2009: crisis propia
Todos los ingredientes para una crisis de gran profundidad están puestos sobre la mesa actual del país. El corto futuro (2009) y la necedad de continuar por la misma ruta de gobierno no harán más que desarrollar sus feroces aristas. Los problemas que se han desencadenado en el exterior servirán, de manera adicional, como referencia agravante. Pero lo que provocará una fuerte sacudida interna lleva el sello de la propia manufactura. Durante más de un cuarto de siglo, y con una reciedumbre y constancia digna de mejor causa, se fueron sedimentando las debilidades estructurales sobre la fábrica productiva de México. Un modelo ajeno y por demás injusto, aplicado con una mezcla fatal de voraces intereses individuales, junto a la ya legendaria postración ideológica de las elites locales ante el famoso acuerdo de Washington, es la causal eficiente de la incapacidad sistémica para responder a la emergencia de un complejo de problemas simultáneos que se dibujan para el país.
Ningún sector productivo escapa al deterioro y, por tanto, no podrán prestar su indispensable concurso amortiguador. La seguridad y la soberanía alimentarias se han perdido desde hace varios años. La estrategia y hasta la operación de la agricultura han quedado en manos de empresas externas de calado mundial que imponen sus visiones, formas de operar y logran, con grandes facilidades, maximizar sus utilidades. Sustituyeron el anterior rol gubernamental como árbitros, apoyadores, como impulsores de esta fundamental rama de actividades. Toda la estructura productiva posterior descansa, entonces, sobre bases tan endebles como la misma incapacidad para satisfacer los requerimientos de alimentos e insumos básicos para la industria. Semillas mejoradas, tecnología, capacitación, financiamiento, precios de garantía, comercialización, acopio, distribución son algunos de los renglones descuidados o, mejor dicho, dejados al arbitrio y usufructo de acaparadores, intermediarios y trasnacionales de los agronegocios. El resultado se puede observar por doquier a pesar de las cuentas alegres de los funcionarios del sector: depredación de tierras, rentismo, ineficiencia, importaciones masivas y pobreza.
Lo relevante ahora apunta hacia el financiamiento en moneda dura que será preciso amasar para complementar, desde fuera, la creciente demanda nacional. Cifras superiores a los 20 billones de dólares habrá que gastar en la perentoria compra externa de alimentos y, aun así, no serán suficientes. Los pequeños y medianos productores se encuentran desahuciados o han emigrado. Son ellos los que más han resentido las políticas de abandono aplicadas sin mesura ni consideración. La infraestructura del campo no ha recibido el mantenimiento adecuado ni se han emprendido obras adicionales. Por tanto, este sector no podrá contribuir, como sería preciso y mediante programas de emergencia, a mitigar las urgencias de una economía averiada. No tardará en resurgir el reclamo campesino por doquier y será más beligerante que en el pasado (el campo no aguanta más).
La industria, quizá el sector que más podría ayudar a paliar la crisis venidera, está todavía en peores circunstancias que el campo. La maquinaria completa se encuentra desarticulada. No hay cadenas productivas que pudieran responder al llamado del empleo masivo, fuera de la construcción, ahora esquivada por temerosas y reacias instituciones de crédito. Las que se han privilegiado (automotriz) con políticas públicas tienen que ver con mercados externos en plena debacle (GM: 40 por ciento menos de ventas en octubre). La mayoría son dependientes cautivas de sus matrices y, estas, estarán enfocadas al salvamento de sus tesorerías y presionadas por la caída de sus ingresos. La recesión estadunidense y mundial, además, se prolongará por meses. Tampoco hay, en el gobierno, alguien medianamente capacitado para encontrar los pivotes emergentes que muevan la planta industrial para servir como detonantes. La industria energética ha sido puesta al servicio de los contratistas de fuera y sus escasas inversiones se encauzan para abultar ganancias y no para derramarse entre las empresas locales, más pequeñas y empleadoras de mano de obra y empleo calificado.
Las importaciones de bienes de consumo seguirán por largo tiempo ante la inexistencia de adecuados e inmediatos sustitutos locales. Los bienes intermedios y de capital seguirán presionando las mermadas capacidades públicas para financiarlos. La columna de importaciones que suman estos dos sectores (agro e industria) es suficiente para botar el déficit comercial a cifras atentatorias contra la estabilidad general. Varias decenas de billones de dólares adicionales se necesitarán por la creciente demanda interna de petrolíferos (gasolinas) y petroquímicos, bienes indispensables para el transporte y para el resto de la industria de transformación. Estos últimos energéticos sumarán unos 40 billones adicionales a las pesadas cuentas, ya deficitarias, de la balanza comercial. Por esta ruta, las presiones sobre un ajuste a la paridad serán mayores a la tranquilidad que una abultada cuenta de reservas podría introducir.
Pero lo que más puede preocupar por estos tiempos de dudas y urgencias de cambio, es la incapacidad del oficialismo para visualizar, con la debida precisión y urgencia, cuáles son y hacia dónde habrá que movilizar los escasos recursos disponibles. Y si esto fuera subsanado por algún milagro, tan concurrente como inesperado, estarían faltando, todavía, las correas de transmisión social que se requieren para darle eficacia al movimiento salvador.
Los partidos políticos se han enfrascado en sus luchas internas por los puestos en juego y no atisban al derredor. El comercio informal crece sin concierto y se enfoca al contrabando. El gobierno federal no tiene la voluntad ni las agallas para atarse el cinturón con un plan emergente de estricta austeridad y desprenderse del fardo de dispendio que lleva consigo. Los grupos de presión, sobre todo los de grandes empresas y el sector financiero, obligan a los conocidos salvamentos de sus intereses que cuestan al erario cientos de miles de millones. Sus empresas necesitarán dólares adicionales para sortear sus deudas de mediano plazo. Así las cosas, todo apunta a la configuración de un golpe severo en el transcurso del año que entra. Mientras eso llega, que siga la feria de las entregas programadas de la riqueza petrolera, los salvamentos en la cúspide y el olvido de las clases medias y bajas de la sociedad. Estas siempre han aguantado los golpes y la retórica electoral.