■ “Todavía lo veo, lo sueño, a veces veo cosas de aquella noche tan terrible”, explica
Lupe Pintor sigue cargando el fantasma de Johnny Owen
■ “Uno mató en el ring, es un hecho real y no lo podemos disfrazar”, dice a 28 años de la tragedia en la que falleció el púgil galés
■ Viviré con la culpa hasta el día de mi muerte, confiesa
Ampliar la imagen Guadalupe Pintor recibe terapias sicológicas desde hace unos 30 años Foto: Fabrizio León
Era una fría mañana de noviembre y la lluvia hacía más triste el paisaje de Gales. El ex boxeador Lupe Pintor llevaba más de 20 años cargando una culpa sobre sus hombros y ese día estaba ante la posibilidad de conjurar el pasado trágico. La familia de Johnny Owen, quien murió como consecuencia de los golpes dados por el mexicano, lo había invitado a develar una estatua de bronce en honor del malogrado peleador.
Al descubrir el monumento la escena fue sobrecogedora: Pintor revivió las imágenes de aquel 19 de septiembre de 1980 –cuando abatió a Owen sobre el cuadrilátero– y rompió en llanto. Dick (padre de Johnny) abrazó por la espalda al ex campeón mundial mientras le sujetaba las manos para reconfortarlo. “Estoy apenado por lo que ocurrió. Yo no quería hacerle daño. Yo sólo hice lo que mejor sabía hacer, igual que Johnny, quien fue un gran guerrero. Este es un momento difícil para todos nosotros”, dijo Pintor con la voz entrecortada a los familiares ahí reunidos. Nadie lo culpó de nada. Le pidieron que dejara de torturarse, que había sido un accidente y que para ellos era un honor tenerlo en ese emotivo homenaje, celebrado el sábado 2 de noviembre de 2002 en Gales.
A casi 30 años de distancia, Lupe Pintor revive aquel desafortunado incidente sobre los encordados que se tatuó en la memoria del boxeo mundial, aumentando la lista negra de peleadores que han perdido la vida por los golpes –según algunas estadísticas suman alrededor de 500 muertos en todo el mundo en los pasados cien años–, y comparte con La Jornada el dolor de los recuerdos y las imágenes que todavía se le manifiestan en los sueños.
“Si algún día pensé hacerle daño a alguien arriba del ring, en quien menos pensé fue en Owen... Voy a vivir con esa pena hasta el día de mi muerte”, confiesa el ex monarca gallo, a sus 53 años de edad.
“Está cabrón... muy cabrón saber que a causa de uno alguien pierde la vida. La responsabilidad es directa porque arriba del cuadrilátero estamos uno frente al otro. Es muy difícil de superar”, y escupe la realidad con toda crudeza:
“Uno mató en el ring. Es un hecho real y no lo podemos disfrazar; es un accidente, pero al final uno es el responsable”, insiste Pintor.
La contienda
Aquella noche de septiembre de 1980, Johnny Owen, un muchacho galés desgarbado, flacucho, pálido y orejón, intentaría arrebatarle el cinturón al monarca Lupe Pintor, un recio peleador de Cuajimalpa, fibroso, de gran coraje y que golpeaba con la potencia de una locomotora. El contraste entre ambos púgiles era evidente; sin embargo, el combate resultó una verdadera guerra protagonizada por dos hombres voluntariosos y entregados.
En el Olympic Auditorium de Los Ángeles, el público enardecido vio que Owen –con 25 peleas, una derrota, un empate y 13 nocauts– era una máquina de tirar golpes e incluso llegó a arrinconar contra las cuerdas al monarca mexicano –con 47-7-1 y 33 nocauts–, quien relata:
“Subí al ring con la intención de salir adelante, de defender mi campeonato, porque además eso me iba a dar una mejor forma de vida. Owen resistió, pero en el sexto round lo derribé, aunque inmediatamente se recuperó. Vino el noveno asalto y otra vez lo vuelvo a tumbar, aunque esta vez ya se levanta muy lastimado, fue cuando el réferi le preguntó si podía continuar y por instinto dijo que sí, pero ya venía lastimado desde el sexto episodio.
