¿Accidente?
No conocí a Juan Camilo Mouriño. De su existencia tuve noticia cuando Felipe Calderón lo nombró secretario de Gobernación, puesto que en esos tiempos se pensaba correspondería a Josefina Vázquez Mota, quien había desempeñado un papel principal en la campaña y en la etapa final de formación del gabinete. Sí conozco, en cambio, a Josefina, a la que admiro y le tengo especial afecto. Sin embargo, el dramático fin de Mouriño me ha impresionado de manera absoluta. Más de lo que yo habría supuesto.
Pienso que su origen español –nació en Madrid, aunque de madre mexicana, lo que en términos del artículo 30 constitucional le atribuye la nacionalidad mexicana por nacimiento, de acuerdo con la fracción II– generó una especie de admiración crítica hacia Mouriño. De hecho, coincidíamos en el origen casi, por lo menos, ya que yo nací en Sevilla, la ciudad más bonita del mundo sin duda alguna, y Madrid es grato, pero no a ese extremo.
Mouriño, como es natural, dado su origen, ha sido objeto de todas las críticas por parte de quienes vieron en él un serio candidato a ocupar, en el futuro, la Presidencia de la República. Lo han acusado de todo, pero no me parece que esas acusaciones hayan tenido fundamento suficiente. Detrás está una realidad que no podemos desconocer: el repudio, no tan manifiesto, en contra de los mexicanos que no nacieron en México. No es una cosa personal, sino institucional. La Constitución está repleta de exigencias de nacionalidad mexicana por nacimiento, lo que implica una clara discriminación a quienes somos mexicanos por nuestra santa y absoluta voluntad.
Eso no quiere decir que uno rechace su origen. Por el contrario, uno de mis orgullos principales es haber nacido en España. No me fue fácil firmar, hacia los años ochenta, más de cuarenta años después de haber llegado a México el 26 de julio de 1940, ese documento que la Secretaría de Relaciones Exteriores te presenta y en el que renuncias a la nacionalidad de origen. España no le hace caso a esa renuncia. México, en cambio, la exige. Y por ello ando por el mundo con mi pasaporte mexicano que puedo acompañar, además, de mi cartilla de conscripto. Fui un caso raro: en 1943, en plena guerra mundial, me presenté a la séptima delegación inscribiéndome para hacer el servicio militar. Salí “agraciado” con bola blanca y me pasé un año de mexicanización por inmersión inolvidable. Me otorgaron el grado de cabo operador de tercera, conscripto, en la tercera compañía divisionaria de Transmisiones, allá por el Foreign Club (viejo casino de los tiempos de Abelardo Rodríguez). Hice amigos entrañables. Aprendí a obedecer, que no es tan fácil. La medalla que nos otorgaron al concluir el año de servicio es uno de mis orgullos. Y escuchar el Himno Nacional en el Campo Militar número Uno, particularmente el día que terminamos el servicio, me emocionó enormemente y me sigue emocionando.
Pero soy mexicano de tercera, porque así lo determina la Constitución y lo suscriben las leyes. Imposibilitado para desempeñar un montón de puestos políticos o de rango mayor en las universidades, entre otras muchas cosas.
A Mouriño no le perdonaron su origen gallego ni su nacimiento en Madrid. Pero me impresionaron las palabras de Felipe Calderón, cuando aterrizó en México proveniente de Guadalajara, en que habló de su inteligencia, de su íntima amistad. Y, sobre todo, que dejaba sin esposo y padre a una maravillosa familia.
No será fácil encontrar un sustituto que igual puede ser una sustituta. Hay que reconocer que el gabinete actual no da para mucho. Ése es, quizá, uno de los problemas principales del Presidente. Pero no faltará alguien que merezca la confianza del jefe del Ejecutivo. Si no fuera porque no debe ser, Margarita Zavala Gómez del Campo, su esposa, podría desempeñar el puesto con energía y gracia. Es abogada, ha sido diputada y tiene encanto y simpatía.
Lo importante es, como lo ha expresado el Presidente, averiguar las causas de la caída del avión. La sospecha de que no fue accidental no está carente de razón, dadas las circunstancias. Lo tendremos que saber y a partir de allí habrá que hacer muchas cosas.