La piel de la serpiente
El próximo presidente de Estados Unidos deberá pugnar por que se cumplan los tres ideales que, según John Maynard Keynes, debe satisfacer todo sistema económico: eficiencia, justicia social y libertad personal. En los últimos decenios, Estados Unidos se ha ido alejando inexorablemente de estos ideales. Por sus reflejos anacrónicos y su ignorancia, McCain en la presidencia profundizaría el desastre en estas tres dimensiones. Obama podría ser, efectivamente, factor de cambio. Pero para ello, él mismo debe completar una transformación importante.
En Estados Unidos la eficiencia económica dejó de ser la llave del crecimiento hace mucho. Desde la década de 1970, la evolución de la productividad se convirtió en tema de preocupación. Industrias que habían sido la clave del desarrollo estadunidense (la siderúrgica, la automotriz, la de máquinas, herramientas y la química) comenzaron a atrasarse con respecto a sus competidores que inexorablemente fueron arrebatándole parcelas del mercado mundial. Décadas más tarde, la industria aeronáutica y la de semiconductores empezaron a experimentar los mismos síntomas del rezago frente a sus competidores en Europa y Asia.
El retraso en competitividad minó la posición del sector externo de Estados Unidos. En 1971 Washington abandonó el sistema Bretton Woods, reconfigurando el sistema financiero mundial. Eso precipitó el desmantelamiento de las restricciones a la libre circulación del capital, abriendo las puertas a la especulación y a la expansión del capital financiero que marcó el último tercio del siglo pasado.
En Estados Unidos, el sector manufacturero fue derrotado por el capital especulativo. Los empresarios estadunidenses se concentraron en los rendimientos de corto plazo y en cocinar estados financieros de importantes compañías y bancos. Como otras economías en su etapa crepuscular, los cuadros empresariales olvidaron las innovaciones industriales y se convirtieron en grandes inventores de productos financieros.
La crisis financiera es la muestra más clara de la profunda irracionalidad del capitalismo estadunidense. Si además consideramos los indicadores sobre consumo energético, de papel, aluminio, cemento, hidrocarburos, agua, y otros, observamos que Estados Unidos es efectivamente una colosal sociedad de desperdicio. Todavía no hay una política para revertir esto y encaminar esa economía en un sendero menos dañino para el medio ambiente.
¿Qué hay de la justicia social y la libertad personal? El próximo presidente enfrenta una estructura social altamente inequitativa que debe revertir porque constituye una amenaza para la viabilidad del capitalismo estadunidense. Pero la crisis acabó por comprometer el grado de libertad en política fiscal. El rescate del sistema financiero (que no está claro si funcionará) ha costado demasiado. La magnitud del saldo fiscal deficitario es una restricción que impide lanzar grandes iniciativas en el terreno social, educativo y científico-tecnológico.
En el ámbito de la libertad personal, Obama revertiría la tendencia a la destrucción de las libertades individuales, comenzando con la aceptación de la tortura como una práctica aceptable en la “lucha contra el terrorismo”. En este terreno Obama podría lograr avances espectaculares en poco tiempo. En contraste, McCain enseñó sus cartas con el nombramiento de la señora Pallin, personaje que muestra el lado más siniestro del proto-fascismo en Estados Unidos.
Regresando al terreno económico, la pelea por el programa de Obama comenzó hace meses. Robert Rubin, uno de los más influyentes representantes del mundo financiero, se le acercó cuando Hillary perdió la postulación. Rubin fue director de Goldman Sachs antes de ser secretario del Tesoro bajo Clinton. Desde ese puesto convenció al presidente para apoyar la ley Gramm-Leach y la Ley de modernización del mercado de commodities. Estas leyes perfeccionaron la desregulación financiera en Estados Unidos y catalizaron lo que hoy constituye la peor crisis del capitalismo estadunidense.
Si Keynes hubiera profundizado en su análisis del capitalismo contemporáneo habría anticipado que la mezcla de inestabilidad (inherente a los mercados capitalistas) e incertidumbre (sobre la composición de pasivos de los grandes agentes económicos) genera un coctel explosivo. Al incorporar en su Teoría General el impacto pleno del capitalismo financiero y especulativo, quizás habría concluido que ese sistema no puede llegar a la eficiencia.
Según la economista Joan Robinson, Keynes estaba mudando de piel mientras escribía su Teoría General, y nunca acabó de quitarse plenamente la antigua envoltura. Por eso no pudo hacer una crítica plena del capitalismo (y por eso fue recuperado por lo que la Robinson llamó el keynesianismo bastardo). Lástima. Pero eso nos deja una lección importante: en la ciencia y en la política, la crítica no puede ser a medias tintas.
Ésa es la lección que Obama debería aprender. La crítica incompleta se traduce en la recuperación por el enemigo. De llegar a la presidencia, Obama tendría que desechar la piel vieja cuanto antes. Deberá poner atención a la economía real, dentro de un esquema de responsabilidad social y buscar una mejor relación con el medio ambiente. Si no lo hace, la lógica financiera y los amigos de Rubin acabarán por comérselo a él y a las reformas que apenas ha comenzado a articular.