Santo y seña del bicentenario
Si el símbolo del foxismo en materia de cultura fue la megabiblioteca que en pocos años se convertirá en la más costosa e inútil del mundo, el santo y seña del licenciado Felipe Calderón será probablemente, en ese rubro, la conmemoración del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución. Esta doble celebración, ¿será la oportunidad de hacer un corte de caja para cimentar un mejor futuro; un mirar atrás para construir la sociedad que nos hace falta? ¿Tan ambiciosa encomienda es la razón por la que cada medio año en promedio se cambia de coordinador de los festejos? Y más aún: ¿Es verdad que la reflexión histórica será la forma en que Felipe Calderón rebasará por la izquierda?
Dice el vocero del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA), Fernando Álvarez del Castillo, que en nada afecta la remoción de Rafael Tovar a la coordinación de los festejos. Que los hombres pasan, las instituciones siguen y el plan diseñado al respecto permanece inalterable. Plan por el que han pasado Cuauhtémoc Cárdenas, Sergio Vela, Fernando Landeros, aunque nunca se le nombró de manera oficial y Rafael Tovar hasta el momento.
Si no pudieron con el paquete un líder político de izquierda, el mayor burócrata cultural del sexenio, un animador de causas sociales, ni quien fue el presidente del CNCA durante más de una década, ¿cuál es el perfil para tal desempeño?
Debe ser muy ambicioso el proyecto con el que el presidente Calderón pretende festejar la Revolución Mexicana y nuestra Independencia. Tantos personajes de primera línea convocados por el Ejecutivo en tan poco tiempo son garantía de la mayor apuesta cultural del PAN en muchos años.
Pero ante la falta de información de este plan maestro blindado con esmerado sigilo sólo me atrevo a preguntar, ¿cuáles serán para la administración calderonista los motivos de celebración tan vasta y cuáles las zonas negras de nuestra historia que nos conviene no repetir para construir un mejor futuro?
Las mujeres (lavadoras de dos patas, según Vicente Fox), ¿serán consideradas como sujetos de la historia en este corte de caja de nuestro pasado? Las maestras mutiladas de los senos y violadas por las hordas cristeras frente a sus alumnos por enseñar el alfabeto, ¿tendrán su lugar en los libros de texto escolares? ¿El movimiento estudiantil de 1968 será considerado como punto de arranque de nuestra democracia en los libros de educación básica más allá de una escuálida referencia?
¿Existirán Villa y Zapata además de Madero e Hidalgo en la historiografía conmemorativa? ¿Juárez y las Leyes de Reforma? ¿Tendrá cabida el centenario de la autonomía de la Universidad Nacional Autónoma de México?
La mirada retrospectiva, ¿servirá para proponernos los nunca más como la exclusión sistemática de los indios, la no intervención de la Iglesia en los asuntos del Estado, los corporativismos –antípodas de la democracia–, la desigualdad que alarma a los especialistas de la Organización de las Naciones Unidas que genera un puño de millonarios y multiplica a los desarrapados, los chamulas que a fuego y machete persiguen a los no católicos, los funcionarios que queman libros y compran tangas, los beneficiarios de la impunidad tan arraigada a nuestra historia, el trato discriminatorio contra las mujeres que las hace ganar la mitad por el mismo trabajo que hace un hombre o las convierte en blanco para ser baleadas, apuñaladas, mutiladas en Chihuahua o en el estado de México?
Ojalá que el plan maestro para conmemorar el centenario de la Revolución y el bicentenario de la Independencia no sea similar al Programa Nacional de Cultura del CNCA, que no ha pasado de ser –según informes de gobierno– algo más que un programa de mantenimiento y limpieza de la infraestructura cultural del país.
Para dar mantenimiento y limpieza a nuestro patrimonio resultaría más barato contratar firmas especializadas como Lavatap que mantener una conserjería burocrática cuyos altos propósitos no han pasado de ser los de treparse a un avión con recursos públicos.