Nota sobre el ciclo económico estadunidense
Dos datos significativos dan idea de la caída productiva que ya se registra en Estados Unidos como severa repercusión de su crisis financiera: el nivel de la producción industrial y el nivel de la capacidad industrial utilizada. Veamos el primero. De enero a mayo, el crecimiento de la producción industrial (siempre respecto al mismo mes del año anterior) fue positivo, pero cada vez menor. Y de junio a agosto, negativo pero todavía moderado. Pero en septiembre, ya fue negativo: menos 4.5 por ciento respecto a septiembre de 2007.
Datos preliminares indican caída de entre menos 5 y menos 6 por ciento en octubre. ¿Qué significa esto? Una referencia histórica para comprenderlo. Desde hace 25 años, el crecimiento industrial de nuestros vecinos no había registrado un descenso similar. Sólo en agosto y septiembre del 2001, la caída de la producción industrial alcanzó tasas similares a la de septiembre y a la que se espera en octubre. ¿Qué sucedería si siguen disminuyendo, lo que, por cierto, es altamente probable? Se alcanzarían los niveles de depresión industrial registrados a fines de 1974 y a principios de 1975, unos de los más severos de la historia reciente de Estados Unidos.
Concentrémonos un poco en la producción de bienes de consumo duradero, es decir, de bienes muebles, aparatos eléctricos y electrónicos, automóviles, entre otros. ¿Por qué esta concentración? Porque periodos de producción sostenida de estos bienes es señal de fuerte y creciente economía. En cambio, periodos de producción estancada o decadente de estos mismos bienes es señal de decaimiento, recesión y crisis. ¿Qué ha pasado recientemente con esta producción de duraderos? Que prácticamente desde el primer trimestre del 2000 se ha estancado. Leve baja del segundo semestre del 2000 a fines de 2001. Levísima recuperación en 2002 y 2003. Estancamiento severo de 2004 a 2007. Finalmente, descenso durante todo 2008.
Así, luego de 10 años ininterrumpidos –febrero de 1991 a junio de 2000– de crecimiento acelerado del orden de 7 por ciento anual (superior al del promedio industrial y –créanme– expresión de un dispendio familiar y empresarial enorme), y de un estancamiento de casi siete años, hoy registra caídas no experimentadas, precisamente, desde los primeros meses de 1991.
Un leve paseo por los datos del crédito a las familias y a las empresas nos mostraría que en este periodo se disparó –como nunca antes– el crédito al consumo. Esto se expresa en crecimientos a tasas también muy aceleradas respecto a periodos anteriores de la vida económica de nuestros vecinos. ¿Cómo lograr esa expansión del consumo y del bienestar –al menos teóricamente– si, el salario real no creció a esas mismas tasas? ¡Y qué más decir de lo ya publicitado respecto del gasto y del crédito hipotecarios! Unas últimas líneas sobre el segundo indicador que mencioné al inicio. La capacidad industrial utilizada es uno de los indicadores privilegiados para comprender la llamada sobre-acumulación. Es muy simple. Crece y crece la capacidad productiva, en edificios, instalaciones, máquinas, equipos, materias primas. Pero no es posible sostener –no lo ha sido al menos desde fines de los 60– un alto y permanente y continuo nivel de utilización de esa capacidad productiva instalada. En parte porque no es posible sostener un ritmo de consumo superior al del ingreso. Pero también por que el crédito –hoy lo vemos claramente– tiene límites.
Así, los registros de niveles próximos de utilización del orden del 90.0 por ciento de finales de los años sesenta y principios de lo setenta, no han vuelto nunca más. En los ochenta se llegó a niveles medios del orden de 81 u 82 por ciento luego, por cierto, de los derrumbes de febrero de 1975 (78.5 por ciento) y septiembre de 1982 (72.9 por ciento). En buen romance esto significa no utilizar casi la tercera parte de los activos instalados, elemento que se traduce –de manera inevitable– en una caída de la rentabilidad industrial. El decaimiento económico registrado de mediados de 2000 a mediados del 2002, hizo descender esta capacidad industrial utilizada a 73.8 por ciento del total instalado en noviembre de 2001. Pero –de nuevo– luego de una recuperación importante a niveles próximos a 81 por ciento en el periodo comprendido entre los meses de enero de 2006 y diciembre de 2007, una vez más ha descendido la ocupación de esa capacidad industrial utilizada hasta llegar en septiembre a 76.4 por ciento. Se estima que en octubre descendió al 74 por ciento y que para el primer trimestre del 2009 puede desplomarse a niveles ante no registrados, inferiores al 70 por ciento.
De nuevo, se trata de un indicador de severa presión a la rentabilidad industrial y, con ella, a la rentabilidad general de la economía. Es, además, el inicio de lo que está por venir, ante la evidente crisis de financiamiento que la debacle financiera nos está dejando. En parte estos elementos nos permitirán explicar en otro momento cómo es que los precios del crudo han descendido de 145 dólares por barril del 3 de julio pasado para el caso del marcador West Texas Intermediate (WTI) a solamente 61 dólares por barril el viernes pasado. Sí, 84 dólares por barril para ese marcador y 88.58 dólares para el caso de nuestra mezcla mexicana de exportación que este viernes cerró a un triste precio de 44.13 dólares por barril, unos días antes de que inicie el año con un estimado presupuestal de 70 dólares. Ni más ni menos.