Una crisis irrespetuosa
La crisis no respeta creencias, mucho menos aquellas que ocultan la simulación con cinismo. Los chistoretes de la Secretaría de Hacienda fueron demolidos por las proyecciones del Banco de México y ahora quedan sepultados (¿en vida?) por las recientes estimaciones del FMI, que reduce todavía más el crecimiento posible.
Más que buscar bajo la alfombra especuladores a modo, lo que urge es descubrir incapacidades y cuellos de botella en el aparato del Estado, que será el dispositivo clave para paliar la crisis y cruzar el oleaje turbulento que viene. De no atenderse el panorama de nudos ciegos y telarañas burocráticas que han sometido al Estado por años, lo que se tendrá será no sólo rezagos trágicos en el gasto público sino desperdicio y dilapidación en las venas del gobierno, transmitidas a la sociedad mediante la corrupción.
El daño provocado por el reinado del alto vacío en el primer lustro del nuevo milenio ha sido monumental en términos de desorden mental e instrumental del Estado, cuyas vertientes ejecutivas se han multiplicado y deslizado al territorio vía el federalismo salvaje, lo que ha exacerbado la opacidad del ejercicio presupuestal sin concitar mejora alguna en cooperación o eficiencia estatales. La tormenta nos agarra en la peor de las circunstancias que se condensan precisamente en el corazón del organismo vital para encararla.
La ironía de la cuestión, que va rumbo a convertirse en otro chiste cruel de la “victoria cultural” panista, es que el gobierno no parece prestarle atención alguna. O bien, se guarda el diagnóstico bajo siete llaves para cuando llegue la hora cero. Entonces se dirá, como ocurrió con el petróleo, que “no se puede”, que no fuimos capaces, que ¡no hay ingenieros!, o economistas o contadores. Y luego vendrá el acompañamiento de historiadores a la orden que nos mostrarán que no sólo perdimos el siglo pasado sino el presente, y por adelantado.
Las quejas vendrán, y en cascada, pero la responsabilidad no puede dejarse para la hora final. La hora señalada es hoy y toca en primer término al Ejecutivo hacer el inventario y proponer salidas inmediatas, todo lo provisional que se quiera, para asegurar la máxima efectividad que sea posible en las operaciones de salvamento de entidades, regiones, empresas y grupos vulnerables y vulnerados que se pone en el orden del día con las horas.
Los rescates han sido cuantiosos ya, pero la transparencia se acumula en el archivo muerto. De aquí al reclamo inopinado y la ocurrencia intemperante de los grupos de acción no hay más que un paso, con el consiguiente empeoramiento de la situación inicial. Mucho espacio público vamos a necesitar para no embotellarnos, pero debe admitirse que en gran medida este espacio público no existe hoy, a pesar de las potencialidades descubiertas en el debate petrolero y que hoy los aspirantes a junta de notables se dedican a derogar sin pausa y sin seso.
La iniciativa tendrá que venir de los órganos colegiados y representativos del Estado, así como de los grupos dirigentes de la sociedad. Y lanzarse ya para, entre otras cosas, preparar lo que puede venir el año entrante: una inflación encanijada y un presupuesto inservible a unos pocos meses de aprobado.
Nada se avanza dando rienda suelta al enojo y a la inquina contra la política, la crítica y la oposición, por silvestre que les parezca a los señoritos del debido proceso. El espacio público que requerimos se hará con crítica, como los políticos sólo se templan en medio de la tormenta retórica, la duda (más o menos sistemática), y sí, mucha mala leche y sinsabores que no pueden sino rebotar sobre el que gobierna. Así es de cruel la política abierta, como inevitables son los malos acordes. Sólo pueden proscribir todo esto mentalidades autoritarias, siempre listas para saltar.