República de impunidad, republica sceleris
Primero fueron las mujeres asesinadas, pero, como eran mujeres, sus asesinos quedaron impunes. Luego fueron los sicarios, pero como eran tales, las ejecuciones quedaron impunes, pues “se estaban matando entre ellos”. Ahora somos todos los que habitamos en el estado de Chihuahua, sobre todo en Ciudad Juárez los que en cualquier momento podemos ser extorsionados, vejados, secuestrados y ejecutados a resultas de la impunidad que se instaló en estas tierras norteñas desde hace varios lustros.
No es para menos. En las últimas semanas los delitos vinculados tanto al crimen organizado como a la delincuencia común y corriente han crecido de manera exponencial en Chihuahua. Las extorsiones comenzaron afectando a los dueños de bares, centros nocturnos y restaurantes. Quienes no cedieron a las demandas de los delincuentes vieron incendiados sus negocios. Siguieron los propietarios de lotes de autos, de lotes de chatarra –yonkes, como se les conoce por acá– y locatarios de los mercados de abastos.
La escalada de extorsiones se ha expandido: ya llegó a los negocios de los menonitas en el antes próspero corredor comercial Cuauhtémoc-Colonia Obregón. Ha empezado a tocar incluso a los propietarios de pequeños negocios en las zonas populares. En el medio rural los productores no hayan la puerta con el robo de tractores e implementos agrícolas, bombas para extraer agua, transformadores e instalaciones eléctricas.
Pero la semana pasada la inseguridad se trasladó a espacios adonde no se creía que iba a llegar: varias escuelas primarias, jardines de niños y secundarias de Ciudad Juárez fueron visitadas o alertadas por grupos de extorsionadores, ofreciendo supuesta protección a cambio de pagos, ya sea cubiertos por los maestros o por el dinero del consejo técnico. Los maleantes además emplazaron a los maestros que se fueran preparando para entregarles el aguinaldo.
Y como las ejecuciones se están convirtiendo en parte del macabro paisaje cotidiano, los sicarios han redoblado su saña. Ahora decapitan cadáveres, los crucifican, los cuelgan de los puentes de más tránsito. Abierto desafío y manifestación de poder y menosprecio a los precarios e ineficaces esfuerzos policiacos. Guerra sicológica que exacerba el miedo ambiente en esta entidad que además de perder 26 mil empleos de la industria maquiladora en un año tiene que afrontar ahora las consecuencias de la inseguridad generalizada: en Juárez el consumo de los restaurantes ha disminuido 46 por ciento en lo que va del año. En los últimos días han cerrado sus puertas 14 antros. Los comerciantes menonitas han decidido empezar a cerrar sus negocios y migrar adonde puedan, igual que los propietarios de lotes de autos usados.
Mientras tanto las procuradurías y secretarías estatal y federal no dan pie con bola. El crimen organizado sigue matando policías y agentes de tránsito. Las fuerzas del orden tardan en llegar mínimo 40 minutos cuando son requeridas por temor a la saña de los sicarios. La coordinación de los tres órdenes de gobierno brilla por su ausencia. La ciudadanía se ve tan inerme que hasta algunos sacerdotes han empezado a recomendar que se armen para su propia defensa. Ni durante las guerras bárbaras contra los apaches a mediados del siglo XIX el terror se había apoderado tanto de esta entidad norteña.
Y, sin embargo, todo se pudo evitar. Porque la criminalidad desbocada de ahora es fruto de la reproducción ampliada de la impunidad permitida e incluso generada desde el Estado en décadas anteriores. Impunidad de los primeros cárteles, impunidad de los policías y soldados violadores de derechos humanos de principios de los años 90. Impunidad de los feminicidas y de los agentes judiciales que fabricaron culpables, sustrajeron evidencias o cobijaron asesinos. Impunidad de las pandillas urbanas y de los capos de la droga presentes en todo tipo de negocios.
Si en algún estado del país se vive ahora la terrible dualidad de poder ahora es en Chihuahua. Al lado de la cada vez más debilitada república de instituciones y de leyes ha medrado y se ha fortalecido una república de impunidad. Una republica sceleris, como diría un teórico, es decir, república del crimen, de la maldad.
Por desgracia, a contrapunto de los desmesurados discursos fúnebres de Calderón, en esta dualidad no hay héroes. Sólo cómplices y víctimas.