Irak: ¿dramáticas consecuencias?
Ampliar la imagen El príncipe saudita Bandar Bin Sultan (derecha) dialoga en el palacio real de Riad con el comandante de las fuerzas militares estadunidenses destacadas en Oriente Medio y Asia central, general David Petraeus Foto: Reuters
Dramáticas consecuencias” son lo que el secretario de Defensa estadunidense, Robert Gates, predice si, para el primero de enero de 2009 no hay algún acuerdo respecto de los derechos de las tropas estadunidenses para operar en Irak, ya sea mediante el llamado Acuerdo de Estatus de Fuerzas (SOFA, por sus siglas en inglés) entre Irak y Estados Unidos o, la segunda opción, menos buena, mediante una extensión del mandato de Naciones Unidas que hasta el momento es la base jurídica para la presencia y derechos de la actividad militar estadunidense ahí, pero que expira el 31 de diciembre de 2008.
Las negociaciones entre Estados Unidos e Irak han llegado a un impasse, como casi todo el mundo reconoce ahora. Podría haber una salida de último minuto, pero es poco probable. Parece más probable que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se reúna al mero final de diciembre para autorizar una extensión limitada en tiempo del presente mandato. Esto le arrojaría la cuestión a las manos del siguiente presidente estadunidense para que la negocie. Esto no es lo que el gobierno de Bush hubiera querido o esperado que pasara.
Hace más o menos un año, el gobierno de Bush estaba confiado de que podría negociar un acuerdo SOFA con el que se suponía era un gobierno amistoso en Irak, el de Maliki. Quería un acuerdo que más o menos renovara las reglas actuales que gobiernan las operaciones militares estadunidenses en Irak y que fuera uno que le amarrara las manos al próximo gobierno estadunidense por varios años. Los negociadores estadunidenses propusieron un acuerdo a nivel de ambas administraciones, uno que no tuviera que ser ratificado por las legislaturas de los dos países.
Todo fue mal con ese plan. Primero que nada, las legislaturas insistieron en que querían ser parte de los arreglos, especialmente el cuerpo legislativo de Irak. Segundo, hubo importantes voces políticas al interior de Irak que estaban contra cualquier arreglo que mantuviera las fuerzas estadunidenses en Irak. Por supuesto, esas voces incluían al grupo encabezado por Moqtada Sadr, quien consistentemente ha levantado la bandera del nacionalismo iraquí contra la continuación de la presencia estadunidense.
Pero Sadr no estaba solo. Resultó que había serias reservas al interior de tres grupos que Estados Unidos contaba con que simpatizaran con una extensión –los dos principales partidos chiítas aparte de los sadristas (el SCIRI y el partido de Maliki, Dawa), los así llamados moderados sunitas y por supuesto los kurdos. Los rumores de todas partes hicieron que el primer ministro Nuri Maliki asumiera una línea bastante más dura en las negociaciones de lo que Estados Unidos había anticipado. Comenzó a actuar como si su mayor preocupación fuera verse rebasado por otros como líder nacionalista iraquí, en particular Moqtada Sadr.
Maliki elevó entonces dos demandas primordiales en las negociaciones. Pidió una fecha segura para la retirada de las tropas estadunidenses. Y quiso someter a esas tropas y a los contratistas civiles estadunidenses a la jurisdicción iraquí, siempre que fueran acusados de serios crímenes cometidos fuera de la legítima actividad militar. Ambas demandas fueron un total anatema para Estados Unidos.
Pero Maliki se mantuvo firme. Y después de muchos meses obtuvo concesiones. Hubo acuerdo en la fecha (2011) para retirar las tropas de combate estadunidenses, y hubo acuerdo en que privaría la jurisdicción iraquí al respecto de la conducta en el ámbito no militar. Pero el fraseo de cada una de estas concesiones incluyó también cláusulas de escape. La retirada en 2011 estuvo sujeta a “las condiciones en el terreno”. Y la jurisdicción iraquí quedó sujeta a que alguien (presumiblemente Estados Unidos) decidiera que la conducta en cuestión quedaba, de hecho, fuera de la legítima actividad militar.
