La Muestra
■ La soledad
Ampliar la imagen Fotograma de La soledad, segundo largometraje de Jaime Rosales
Jaime Rosales, el realizador catalán que en 2003 ofreciera un perturbador retrato de un asesino serial en Las horas del día, propone en su segundo largometraje, La soledad, la historia íntima de dos mujeres, Adela (Sonia Almarcha), una joven madre que abandona a su marido y la provincia asfixiante para probar suerte y una mejor definición de su vida profesional en Madrid, y la anciana Antonia (Petra Martínez, formidable), madre de tres mujeres jóvenes continuamente en disputa por el interés de la hermana mayor en vender, para beneficio propio, el departamento familiar.
El procedimiento narrativo es interesante: dividir la pantalla en partes iguales, durante buena parte de la cinta, para describir una misma actividad con ángulos diferentes. El cambio de perspectivas visuales, y en ocasiones el registro de dos tomas distintas de un personaje (de perfil o de frente) dentro de un mismo cuadro, o de dislocaciones aparentes del espacio doméstico, no sólo favorece la dinámica de la acción, sino también sirve para subrayar el desamparo anímico de algunos personajes, su soledad en la vida de pareja o en la pretendida comunión familiar.
El título de la cinta no permite interpretar de otro modo el deseo de situar y confrontar a los personajes en un terreno de incomunicación continua. La descripción de la vida doméstica adquiere así una fuerza dramática pocas veces vista en el cine español reciente. Procedimientos visuales novedosos aparte, la referencia más cercana a esta disección del mundo doméstico se encuentra en el cine del fallecido director francés Maurice Pialat, particularmente en A nuestros amores (1983), con sus eficaces planteamientos de una vida familiar al límite del colapso.
Los personajes de dos ámbitos distintos –el hogar donde la anciana vive con dos de sus hijas, y el departamento que Inés, la hija menor, comparte con su novio y con Adela como inquilina reciente–, apenas entran en contacto, pero el espectador pronto aprende a transitar de un lugar a otro con ayuda del procedimiento de la pantalla dividida. Una de las hijas vive una experiencia dramática (se le ha diagnosticado cáncer de colon, y su madre es el único apoyo a su alcance); la mayor se desentiende de toda convivencia familiar y busca su confort personal pagándose un departamento lejos de Madrid al lado de su esposo. Adela, el personaje en apariencia externo a esta trama, vive un atentado en el que pierde la vida su ser más querido.
Los mayores aciertos del filme se centran en capturar la desolación de Antonia, la anciana que asiste perpleja a la desintegración familiar, y el naufragio moral de Adela, quien a su vez asiste al derrumbamiento de toda su vida afectiva. Cuando las protagonistas toman la decisión de nuevamente empezar de cero sus existencias (afirmación profesional, independencia), las circunstancias se revelan adversas y sobreviene la incapacidad de comunicar, el aislamiento moral y una soledad penosamente compartida.
Jaime Rosales elabora en este filme, con ritmo muy propio y un sólido punto de vista, la inteligente disección de estos sentimientos.