Usted está aquí: miércoles 12 de noviembre de 2008 Opinión Israel: elecciones y conflicto regional

Editorial

Israel: elecciones y conflicto regional

Ayer se celebraron elecciones municipales en Israel, en una jornada en la que participó, según estimaciones, 40 por ciento del electorado, y en la que se renovaron 159 alcaldías, incluidas las de Tel Aviv y Jerusalén. La importancia de estos comicios radica en que constituyen un indicador de los ánimos electorales en el Estado judío, que resulta particularmente valioso para los grupos políticos encabezados por Tzipi Livni, dirigente del partido gobernante Kadima, y Benjamin Netanyahu, ex primer ministro y líder del conservador Likud, las figuras mejor colocadas en los sondeos de cara a las elecciones parlamentarias que se celebrarán en febrero del próximo año.

Debe recordarse que tras la renuncia, envuelta en escándalos de corrupción, de Ehud Olmert como primer ministro israelí, y después del fracaso de la propia Tzipi Livni por consolidar una coalición gobernante en la Knesset (Parlamento), la también ministra de Relaciones Exteriores se vio obligada a convocar a comicios anticipados, como una medida para paliar la crisis política que se vive en ese país, y que no es, ciertamente, consecuencia de conflictos internos de la sociedad israelí, sino de las divergencias sobre el papel geoestratégico de Israel en la región, su condición de punta de lanza de Estados Unidos y Europa occidental ante el mundo árabe y, en particular, su papel de potencia ocupante de las regiones palestinas de Gaza, Cisjordania y la Jerusalén oriental.

En ese sentido, un eventual retorno de Netanyahu al poder plantea la perspectiva indeseable del alejamiento de un acuerdo de paz entre Israel y Palestina. A pesar de que ha prometido que continuará con las negociaciones de paz en caso de vencer en comicios de febrero, el ex primer ministro no ha dudado en cortejar a los estamentos más reaccionarios de la clase política israelí, como lo evidencia su ofrecimiento al ultraderechista Shass a ser el “primer invitado a la coalición de gobierno tras las elecciones”. Significativamente, ese mismo partido torpedeó las perspectivas de un gobierno de coalición encabezado por Kadima, al imponer como condición principal para brindar su apoyo a Livni un compromiso formal de no acatar el estatuto de Jerusalén en los términos establecidos por las resoluciones 242 y 338 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), según los cuales la ciudad debe quedar bajo un protectorado administrado por el organismo multinacional.

Por otra parte, cabe señalar que una victoria de Livni en las elecciones de febrero tampoco garantizaría la resolución del conflicto regional –incluso aunque hubiera voluntad efectiva de su parte para avanzar en ese sentido– ni, en consecuencia, de la crisis interna que vive Israel. Encuestas recientes señalan que Kadima pudiera obtener alrededor de 30 escaños en la Knesset (hoy posee 29 de un total de 120) y que el resto se distribuirían entre Likud, el Partido Laborista y un conjunto de minipartidos que, como ocurrió con Shass, acabarían por someter al gobierno a presiones y chantajes y lo dejarían con un margen de maniobra sumamente estrecho.

Hasta donde puede verse, con las opciones existentes en el ámbito de la política interna israelí el conflicto regional se mantendrá invariable, en el mejor de los casos, o incluso empeorará. Ante tal circunstancia, no es descabellado afirmar que la única solución viable y efectiva tendría que provenir de los centros de poder de Washington y Bruselas. Particularmente deseable resulta la intervención del presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, como un factor de distensión que contribuya a avanzar en el reconocimiento, por parte de la clase política israelí, del derecho de los palestinos a constituir un Estado soberano en la totalidad de Gaza, Cisjordania y la Jerusalén oriental.

 
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