“En el duodécimo vino otra vez hacia a mí y que lo vuelvo a conectar, pero lo tumbé de una manera tan grotesca que un comentarista dijo que había caído como muerto… desgraciadamente así fue, porque ya estaba dañado de muerte”, dice sin evitar que la voz entrecortada interrumpa el hilo del relato.
La imagen es reveladora, aunque Owen insiste en ir siempre al ataque, ya no tiene fuerzas; su cuerpo está sobre el enlonado, pero el muchacho de Gales hace tiempo que abandonó la arena. Cuando cae por el potente derechazo de Pintor lo hace como si fuera un muñeco al que le cortan los hilos que lo sostienen. El retador estuvo internado en la unidad de terapia intensiva de un hospital en Los Ángeles, hasta que finalmente murió, tras 46 días en coma.
“Fue algo terrible porque a veces uno sube al ring con ganas de dañar al rival. Por ejemplo, cuando peleé contra Carlos Zárate o contra Juan Kid Meza, quería darles bien duro, pasara lo que pasara, pero cuando me enfrento a un tipo como Owen, todo un caballero, un profesional, un hombre de mucho respeto, pues lo que menos pensé es en lastimarlo, y te sucede la tragedia (dice de manera impersonal); es algo muy difícil de superar y vive uno con esa pena toda la vida, yo creo que hasta que me muera voy a vivir con ella”.
No se puede vivir con miedo
Con todo y el dolor, Pintor jamás pensó en abandonar el boxeo, y siguió en combate tratando de dejar atrás un incidente que desde el inicio sabía que podía ocurrirle al contrincante o a él mismo.
–¿Tuvo miedo de volver a hacer daño a un rival?
–No, me subí al ring con la misma confianza y con la determinación de seguir adelante, pero claro, hubo gente que me ayudó. En este deporte no se puede vivir con ese miedo. No se puede porque, una de dos, o de plano uno se retira o continúa con la misma disciplina y determinación. Además, se está ante la posibilidad de asegurar el futuro, no sólo propio, sino de toda la familia, los hijos, hermanos y padres, por eso la única opción es salir a darle con todo al oponente.
“Por eso a veces uno llega a subirse al ring con la suficiente determinación y dice: no importa lo que me pase, si me muero, no me importa, pero voy a conseguir el éxito a como dé lugar”, cuenta el ex púgil, quien dejó atrás aquel aspecto feroz y ahora asemeja más a un hombre bonachón de sienes plateadas, que dedica sus días a instruir a jóvenes promesas con los guantes.
–¿Cómo sanar las heridas tras la muerte de Owen?
–Tuve, y hasta la fecha tengo, terapias con un sicólogo que me ha ayudado, tiene más de 30 años trabajando conmigo: me ha ayudado a superar muchísimas cosas en la vida y en ese momento fue crucial para que yo pudiera seguir adelante. Pero más que nada me ayudó la determinación personal, y así subía al ring siempre pensando que las cosas iban a salir bien, desde luego, después de una buena preparación.
–Entonces, si los boxeadores están conscientes del riesgo, ¿qué mueve a un joven a subir a un cuadrilátero a buscar el éxito aun a costa de su propia vida?
–¿Qué es lo que mueve a uno? –se pregunta ante la obviedad de la respuesta –lo que mueve a todos en el boxeo: la necesidad; las ganas de tratar de cambiar la vida, porque la mayoría de la gente que nos metemos en esto tenemos muchas carencias económicas y hasta emocionales; además, cuando uno está de lleno en este negocio, tenemos metas y no pensamos en que van a ocurrir situaciones como estas, como la de morir en el ring. Lo que verdaderamente queremos es dejar atrás una vida de privaciones, ¡aun a costa de la vida propia! Pero así es el boxeo, es drama y es peligro”.
–Don Lupe, ¿aún sueña con aquel percance con Owen?
–Sí. Todavía lo veo, todavía lo sueño. A veces veo cosas de aquella noche tan terrible… veo cosas que son muy personales –confiesa, y se sume en un profundo silencio.