeso, de la filigrana de alambres.

Desde hace ya un año, Sylvie Cotty-Dancette instaló su taller en la planta baja del edificio donde vivo. Los ventanales dan al jardín. Como es raro que baje las persianas, pues necesita que entre luz, veo sus esculturas cada vez que salgo o entro cuando paso por el patio.

Las esculturas de Sylvie son grandes. Me explica que no puede trabajar sin dar volumen. Poco a poco, descubro su búsqueda y su meta: el equilibrio, el desequilibrio, la acrobacia en la cuerda floja de la vida, fragilidad, el instante anterior al salto al vacío. Una mujer desnuda sentada en la orilla del abismo, que es la alta columna que le sirve de pedestal, agacha la cabeza hacia el precipicio, retenida aun sólo por su larga cabellera enredada en un objeto misterioso. Las gemelas son dos adolescentes con los costados adheridos, todavía forman una unidad, una misma persona, pero deberán separarse para alcanzar el nacimiento de cada una. Un hombre con las piernas dando un largo paso, se mantiene en equilibrio precario entre dos bordes hechos de agujas metálicas. Otro, sentado a medias, está penetrando en dos marcos: se instala en los cuadros obligados de la existencia como tras las rejas de una prisión. Un hombre extraño, casi con la forma de un avión, se sostiene sobre una sola pierna, la otra en alto hacia atrás, a punto de emprender un vuelo misterioso.

Otra escultura, coloreada es sólo un vientre prominente, un sexo gigante y dos trozos de muslos: guiño de ojo a Gustave Courbet y su tela El origen del mundo.

Los ojos de los personajes esculpidos son en color, los párpados y las pestañas maquillados. Poseen una mirada peculiar, que expresa desgarramiento, asombro, acoso. Pero también decisión: la del salto, el paso, la separación, nacimiento o resurrección: cambio de piel.

Veo, cuando paso frente al taller, los dedos finos de Sylvie moverse con maestría para tejer y trenzar los alambres que servirán de esqueleto a otro personaje, el cual, como los otros, tendrá su historia. Porque las esculturas de Sylvie nacen con vidas anteriores: la mujer a punto de saltar al vacío representa una amiga que se suicidó; las gemelas son sus hijas mellizas. Adivino cuáles son las historias de otras de sus obras. Así, cuando me asomo al interior del taller de Cotty-Dancette, juego a adivinar no sólo el cuerpo en equilibrio de la escultura en formación, sino también la historia y los sentimientos del personaje con quien aprendo a leer en formas, figura, mirada.

 
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