Las compuertas de escape resultaron ser un exceso, como para que las aceptaran los políticos iraquíes. Como lo puso uno de ellos, “nos otorgan con la mano derecha lo que nos quitan con la izquierda”. Así que, uno tras otro, dicen que no votarán para aprobar el actual borrador “de compromiso”. La voz más importante que va con esta línea fue el gran ayatola Sistani que indicó que la propuesta actual era inaceptable. El mayor partido chiíta, el SCIRI, rechazó el borrador. Los moderados sunitas y los kurdos indicaron que querían cambios. El gabinete iraquí completo votó en el sentido de que se insistiera en enmiendas. Y luego indicó que una de las enmiendas debería ser darle al gobierno iraquí (no al de Estados Unidos) la potestad de decidir si alguna conducta de los estadunidenses quedaba fuera de la legítima actividad militar. No parece que tales enmiendas hayan sido aceptables en lo absoluto para Estados Unidos.
En esta situación, el secretario de Defensa Gates y la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, han intentado emitir comentarios diplomáticos cuidadosos. Otros estadunidenses no se han restringido tanto. El comandante de las tropas estadunidenses en Irak, el general Raymond T. Odierno, dijo que la renuencia iraquí se debía a los sobornos iraníes. Inmediatamente Maliki dijo que Odierno “ponía en riesgo su posición”.
Luego el jefe del Estado Mayor Conjunto, almirante Michael Mullen, opinó que sin el respaldo de las tropas estadunidenses, las fuerzas iraquíes “no estarían en condiciones de proveer su propia seguridad”. El vocero del gobierno iraquí Ali Dabbagh respondió de inmediato con enojo que “no es correcto forzar a los iraquíes a tomar una opción y no es apropiado hablar con los iraquíes de este modo”. Otros iraquíes fueron más tajantes. Calificaron de forma de “chantaje” los comentarios de Mullen acerca de ponerle fin a toda la asistencia estadunidense si no se firma el acuerdo SOFA.
Cuando Estados Unidos lanzó su reciente ataque contra supuestos elementos de Al Qaeda localizados en suelo sirio, y lo hizo desde una base en Irak, se lanzó más agua fría al acuerdo propuesto. Un prominente político kurdo dijo que el ataque fue perpetrado sin el conocimiento del gobierno iraquí y daría a los vecinos de los iraquíes “una buena razón para estar consternados acerca de la continuada presencia de Estados Unidos en Irak”. Otra enmienda que ahora pide el gabinete iraquí es una que prohíba los ataques de las fuerzas estadunidenses localizadas en Irak a los vecinos.
El ministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, ha dejado claro que Rusia no se opondrá a una extensión del mandato de Naciones Unidas, siempre y cuando el gobierno de Irak la solicite. Lavrov añadió que Rusia respalda “al gobierno de Irak en la necesidad de garantizar la soberanía de Irak en su propio territorio”. ¿Por qué no habría de hacer esto Rusia? Rusia está bastante contenta de ver que las tropas estadunidenses se hallan atadas en Irak por el momento. Eso constriñe la capacidad estadunidense para usarlas en cualquier otro lugar. En todo caso, existe la cuestión de que si el gobierno iraquí solicitara una extensión del mandato de Naciones Unidas, pediría que se incluyeran en dicha extensión las nuevas previsiones a las que Estados Unidos se opone en el acuerdo SOFA, y si en tal caso Estados Unidos vetaría la extensión.
La persona que calladamente se regocija con lo que está ocurriendo es Moqtada Sadr. Su mera existencia como una voz en la escena iraquí ha forzado a todas las otras fuerzas políticas iraquíes a expresar demandas nacionalistas más abierta y más agresivamente. La marea se mueve en su dirección. Es ahora bastante probable que el gobierno iraquí le pida a Estados Unidos que se retire por completo antes de la hipotética fecha de 2011 en la actual propuesta, y mucho antes de los 100 años de los que alguna vez habló John McCain.
¿Habrá acaso “dramáticas consecuencias”? El mundo habrá de juzgarlo. Así por supuesto habrán de hacerlo los iraquíes. Y también lo hará la opinión pública estadunidense. Pero dramáticas o no, ocurrirán probablemente.
Traducción: Ramón Vera Herrera.
© Immanuel Wallerstein.