■ Primer latinoamericano a quien el Centro Georges Pompidou cede su Espace 315
Damián Ortega inauguró en París una exposición con obra reciente
■ Exhibe su instalación Campo de visión, compuesta por miles de piezas de acrílico
■ “Las elites siguen despreciando a la cultura popular y la tradición en México”, expresa a La Jornada
Ampliar la imagen Damián Ortega, ayer, en París entre las piezas de acrílico de la instalación que muestra en el Centro Georges Pompidou Foto: Cortesía galería del artista
París, 11 de noviembre. Para Damián Ortega (DF, 1967) el arte debe tener ante todo un compromiso nítido con el propio artista, pues es él quien finalmente exhibe sus filias y fobias, sus obsesiones y manías, así como los trozos de su biografía que se van acumulando en objetos y recuerdos.
Desde hoy, Ortega expone una vívida y sugerente instalación en el prestigioso museo parisino de arte contemporáneo Centro Georges Pompidou, que cede, por primera vez, su representativo Espace 315 a un artista latinoamericano.
Ortega vive con cierta distancia su irrupción fulgurante en el arte contemporáneo internacional, puesto que está más pendiente de dejar bien colocadas cada una de las miles de piezas de acrílico que forman el universo de su instalación Campo de visión.
Con esa obra vuelve a los orígenes de los colores primarios y reitera algunos dilemas que permean su obra: el ojo como metáfora de ver y ser visto, pero también el instrumento para asumir la máxima de Matisse, quien decía: “ver es un acto creativo”.
Abrevar en las vanguardias
Horas antes de su primera exposición en París, Damián Ortega explicó a La Jornada algunas de las obsesiones de un artista que nunca ha vivido de espaldas a su tiempo, que siempre ha intentado abrevar en la savia de las vanguardias.
“Trabajé un tiempo en La Jornada –relata– haciendo caricaturas con El Fisgón y Magú. Fue una época muy importante, en la que aprendí mucho, pues también empecé a estudiar escultura y arte de una manera más tradicional. Así que vinculé la caricatura y el sentido del humor, siempre con la idea de crear y difundir un arte público, como la caricatura, con el arte más tradicional.”
Ortega empezó a trabajar con escultura, con las manos, con la materia prima, pero también con los objetos que se encontraba en la calle, con el material de primera mano y cercano.
“En realidad fue muy graciosa la manera en que me acerqué al arte: tenía la ilusión juvenil de hacer arte político y pensé en la caricatura, en gran parte por la influencia de Orozco y Siqueiros, entonces consideré que debía aprender las dos cosas”, explicó.
Ortega lleva cinco años fuera de México, en los que ha vivido en Berlín –la meca del arte contemporáneo–, Portugal y Brasil, donde ha visto no sólo la obra de sus coetáneos, sino también la manera en que se ha potenciado la presencia de creadores mexicanos en las ferias más selectas del mundo.
“Hubo algo que cambió radicalmente la relación de los artistas de mi generación con el exterior: cuando Gabriel Orozco viajó a Nueva York y trastocó la inercia del sistema de distribución y catalogación, que dejó de ser tan restrictivo para los artistas latinos, rompió la segregación implícita que había.”
Ortega reconoce que el arte contemporáneo “es difícil, porque no hay un periodo tan claro como los que surgieron durante la posguerra. No es un surrealismo, un dadaísmo y no hay una corriente que restrinja las cosas. Si algo ha caracterizado los años recientes es el auge del mercado, la aparición de cientos de galerías y de una especulación bárbara con el arte”.
Ortega habla sin tapujos de su primer llamado al arte, cuando era un joven estudiante que le inspiraba sobre todo crear conciencia política. Y a varios años de aquella proclama, defiende: “En mi obra, digamos que la dimensión política no es tan nítida, a diferencia de la caricatura, que tiene un carácter inmediato y cotidiano.
“La caricatura habla de política, pero también hace política. Mientras que con el arte se hace una lectura más permanente por medio de un objeto que va a durar 100 años o más tiempo que yo.”
En cuanto a lo que ocurre en México y la influencia sobre su obra, el artista señaló: “Pienso que lo que está pasando en México es el resultado cantado, anunciado, de lo que ya sabíamos y sabemos. Hace muchos años se dijo que la diferencia de jerarquías coloniales iba a ser mortífera para el país, pero no hay la menor voluntad de sacrificar nada. Las elites quieren seguir acumulando todo, subestimando, despreciando y ninguneando a la cultura popular y a la tradición. Y, como es lógico, hay un rencor y una violencia incontenibles. ¿Qué va a pasar? Que va a reventar peor de lo que nos han anunciado. No veo otra salida”.
Aunque sí incluye una salida, sólo que en lo que ocurre en otros países, como Venezuela, con niveles de violencia similares a los de nuestro país. “Ahí el enemigo no es tu vecino. Hay una conciencia más profunda de comunidad. Hace poco, en Berlín, estuve en un concierto de Gustavo Dudamel y la Orquesta Juvenil Simón Bolívar de Venezuela y me quedé sencillamente maravillado, tanto por su fuerza, su energía y su poder, como por las historias que hay detrás de esos músicos. Y pensé que ése es un modo genial de hacer comunidad, de generar empleos, educación y una estructura social para moverse y para existir. ¡Por eso no entiendo por qué en México, teniendo problemas similares, tenemos que resolverlos de la maldita manera equivocada! ¡Por qué Cuba tiene un mejor sistema de salud! ¡Por qué Argentina tuvo una crisis como la del corralito y ha salido adelante! ¡Por qué demonios todo ha salido tan mal en México!”