TOROS
Jolgorio en Rancho Seco
El toro de Rancho Seco y mirada que expresaba su casta, acudió y embistió al capote que lo quebraba y le daba salida. En la ganadería lloraba una vaquilla. Llanto que tenía grato sabor por dentro. Le sobraba al toro poderío y bravura y la raza le salía por los pitones y del ruedo se enseñoreó. Y organizó un jolgorio a tono con el nombre que le dieron.
El jolgorio que traía el toro lo expresaba en su recorrido en que pedía un torero que en verónicas lo meciera y al no encontrarlo, extrañaba a la vaquilla coquetona que en el campo bravo lo esperaba. La vaca triste canta en los magueyales canciones de abandono que tenía todos los ritmos de la canción ranchera.
De muy largo recorrido, arrancaba pronto el burel de Rancho Seco. Fijo, literalmente planeaba con un temple que le transmitió la vaquilla querendona. Enamorado quería herir el aire en su galopar y encontró el caballo. Lo que el aire quería saber era el secreto de la fuerza brutal incontrolada del toro que, no sabía de embestidas borregunas y conforme avanzaba la faena mostraba su encastada nobleza.
El torito se alzaba como pavo real y mostraba su montaña colorada. El perfil le delataba su origen tlaxcalteca, orgullo de ese campo bravo, cuando la bruja guitarra tocaba y el Jolgorio acariciaba con sus pitones el tetamen de las vaquillas. Caricias tan suaves que se repetían en la muleta de Leopoldo Casasola que, engolosinado con la bravura del toro, alargó innecesariamente la faena y buscó el indulto que no se concedió, enfrió a los aficionados y terminó pinchando, sin enterarse del lado izquierdo de Jolgorio que se revolvía alegre.
¡Felicidades Don Sergio! Ah, regresamos al torito de regalo. Por favor, no.