TOROS

■ Apurado triunfo del hierro tlaxcalteca en festejo de esfuerzos, tedio y pinchazos

Por su nobleza y recorrido, el toro Jolgorio, de Rancho Seco, se llevó la tarde

■ Casasola malogró su faena

■ Dispuestos pero sin suerte, El Zapata y Guillermo Martínez

Leonardo Páez

Los toreros se empeñan en negarlo, pero un toro emotivo y con transmisión facilita su labor, en tanto que la falta de casta, la sosería y el trapío aproximado, la dificultan, pues los públicos van a emocionarse a partir de la bravura de las reses, no a divertirse con los afanes de los diestros.

Hay corridas con mala suerte y la sexta en la Plaza México fue una de ellas. Anunciados originalmente toros de Medina Ibarra, algunos de éstos fueron rechazados por el juez Roberto Andrade y a la postre la empresa trajo un encierro de Rancho Seco, como antes cambió el de Puerta Grande por uno de La Soledad, el de San José por uno de Javier Garfias, y el de Ayala por uno de Malpaso.

Disparejo de pintas, cornamentas y hechuras, el encierro cumplió en varas, particularmente el sexto, Jubiloso, que se arrancó al caballo desde los medios y con el que salió al tercio el banderillero Gustavo Campos. Pero una cosa es la bravura con la puya y otra la que conserva cada toro al llegar al último tercio.

Sin discusión, el lote se lo llevó el texcocano Leopoldo Casasola, que con su primero, Barcarolo, de 461 kilos, cárdeno claro y bien armado, tuvo buenos detalles con el capote pero no logró tomarle la distancia con la muleta. Aburridos toro, torero y público, lo despachó de dos pinchazos y entera.

En el lugar de honor salió Jolgorio, con 468 kilos, castaño, bien puesto de pitones y alegre, al que Polo recibió con templados lances a pies juntos pero en el último, por no despedir lo suficiente con el brazo de entrada, fue cogido sin consecuencias. Luego de una vara quitó por navarras y bella revolera.

El ranchosequeño llegó a la muleta con alegría, fijeza, recorrido y claridad. Casasola inició con tres templados derechazos cuando aquella clara embestida pedía el doble. Vinieron luego tandas mejores muy bien rematadas. Por el lado izquierdo ya no fue lo mismo y los muletazos carecieron de temple, pues Leopoldo, en su nerviosismo sin control, tiende a ahogar a los toros en el cite.

Cuando ya los mitoteros pedían el indulto, Casasola, sin haber asegurado al toro, se tiró a matar, pinchando hasta en tres ocasiones antes de dejar media caída, escuchando gritos de ¡toro! y dejando ir un triunfo importante. Una cosa es mendigar el indulto volteando a ver al juez con cara de qué hago y otra, muy distinta, precipitarse al realizar la suerte suprema.

Vuelta al ruedo a los despojos del astado ordenó el juez y cuando el matador (?) se arrancaba a recorrer el anillo fue devuelto por el público. Otra vez la falta de asesoría o de imaginación: salgo al tercio, agradezco la ovación, me meto al callejón, enseguida cruzo el ruedo, saco al ganadero a dar la vuelta y todos contentos.

Había interés por volver a ver a Uriel Moreno El Zapata, uno de los triunfadores de la temporada pasada, relegado de la feria de Aguascalientes por grillitas de la Asociación de Matadores. Tras una lidia completa, perdió la oreja de su primero por fallas con la espada, toreó muy bien de capa a su segundo, que se apagó, y regaló uno de Medina Ibarra, astifino y con cara, al que recibió con verónicas rodilla en tierra, banderilleó y muleteó con voluntad por el derecho pero sin alcanzar el triunfo.

Y el fino diestro tapatío Guillermo Martínez enfrentó primero a uno cuyo trapío contrastó con el de los anteriores y poco le tomaron en cuenta, y como el que cerró plaza no tenía un pase, prácticamente Guillermo se fue inédito.