Ciudad Perdida
■ El avionazo, un mar de confusión
■ El triunfo del sospechosismo
Durante los primeros muy largos minutos de la tarde del martes 4 de noviembre, cuando en las Lomas de Chapultepec todo se revolvía al ritmo de un caos acompasado por el sonido del fuego, que hacía estallar tanques de gasolina y crujir fierros, el ruido propio de aquella parte de la ciudad se ahogó y allí mismo, frente a todo aquello, se creó la incógnita.
Tal vez nunca se pueda responder con claridad al ¿qué pasó? que iba de un lado a otro de las calles, y que a fuerza de discursos y explicaciones técnicas, incluso malsanas, construyó la confusión que alimentó de historias increíbles el percance, que no puede quedarse nada más en eso, en el absurdo trágico del accidente, porque en lo político no tiene provecho.
Desde el poder se sabe, el mismo Juan Camilo Mouriño lo señaló en su último discurso en San Luis Potosí, que el gobierno no puede ganar la guerra en contra del crimen organizado, y amén de ese reconocimiento, las voces que buscan mayor endurecimiento en ese combate, carecían del argumento para vencer, por ejemplo, la resistencia de los mandos del ejército que se niegan a seguir en las calles de las diferentes ciudades del país, azotadas por la violencia del narcotráfico.
Así las cosas, desde la perspectiva de esos que suponen que el orden sólo se consigue con la estricta vigilancia del fusil, nada mejor que una víctima del calibre del secretario de Gobernación para reventar las resistencias y generar el ambiente que les es propicio, no sólo para combatir al crimen organizado, sino para mantener a raya a la población en general.
Por eso al accidente se le tiñe de diferentes versiones. De pronto se sabe que no hubo desperfecto mecánico, que no fueron los controladores de tránsito aéreos los que fallaron, que la aeronave tenía suficiente combustible para llegar al puerto aéreo, y entonces ¿qué provocó el accidente? Luego se pretende atajar la sospecha y se lanza otra idea: un cambio brusco de ruta hizo perder el control de la aeronave, y sin darlo como la causa se advierte que en 11 meses, probablemente, se pueda saber la verdad.
Por lo pronto en muchos ámbitos de la ciudad se tiene por hecho que el avión que traía a Mouriño, y demás acompañantes, lo bajó la mano criminal del narco, y es esa la percepción que, al parecer, se buscó desde el primer discurso. Si así es, no cabe duda de que ha triunfado el peligrosísimo sospechosismo, tierra fértil para los azules en el gobierno. Por lo pronto, vamos a sentarnos a esperar que en los próximos once meses la verdad salga a flote, aunque el daño ya se haya causado.
De pasadita
Por cierto, cuando reinaba el caos en las inmediaciones de la Fuente de Petróleos, el jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, y el procurador Miguel Ángel Mancera, tuvieron que ordenar cada uno de los movimientos que los bomberos, el personal de protección civil y los cuerpos federales que iban llegando deberían realizar, ningún otro mando pudo romper el estupor en que los había metido el suceso.
Ebrard y Mancera llegaron casi de inmediato. Las cámaras que se hallan en los alrededores, si bien no grabaron el momento del percance, sí advirtieron el estallido y el fuego en la zona, y, además, desde las oficinas de la Secretaría de Gobernación se daba como casi un hecho que uno de los que viajaban en el Learjet era Mouriño. El mérito está en que frente al escenario de muerte y destrucción, los funcionarios del gobierno de la ciudad tuvieron la calma y el aplomo para evitar males mayores. ¡Bien!