Usted está aquí: jueves 6 de noviembre de 2008 Política Lo insólito en la realidad

Octavio Rodríguez Araujo

Lo insólito en la realidad

Por momentos perdí conciencia de que lo que estaba viendo en la televisión eran las noticias y no una película. Una película con final feliz en la que un joven mestizo (más negro que blanco por el color de su piel), con un padre ausente y una madre romántica y luchadora (ambos fallecidos hace años), se fraguaba su destino con voluntad y audacia para terminar derrotando a un blanco que hace ocho o 20 años hubiera sido el prototipo del candidato para gobernar Estados Unidos. Cuando los datos de CNN iban surgiendo en la pantalla la emoción crecía. Cuando Barack Obama rebasó los 270 votos electorales la “película” que estaba viendo en la televisión comenzó a perfilar la realidad de un hecho histórico: en un país con 75 por ciento de población blanca ganaba un negro y en estados con población blanca entre 85 y 100 por ciento (ver mapa en http://en.wikipedia.org/wiki/Image:New_2000_white_percent.gif) de la población también votó mayoritariamente por un negro, sobre todo de Minnesota a Maine. Algo insólito. Cuando los datos fueron demostrando el triunfo de Obama en el Senado y en la Cámara de Representantes y, obviamente, en la presidencial, donde alcanzó 349 votos electorales, 186 más que John McCain, la “película” había llegado casi a su fin, pero faltaba la parte sensible que toda buena película debe contener: primero el discurso de McCain y luego el de Obama, ambos muy buenos y emotivos. Un final feliz en el que los sentimientos se desbordaron entre los asistentes (el reverendo Jesse Jackson y Oprah Winfrey, por ejemplo, llorando).

Hace un par de años nadie hubiera imaginado que ocurriría este fenómeno, pues pese a los resultados electorales el racismo es una realidad vigente en Estados Unidos. La población negra es la mayor víctima del desempleo, casi el doble que el porcentaje promedio nacional; el ingreso promedio de una familia negra es 38 por ciento menor que el ingreso promedio de una familia blanca y, en tanto menos de 11 por ciento de la población blanca vive por debajo de la línea de pobreza, para la población negra el porcentaje es 24. En educación y salud se dan diferencias semejantes. Sin embargo, esos mismos blancos menos desafortunados que los negros, y también los prósperos del este y el oeste, votaron en mayoría por un negro. ¿Votaron por un afroestadunidense o contra Bush? Algunos analistas afirman que el color de la piel no importó esta vez, sino la guerra en Irak y la crisis económica. No dudo que en parte tengan razón, pero tocó la casualidad de que en esta ocasión quien enarboló propuestas anti-Bush fue un negro, y no sólo ganó, sino que arrasó con una participación también poco común en las elecciones de ese país: alrededor de 66 por ciento y gente haciendo fila desde las cuatro de la mañana. Vale recordar que cuando Obama le ganó a la señora Clinton en las primarias del Partido Demócrata todavía no estallaba la crisis económica en ese país. Este es otro dato que no puede desdeñarse.

En 1964 Irving Wallace escribió The Man (El hombre), novela publicada antes de que fuera aprobada la 25 enmienda a la Constitución de Estados Unidos. En esta novela el senador Douglass Dilman (afrodescendiente), quien había sido elegido con base en deferencia a su raza por parte de los blancos y no por méritos personales excepcionales, se convirtió en presidente de esa nación a consecuencia de un accidente que llevó a la muerte al titular del Ejecutivo, y dado que su vicepresidente declinó por razones de edad y de salud. Dilman tuvo el gobierno, pero los poderes fácticos, como se les llama ahora, no quisieron que tuviera el poder, lo que podría ocurrirle a Obama. La novela fue un bestseller de más de 800 páginas, difíciles de abandonar incluso para comer. Fue una novela provocadora en más de un sentido, pues en aquellos tiempos era impensable que pudiera ser realidad que un negro ocupara la Casa Blanca, incluso que votara en los estados del sur, o que entrara al baño de blancos o a un restaurante donde se decía que estaba prohibida la entrada a animales, negros y mexicanos. Así eran las cosas entonces. Cuando los derechos civiles ya estaban en curso y el racismo estadunidense se había vuelto menos duro, Hollywood se atrevió a convertir la novela en una película (1972), con James Earl Jones en el papel de Dilman. La segregación racial ya no era igual y continuaría disminuyendo sin desaparecer totalmente (¿dónde sí?). Lo ocurrido el martes pasado, se vea como se quiera ver, es un hecho histórico: un voto a la esperanza y al cambio, que ofreció Obama, y un voto al hijo de un keniano que ni siquiera era ciudadano de Estados Unidos. Ni Wallace hubiera imaginado esto, aunque se hubiera tratado de un voto de castigo a los grandes errores de Bush y sus dos elecciones fraudulentas.

Mis amigos de la ultraizquierda de Estados Unidos (y de México) han dicho, incluso por escrito, que McCain y Obama son lo mismo, e invitaron a no votar por el menos peor sino por los candidatos alternativos, tales como Nader. Esto es pensar linealmente y con anteojeras pero, al parecer, nadie les hizo caso. Si yo fuera ciudadano de ese país tampoco les hubiera hecho caso y hubiera votado por Obama, por la misma razón por la que voté por López Obrador aunque no sea socialista.

Ya podré sacar de nuevo mi visa para Estados Unidos, después del próximo 20 de enero.

 
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